La mirada del otro lado

Mundo · Wael Farouq
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9 abril 2024
La visión que los árabes tienen de Europa está dominada por una serie de binomios: amor y odio, miedo y admiración... Occidente aparece a la vez como explotador y benefactor, refugio y amenaza, debido a la amarga relación entre los mundos oriental y occidental.

El amanecer del renacimiento árabe surgió al ritmo de los cañones de Napoleón en 1798. Los árabes creían en la libertad, la fraternidad y la igualdad, ardiendo en el fuego de aquella modernidad. Ciencia, leyes, sistemas económicos y políticos, civilización moderna… los árabes recibieron todo esto de manos del colonizador europeo, cuyas prácticas, en sus países, pueden calificarse de bárbaras.

El contexto histórico no sólo ha modelado la visión que los árabes tienen de Europa, sino también la que tienen de sí mismos y del futuro de sus sociedades, que han permanecido prisioneras, hasta hoy, de otro binomio: tradición y modernidad. El conflicto entre los partidarios de la modernidad y los partidarios de la identidad pura se ha convertido en «el núcleo del pensamiento árabe moderno y la fuente de su diálogo fundamental». La historia de la cultura árabe moderna es la historia de la evolución de este conflicto, de su forma cambiante y de su continuo resurgimiento. Este conflicto es la base y el punto de partida de cualquier postura, de cualquier individuo o corriente, de la posición respecto a Occidente, a la cultura, a la religión, la ciencia, el poder o el futuro», según el pensador sirio Burhan Ghalioun.

Esta yuxtaposición refleja la profunda laceración y tensión de la conciencia árabe contemporánea, que ha perdido la confianza en un discurso capaz de asumir la carga del renacimiento y el desarrollo: «Los conceptos contenidos en el discurso árabe moderno y contemporáneo no reflejan la realidad árabe actual, ni le dan voz. La mayoría de las veces o son préstamos del pensamiento europeo y se refieren a una realidad realizada o en vías de realización; o son préstamos del pensamiento árabe-islámico medieval, cuando ese pensamiento tenía un contenido real específico, o eso se cree. En ambos casos, se utilizan para expresar una realidad esperada, indefinida, decadente, tomada de tal o cual realidad modelo que habita en la conciencia/memoria árabe. El resultado es una ruptura de la relación entre el pensamiento y su objeto, de modo que el discurso que debería expresarlo se convierte en un discurso de citas, no de contenido», según el pensador marroquí Mohammed Abed al-Jabri.

La actitud desconfiada y desconcertada de los intelectuales árabes hacia Occidente puede encontrarse en sus escritos. Kamal, el protagonista de la trilogía del Premio Nobel Naguib Mahfouz, se manifiesta contra los británicos de día y lee los escritos de filósofos europeos de noche. El problema al que se enfrentan los intelectuales árabes, desde su primer encuentro/choque con Europa, es que este representa tanto la enfermedad como la cura.

En la novela árabe, en las memorias y en los diarios, se observa una multiplicidad de puntos de vista. La visión que el árabe tiene de Occidente puede remontarse a cuatro actitudes. En la fase precolonial, asombro y miedo. En la fase colonial, condena y admiración por la cultura occidental. En la fase poscolonial, dos actitudes diferentes: primero confianza en sí mismo, luego frustración, decepción y repliegue sobre sí mismo. Tanto la admiración como la condena de Occidente se canalizan a través de un medio artístico occidental: la novela. Curiosamente, aunque los árabes no se dieron cuenta de la modernidad material e intelectual, el verdadero ámbito en el que ésta influyó en su conciencia es la literatura, que sigue dominada por las tres formas de ver Europa típicas de siglos pasados: rechazo, imitación o conciliación y selección.

A principios del siglo XIX, los más grandes escritores árabes eran Abd al-Rahman al-Jabarti (Historia de Egipto), Jayr al-Din al-Tunsi (El camino más seguro para conocer la condición de los países), Rifa’a al-Tahtawi (El oro de París) y Ahmad Faris al-Shidyaq (Descubrir las artes de Europa). Comparan un Oriente lleno de males y atraso con el progreso europeo, mirando a Occidente como modelo a seguir.

Esta visión cambia cuando los países árabes son sometidos al colonialismo. Europa es vista a través de este prisma, ya no desde la perspectiva de sus logros culturales e intelectuales. El intelectual árabe se debate ahora entre la admiración por todo lo occidental, el miedo y la desorientación, entre la identificación con todo lo europeo y la condena del colonialismo. Un ejemplo de ello es el famoso escritor egipcio Yousuf Idris, con su confusa posición ante Europa, pues aunque le hubiera gustado nacer europeo, no quería renunciar a su ser árabe.

Esta confusión marcó las obras fundacionales de la literatura árabe moderna, especialmente las de Tawfiq al-Hakim (El viajero de Oriente y El retorno del espíritu), Yahya Haqqi (La lámpara de Umm Hashim) y antes las de Jurji Zaydan, Muhammad Hussein Haykal, Taha Hussein, Ahmad Amin, Louis Awad y Suhayl Idris. En los escritos de esta generación, el resentimiento y la confusión han sustituido a la admiración. Su visión ya no es tan simplista como antes.

En el periodo poscolonial, los escritos se desvían de los intentos de escritores como Tawfiq al-Hakim, que habían intentado construir una visión diferente, presentando Oriente como un lugar de espíritu, religión y moralidad, en contraposición al Occidente materialista. El yo árabe parece ahora seguro de sí mismo, en posición de igualdad, capaz de expresarse frente al otro occidental, por ejemplo en las obras de Yousuf Idriss o Tayyeb Saleh (La estación de la emigración al Norte).

Pronto, sin embargo, la confianza en sí mismo se convierte en una visión modesta. El escritor árabe pasa a la autocrítica y desaparecen los primeros temas de encuentros sexuales, del Occidente decadente y materialista, en contraste con la pureza, la castidad, la espiritualidad y el romanticismo de Oriente. En las obras de Sulayman Fayyad, Hanna Mina, Yasin Rifa’iyya, Abdel Hakim Qasim y Baha Taher, se intenta distinguir entre el Occidente colonialista y su aparato científico e intelectual. Estos escritores árabes, en gran parte de su producción literaria, no deshumanizan a Occidente, a diferencia de los escritos orientalistas. El escritor que tiende a distinguir entre hostilidad a Occidente y hostilidad a la occidentalización también cree que el encuentro/choque entre ambos mundos no se basa en una diferencia de conceptos, sino de intereses. La escritura árabe sobre Occidente, que comenzó con admiración y continuó con resentimiento y frustración, se convierte en un viaje en busca del ideal occidental.

Lo mismo ocurre con las experiencias artísticas de muchos árabes en Occidente, que buscan formas de inspirarse en el modelo occidental para adaptarlo o representarlo en la vida oriental. Podría decirse que generaciones de escritores árabes han sido traicionadas por Occidente, y sin embargo han seguido buscándolo.

La cuestión ahora es si esta búsqueda sigue mereciendo la pena, dado que Occidente ha traicionado su propio ideal, con políticas orientadas únicamente a estrechos intereses materiales, lo que ha llevado a Oriente a separarse totalmente de Occidente y renunciar a una parte de sí mismo.

Tanto la admiración como la condena de Occidente se canalizan a través de un instrumento artístico occidental: la novela.

Los europeos siguen huyendo de su pasado, mientras que los musulmanes siguen huyendo hacia su pasado. ¿Qué presente puede entonces unirlos?

Dos guerras mundiales han dejado una profunda herida en la conciencia europea, de modo que cualquier intento de definir un sentido para la vida, para el ser humano, la sociedad o la historia se siente como una exclusión frente a todo lo que queda fuera, lo que podría amenazar el pluralismo y sumirnos de nuevo en el infierno de la guerra. Los grandes relatos han caído: la religión, la ideología y finalmente la ciencia. Cada una tuvo que crear su pequeña narrativa, que, sin embargo, al no dar cabida a las demás, nació muerta. El único rastro que deja esta pequeña narrativa son algunos pulgares arriba y caras sonrientes o tristes en las redes sociales. Toda «cualidad» humana es objetivada y transformada en una «cantidad» de signos que no permiten que nuestra pequeña narrativa se convierta en una gran narrativa, quedando prisionera de un modelo repetido sin fin.

Por otro lado, el colonialismo y la subordinación política, económica y cultural han dejado una profunda herida en la conciencia árabe, de manera que cualquier intento de generar sentido para la vida, el ser humano o la sociedad es visto como una humillación más y una amenaza a la pureza de los orígenes, que se ha convertido en la única opción para lavar la vergüenza de amar al verdugo y parecerse a él. «Los orígenes» se han convertido en el gran relato que se ha tragado los pequeños relatos, impidiéndoles generar sentido. ¿Cómo se puede generar sentido si todo lo que se hace es una eterna repetición de orígenes míticos?

La civilización occidental se parece hoy a un hombre que decide castrarse para no engendrar un hijo malvado. La civilización islámica, en cambio, se parece a un hombre que mata a todos los hijos que no se parecen a un padre que nunca ha visto. Occidente se miente a sí mismo diciéndose que no necesita hijos y que no se preocupa por el futuro. Oriente se miente a sí mismo, pensando que parecerse a un padre ausente puede invertir la dirección del tiempo. Occidente miente a los demás, intentando convencerles de que sus nobles valores no tienen ni raíces ni historia. Oriente miente a los demás, tratando de convencerles de que sus nobles valores siguen vivos y no son, en cambio, una mera máscara que oculta la decadencia moral y la degeneración humana.

Han pasado dos siglos y aún no hemos salido del dilema que bien describe Kamal, el personaje de Mahfouz, cuando dice que su corazón arde por la revolución contra los británicos, pero por la noche experimenta un fuerte vínculo de humanidad con ellos ante el misterio del destino humano.

Artículo publicado en Contemporanea


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