Editorial

Las experiencias de las gentes

Editorial · Fernando de Haro
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4 noviembre 2019
Hay unas élites interesadas en que domine el relato de la polarización. Es una narrativa que tiene ventajas para movilizar partidarios y simpatizantes en las batallas de guerras y de intereses. Y así se comprende la democracia liberal como “un sistema partitocrático de competición intensa por el poder” y la sociedad civil como un ámbito “regido por la afirmación de la propia identidad y de la propia voluntad frente a las de los demás”. Así de contundente se muestra Víctor Perez Díaz en su último trabajo, ´Europa como Dédalo o como Ícaro´.

Hay unas élites interesadas en que domine el relato de la polarización. Es una narrativa que tiene ventajas para movilizar partidarios y simpatizantes en las batallas de guerras y de intereses. Y así se comprende la democracia liberal como “un sistema partitocrático de competición intensa por el poder” y la sociedad civil como un ámbito “regido por la afirmación de la propia identidad y de la propia voluntad frente a las de los demás”. Así de contundente se muestra Víctor Perez Díaz en su último trabajo, ´Europa como Dédalo o como Ícaro´. El gran sociólogo español, defiende que “este escenario de borrosidad y de voluntarismo, que de por sí impulsa al bloqueo y al caos, puede ser interesante”. Porque ayuda a descubrir que frente a la experiencia del enfrentamiento hay “otra parte de esa experiencia que no es menos importante, por la que las gentes tienden (…) a algo tan aparentemente simple como “vivir en paz”; lo cual se refleja en la idea/el ideal tradicional de la sociedad política como una comunidad atenta a un bien común”. Pérez Díaz invita a que la sociedad “recuerde y aprenda del fondo de experiencias del que ya dispone. Un fondo de trabajo bien hecho y de convivencia, de lo que ingenuamente podemos llamar hábitos de “sensatez y decencia”.

Esta invitación, no a formular un deber ser o a soñar con un espacio más o menos utópico, sino a que la sociedad recuerde las experiencias que en ella hay, parece haberla secundado el movimiento de Comunión y Liberación (CL) en su manifiesto con motivo de las nuevas elecciones generales que se celebran en España. El texto, titulado ´Necesitamos personas libres´, formula explícitamente la misma invitación: “partamos de nuestra experiencia”. Más allá de las diferencias ideológicas hay una identidad que une a los españoles.

En realidad, como ha puesto de manifiesto un reciente trabajo (´Un proyecto para España´) de la Fundación Transforma, las diferencias ideológicas entre los españoles están exageradas porque “los tres partidos en la órbita del centro representan un 70 por ciento del electorado, algo que no ocurre en casi ningún país europeo”. ¿Pero hay algo más en lo que puedan reconocerse los españoles que en la afinidad ideológica? La Fundación Transforma no se limita a señalar la Constitución y los valores reconocidos en ella como factor de unidad, apunta que en la refundación nacional de la Transicion lo que unió a los españoles fue la voluntad de ser europeos y de dotarse de una democracia moderna en un contexto de concordia. El ser europeos sigue siendo una certeza para una inmensa mayoría (el 83% de los españoles se siente ciudadano de la Unión Europea). Pero la propia Fundación Transforma reconoce que “igual que la tecnología y la sociedad atraviesan un periodo de cambio disruptivo, también está mutando el mundo de las ideas: hace cuarenta años queríamos vivir en una democracia liberal sobre las bases de la Ilustración (Rousseau, Voltaire, Montesquieu, etc.) y ahora nos encontramos con que esa idea ha entrado en crisis”. Está en crisis la democracia liberal y cada vez es menos suficiente la “pura ley”. El manifiesto de CL lo señala al afirmar que incluso la norma fundamental, nuestra Constitución, fue producto de un gran acuerdo de convivencia del que depende el texto legal.

El acuerdo de convivencia fue generado por la concordia, por el deseo de vivir en paz que se fraguó tras una larga postguerra. A menudo la reflexión crítica sobre los fundamentos no solo legales o institucionales de la convivencia y de la concordia se abandonaron por descuido, por pereza, o por una suerte de falso pudor que imponía no hablar en público de las cuestiones de sentido. Eso explica seguramente que una buena parte de los jóvenes no perciban la Transición como algo positivo, y eso explica también la rápida destrucción de las experiencias de reconocimiento mutuo que no les interesan a las élites. Y es aquí donde CL sitúa su propuesta: la identidad que nos es común, más allá de las ideologías, son “nuestros deseos y exigencias más elementales (deseo de ser amados, de ser felices, exigencia de significado, de verdad, de bien), base de una convivencia posible”. Se trata de que los “ciudadanos metafísicos” (Habermas), la gente y el peso de su vida, comparezcan (no sin formular sus experiencias con una razón cívica), ya que la democracia puramente formal que privatiza las cuestiones del sentido está agotada.

Rafael Narbona hace unos meses quiso recordar que “la Transición española fue posible gracias a políticos que se negaron a percibir a sus rivales como enemigos”. Para añadir rápidamente: “eso sí, no es posible respetar a quien viola la ley en nombre de mitos raciales, históricos o políticos. La ley es el último bastión de la democracia”. La ley se ha cumplido en Cataluña, ha mostrado ser un bastión necesario para la democracia, pero no suficiente. El primer y último bastión de la democracia es la vida de la gente.

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