Una nueva oportunidad para Europa
Han causado revuelo unas palabras del cardenal Schönborn durante una misa en la magnífica catedral vienesa de San Esteban, el pasado 11 de septiembre. Se cumplían 333 años de la batalla en la que Viena se salvó del asalto de las fuerzas otomanas. De no haber resistido Viena gracias al ejército guiado por el rey polaco Jan Sobieski, el imperio turco habría penetrado hasta los confines occidentales del continente con consecuencias impredecibles. Schönborn dedicó su homilía a la situación actual de Europa, y en un momento dado se preguntó si hoy podría tener lugar un tercer intento de conquista islámica, añadiendo que “muchos musulmanes lo piensan y lo desean, y creen que Europa está acabada”.
En realidad este quiebro provocador dista mucho de ser el centro de la homilía del arzobispo de Viena, pero se convirtió inmediatamente en el foco de atención provocando una gran barahúnda. Schönborn siempre ha reflexionado sobre Europa, y no precisamente en clave de autodefensa. Son conocidas las numerosas iniciativas de la diócesis vienesa para acoger a los refugiados (en un contexto adverso por lo que a opinión pública se refiere) y el cardenal siempre ha reivindicado una Europa de la acogida, en nombre de sus inequívocas raíces cristianas.
Aprovechando el Evangelio del hijo pródigo que había sido proclamado, Schönborn comparó la situación de la vieja Europa con la del hermano menor que pidió a su padre la herencia y la dilapidó. “Hemos malbaratado nuestra valiosa herencia cristiana, y ahora nos encontramos problemas que nos angustian por todas partes, no sólo económicos, que también vendrán, sino sobre todo humanos, religiosos y de fe”. El camino, por tanto, debería ser el mismo del hijo pródigo, el del regreso a la casa de su padre con un corazón arrepentido: “Señor, danos otra oportunidad, no olvides que somos tu pueblo… no rechaces a esta Europa que ha dado tantos santos, no nos rechaces porque nos hayamos hecho tibios en nuestra fe”.
Es verdad que no estamos acostumbrados a escuchar un lenguaje semejante en la mayoría de los eclesiásticos centroeuropeos, pero no se puede negar que la imagen trazada por Schönborn es poderosa y sugerente. Y el momento dramático que atravesamos reclama una palabra como ésta, aunque parezca desgarrada. En todo caso nadie se fijó en el reclamo dramático a la conversión, en la invitación a volver a casa, sino en la referencia a la amenaza potencial de una conquista islámica. Esto ha obligado al cardenal a subrayar que “si la herencia cristiana de Europa está en peligro, ello se debe a que los europeos la hemos dilapidado, y eso no tiene absolutamente nada que ver ni con el islam ni con los refugiados; está claro que a muchos islamistas les gustaría aprovecharse de esta situación, pero ellos no son responsables de ella, lo somos nosotros”.
Lo más importante es que la oportunidad de una renovación cristiana de Europa, como ha subrayado el cardenal Schönborn, está en nuestras manos, y no depende de los malvados planes que puedan acariciar unos u otros. Depende sobre todo de que los cristianos europeos dirijamos de nuevo la mirada a Cristo, de que propongamos su palabra y su vida a nuestros compañeros de camino, incluidos los extranjeros que llegan, con respeto y amor incondicionales.