Una dulce mentira

La película tiene algo de fábula con moraleja, no sólo en el sentido de que muestra de forma muy divertida las consecuencias de la manipulación y la mentira, sino que perfila con mucho acierto cómo pueden cambiar las personas cuando se sienten utilizadas de forma instrumental. Afortunadamente el cinismo no tiene la última palabra, y el final hace honores a la comedia romántica más clásica.
Al portentoso trabajo de Audrey Tatou se añaden los magníficos trabajos de Nathalie Baye y especialmente de Sami Bouajila, auténtica revelación del film. La película está rodada con mucho oficio, muy mimada su puesta en escena y con momentos brillantes, como el de las sombras chinescas. Aunque el final se demora en exceso y no se puede decir que la película sea eminentemente hilarante, lo cierto es que es entretenida, simpática y deja un buen sabor de boca.