El Welfare System: ¿bienestar real?

Nos vuelve a estallar la corrupción. El caso Bárcenas, que está dando que hablar, vuelve a poner al descubierto la reacción de hartazgo e indignación que nos rodea en el día a día cuando vamos a trabajar…o cuando estamos en la calle. Ya ningún político se salva para el pueblo, y algunos ya se atreven a fanfarronear “muerte a los políticos”, “hay que pegarles un tiro”. La excusa ahora, en Madrid, pasa también por vilipendiar a los que la gente llama “símbolos de la privatización”, a los que hacemos culpables de que se recorten los servicios públicos.
¿Hasta qué punto pueda estar implicado Mariano Rajoy en este asunto de los papeles?. No lo sé; pero sí está claro que, con el caso de los papeles de Bárcenas, gran parte de nuestra sociedad vuelve a utilizar a Mariano Rajoy de chivo expiatorio para descargar el profundo malestar que llevamos arrastrando. Ciertamente, ha estado demasiado dormido el Partido Popular si creía abordar este asunto sin un mínimo de explicar las cosas. Falta todavía mucha visión: la escasez de altura de miras del PP en algunos puntos de su programa electoral, su falta de firmeza a la hora de apostar claramente por un cambio de modelo (a pesar de los aciertos de la nueva LOMCE) y su incapacidad para renovar su programa político está constituyendo una verdadera rémora en esta legislatura.
Falta valentía. Ni desde el gobierno, para abordar una reforma del modelo del estado del bienestar en condiciones y de acelerar, al menos, la mayoría de edad de la sociedad (quitando el grifo de las subvenciones y el PER). Desde el lado de la oposición, da pena ver a un político como Pérez Rubalcaba, al que hace tiempo se le ha terminado su etapa política, aferrarse, día tras día, a su cargo sin dejar paso a nuevos aires en el seno del PSOE: otro signo más de las “estructuras caducas” de la realidad de nuestro país. Nuestra democracia, enferma desde hace décadas, se ha convertido en una burocracia. No sólo se han acartonado los partidos políticos. Las organizaciones sindicales (especialmente, con el caso de los ERE en Andalucía) se están convirtiendo en estructuras feudales en el siglo XXI, perdiendo credibilidad a pasos agigantados. Se está consumando, pues, el agotamiento de un modelo político que se ha distanciado, cada vez más, de los ciudadanos. Y, lo que parece más grave, es que, aunque nuestra sociedad parece ser cada vez más reivindicativa y crítica con la enfermedad que padecen nuestras instituciones, el miedo a ese cambio que empieza a nivel personal sigue siendo el factor que nos paraliza. ¿De qué sirve ser masa crítica que protesta, que sale a la calle y que está dispuesta a derribar el sistema cuando no hay más modelo sobre el que construir que mi propio bien-estar personal?.
Junto a los deseos de justicia y de verdad, que está ligada a nuestros interrogantes sobre el sentido de por qué vivimos (y eso está en el subtexto de los que salen a la calle a protestar), también salen a la luz, de forma muy preocupante, las consecuencias de habernos echado en brazos del Welfare state en 1978, sin haberlo tamizado por nuestra razón. Así, lo que llamamos conquistas sociales del Estado del bienestar han devenido en somníferos para acallar la insatisfacción que nos producen las cosas. Abrumados por la fatiga existencial, renunciamos a arriesgarnos y, para evitar que nos hiciésemos daño, empezamos a aprendernos los derechos laborales. Ello, y un cierto residuo de la solidaridad nos llevaron, durante décadas, a beneficiarnos y a reclamar más servicios públicos, exigiendo cada vez más.
¿Qué resultado nos ha dado?. Que, al delegar nuestro protagonismo en las Administraciones Públicas, dejamos que los poderes públicos, desde arriba, nos hiciesen la “lista de la compra” …y nos contentamos con ello. El problema es que, al renunciar a comprometernos en la vida de la polis, Estado y mercado ocuparon nuestro lugar. Así, aletargados en nuestra burbuja; seguimos fielmente las recetas del welfare state (tan predicado por los gurús del keynesianismo y la socialdemocracia y -¿por qué no decirlo?- de la derecha liberal)…y nos lo hemos creído. Hemos tenido muchas cosas al alcance de la mano: un sistema de Seguridad Social, una red de servicios públicos, subvenciones para financiar actividades de todo tipo. Tenemos universidades y colegios públicos para que “pudiese estudiar todo el mundo”….Y nos encontramos a la cola de los países de la OCDE.
Hemos conocido los años dorados del Estado del Bienestar y lo hemos hecho nuestro. Prueba de ello es que más de 3 millones (una situación que causa envidia a otros tantos miles de españoles que desearían tener un puesto fijo) de funcionarios trabajan en el sector público, disfrutan de la inamovilidad en el empleo, de los invocados derechos de promoción profesional y de vacaciones. Muchos de nosotros aún creíamos en la Función Pública cuando aprobamos la oposición, creyendo defender los derechos de todos. Y nos hemos visto arrollados por la maquinaria burocrática que, sin ser de las más grandes del ámbito de la OCDE, llega a tener la suficiente fuerza para frenar cualquier iniciativa social y desincentivar cualquier intento de esfuerzo personal. Sin el protagonismo de cada uno, sin entender que nuestros derechos se ejercen para construir el bien común, si seguimos esperando que las administraciones resuelvan nuestro por qué vivir…sin un cambio de nosotros mismos, nuestro sistema de bienestar será, si es que ya no lo está siendo, un Titanic esperando el iceberg. Y es que el precio por mantener este sistema es que no sólo nos ha hecho pedigüeños, sino que, como sociedad, dejamos que nuestra creatividad se vaya por los sumideros de la burocracia.
Por eso, en lugar de estar culpando de la crisis a los ricos, los banqueros, los políticos…o sea, a otros, ¿no podríamos empezar por mirarnos a nosotros mismos?. ¿No sería más adecuado secundar nuestro deseo de que la vida tenga un sentido y vivirla como riesgo?. Ya sabemos cómo estamos cuando nos conformamos con nuestro pequeño cortijo: que nos volvemos cínicos y envidiosos y nos hacemos pequeños. Porque, en el fondo, no queremos asumir que aquel Welfare system que la socialdemocracia europea nos ha vendido se nos queda existencialmente pequeño. Viendo a mis compañeros se me hace más claro que todo este “bien-estar” no es más que un cúmulo de trolas que nos han contado y que nos hemos creído a pies juntillas. A lo mejor habría que dejar de dar crédito a los buhoneros televisivos y periodísticos, salir de nuestras burbujas, ser protagonistas de nuestras vidas y soltar amarras…Si queremos ejercer de veras nuestra libertad, no podemos dejar que otros decidan por nosotros. Nuestro verdadero bienestar es la subsidiariedad.