´Nunca hemos estado tan cerca de los lejanos y tan lejos de los cercanos´
Se discute sobre los pros y los contras de la inmensa red virtual, que se utiliza crecientemente por personas de todas las edades y en todos los lugares. De esto se percata la Iglesia católica que dispone de canales en todas las redes sociales y anima a los católicos a utilizarlas para difundir el Evangelio. Para Fernando García, divulgador tecnológico en distintos foros y publicaciones, no hay duda de sus ventajas, aunque no se deja seducir por éstas y expone sus deficiencias, que pueden llevarnos a quebrantar los lazos que nos unen con la realidad. En ‘Homo’ interactivo. Cómo Internet nos está cambiando (editorial Digital Reasons) nos da todas las claves.
Observamos que muchos sucesos y movilizaciones se conocen gracias a las redes sociales, ¿estima que estos medios facilitan una democracia más directa?
Una de las principales novedades de Internet en el ámbito de la información y la comunicación es que los habituales roles de emisor y receptor han saltado por los aires. En estos momentos, estamos en disposición de afirmar que cualquiera puede asumir el papel de creador y difusor de contenidos mediante foros de discusión, blogs o redes sociales, a un precio muy bajo y con una capacidad de difusión instantánea y universal. El poder de crear opinión, que hasta ahora estaba en manos de unos pocos (los poderosos, los adinerados, las clases dominantes…) y que pasa a estar al alcance de todos, puede aumentar la influencia sociopolítica de los ciudadanos de a pie. Este hecho es bueno y deseable porque reduce la desigualdad social y asegura la libertad de expresión y el libre intercambio de ideas, base firme sobre la que se sustenta cualquier régimen democrático.
El premio Nobel T.S Elliot dijo que mucha información no necesariamente lleva a un mayor y más profundo conocimiento de las cuestiones, sino más bien todo lo contrario, ¿qué opina al respecto?
Coincido con esta apreciación. La información (no solo la textual, sino también la que llega a través de los sentidos) es la antesala del conocimiento, pero para que se produzca este es necesario trabajar con aquella desde el punto de vista intelectual, mediante pensamiento profundo y reflexivo. Una vez alcanzado el conocimiento, si lo pasamos por el tamiz de la experiencia se alcanzará la sabiduría. Son tres estadios del saber que se van alcanzando de forma progresiva: información, conocimiento y sabiduría. Me temo que ahora abunda mucho de lo primero y escasea lo demás. McLuhan, en la década de los sesenta del pasado siglo, subrayó que los medios no son meros canales pasivos por donde fluye la información, también configuran el proceso de pensamiento. Internet parece estar socavando poco a poco nuestra capacidad de concentración y contemplación, y, por tanto, añado, nuestra capacidad para llegar de la información al conocimiento. También Nicholas Carr escribe en su libro Superficiales: “La cacofonía de estímulos imperante en la Red cortocircuita tanto el pensamiento consciente como el inconsciente, lo que impide a nuestra mente pensar de forma profunda o creativa”. Por citar a un último autor, el neurólogo Gary Small apunta en su obra El cerebro digital que la revolución de la alta tecnología nos ha sumido en un estado de atención parcial continua […] que es como estar permanentemente ocupados, siempre atentos a todo pero sin centrarnos nunca de verdad en algo concreto. “Al prestar una atención parcial continuada, es posible que pongamos nuestro cerebro en un estado de mucho estrés. Ya no tenemos tiempo para reflexionar, considerar o tomar decisiones sensatas. En su lugar, vivimos con una sensación de crisis constante: atentos a la aparición, en cualquier momento, de un contacto nuevo o de alguna noticia o información apasionantes”.
Los jóvenes son, por encima del resto, una generación interactiva, que no quiere decir mejor formada e informada.
Hay algo cierto en esta afirmación, pero también existe la otra cara de la moneda: la interacción multimedia ha permitido a los jóvenes desarrollar otra serie de capacidades que no tenían sus padres. Es decir, algunas capacidades han menguado, pero otras están aumentando. Alfonso Nieto, ex rector de la Universidad de Navarra, afirmaba en una conferencia a estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra que “los jóvenes acceden a la universidad con una preparación que difiere bastante con aquellos que accedían hace diez años, en ese sentido, hoy ingresan con conocimientos superiores en cuanto al uso de técnicas o de herramientas que permitan una mejor comprensión de lo que es la comunicación en el mundo”. Se está refiriendo a que dominan la informática y los idiomas bastante más y mejor que los anteriores alumnos, lo que les facilita enormemente las posibilidades de comunicarse con cualquier habitante del mundo. Sin embargo, también afirma que “en el uso del lenguaje, en el uso de la escritura y de la capacidad de expresión verbal, la preparación es inferior, porque hoy el estudiante -a lo largo de sus estudios previos- escucha más que ve, y ve más que lee. Hoy se lee poco, se ve bastante y se escucha mucho”.
¿Existe algún estudio serio que indique que las relaciones interpersonales pierden vigencia con relación a las virtuales? Si es así, ¿qué consecuencias habría en el modo de relacionarse las generaciones venideras?
Es evidente que en el ámbito de la comunicación humana se está produciendo una curiosa paradoja: nunca hemos estado tan cercanos de los lejanos y tan lejanos de los cercanos. Es decir, que podemos pasar horas chateando con personas que están al otro lado del océano mientras no prestamos atención a los que tenemos sentados a nuestro lado. Escribía Benedicto XVI en el año 2009: “Sería una pena que nuestro deseo de establecer y desarrollar las amistades online fuera en deterioro de nuestra disponibilidad para la familia, los vecinos y quienes encontramos en nuestra realidad cotidiana, en el lugar de trabajo, en la escuela o en el tiempo libre”. Es decir, el hecho de tener muchas y muy variadas amistades virtuales no debería menoscabar el tiempo que se debe dedicar a los más próximos: la familia, los compañeros de clase o de trabajo, los vecinos, etc. Y continua el Papa emérito: “Cuando el deseo de conexión virtual se convierte en obsesivo, la consecuencia es que la persona se aísla, interrumpiendo su interacción social real. Esto termina por alterar también los ritmos de reposo, de silencio y de reflexión necesarios para un sano desarrollo humano”. Es muy importante que los medios digitales no nos hagan perder la relación “cara a cara”, dado que se puede producir una desvinculación progresiva de la familia y los amigos a la vez que van estableciéndose nuevas, variadas y numerosas relaciones “virtuales”. Además, el deseo de estar constantemente inmersos en el “ruido digital” puede impedirnos dedicar el tiempo necesario a otros aspectos tan importantes para el hombre como el descanso nocturno o la reflexión silenciosa y personal sobre la propia vida, sin los que sería muy difícil lograr un sano desarrollo emocional.
Recientemente, el profesor José Antonio Marina advertía sobre los peligros en utilizar el lenguaje acortado de las redes sociales, pues equivale a reducir nuestro modo de entendernos a nosotros mismos, a los demás y a nuestro entorno. ¿Le parece un análisis objetivo?
No conozco en profundidad esa aportación del profesor Marina, pero es cierto que los educadores venimos alertando sobre la creciente falta de empatía que observamos en muchos adolescentes, lo que les cuesta “ponerse en los zapatos” de otra persona para intentar imaginar lo que puede estar sufriendo como consecuencia del entorno. Diversos autores han propuesto que estos comportamientos pueden tener su origen en alguna reconfiguración mental producida por el abuso de las pantallas y de los medios audiovisuales. Así, por ejemplo, el neurólogo Gary Small escribía en el año 2008: “La adolescencia es una fase crítica del desarrollo –un tiempo en que el cerebro pasa del pensamiento concreto al abstracto-. Es cuando, habitualmente, las personas desarrollan la capacidad de comprender las experiencias emocionales de los demás, a la vez que desarrollan las destrezas empáticas. Pasar horas frente al ordenador o el vídeo y, quizás, escuchar al mismo tiempo una música atronadora por los auriculares es probable que dificulte el desarrollo del adecuado cableado cerebral necesario para alcanzar estos hitos”.
Niños y adolescentes se manejan a sus anchas en la Red, en ocasiones sin control y expuestos a distintos perjuicios, ¿cómo deben reconducir los padres esta situación y acompañar a sus hijos para obtener los aspectos positivos de Internet y de las redes sociales?
Esta cuestión es de una importancia crucial desde el punto de vista educativo, por ello, me voy a extender en su respuesta. Quizá los peligros que existen en Internet pueden hacer pensar a los padres que la mejor solución de cara a preservar la integridad física y moral de sus hijos es impedirles el acceso a Internet. Sin darse cuenta de que ni la prohibición absoluta ni la censura indiscriminada ni el control exhaustivo van a conseguir que los niños acaben siendo adultos libres y responsables. Más bien aumenta el riesgo de que acaben siendo personas temerosas, con baja autoestima, muy poca iniciativa y alta probabilidad de fracasar en la vida. Podríamos redactar una especie de artículo de obligado cumplimiento en los hogares: los hijos tienen el derecho de acceder a Internet y la obligación de cumplir las condiciones que sus padres han fijado para asegurar que este acceso sea lo más beneficioso posible.
Sabemos perfectamente que los niños instruidos en el uso de la tecnología serán capaces de utilizarla eficazmente (casi con seguridad, más que cualquier adulto), pero sólo los que hayan sido educados en su uso harán cosas buenas para él y para el resto de la sociedad. Esta tarea educativa y formativa sobre el buen uso de Internet es urgente y debe asumirla la familia en primera instancia. Además, uno de los pilares de la educación y el aprendizaje es la observación de modelos a seguir, por lo que los adultos deberíamos convertirnos en un testimonio de alto valor educativo en cuanto al buen uso de Internet.
Asumir esta nueva dimensión educativa familiar, la mediación entre las pantallas y los hijos, arroja sus frutos casi de manera inmediata. En un estudio que realizamos hace ya algunos años encontramos que los chicos y chicas que compartían momentos de uso de las pantallas con alguno de sus progenitores manifestaban una relación más saludable con ellas.
Los padres y madres deberíamos prestar atención a ciertos factores a la hora de mediar educativamente entre nuestros hijos y cualquiera de las pantallas que utilizan, entre los que destacaré dos:
1. El tiempo en referencia tanto a la cantidad destinada como al momento en que se usa. Es decir, deberíamos preocuparnos de cuánto usan nuestros hijos Internet y de cuándo lo hacen. Habría que prestar especial atención a las noches. Habría que verificar si los niños y niñas duermen suficiente o, por permanecer conectados, están restando tiempo de descanso nocturno. Esta situación sin aparentes consecuencias si es esporádica, sostenida en el tiempo acarrea una llamativa disminución del rendimiento escolar y un sinfín de problemas físicos y psíquicos.
2. La compañía en cuanto a si Internet le posibilita algún tipo de relación virtual. A este respecto, hay una serie de cuestiones a las que cualquier adolescente debería responder antes de tener acceso a Internet: ¿es Internet tan anónimo y seguro como parece?, ¿es prudente poner mi intimidad o la de los demás al alcance de cualquiera?, ¿es aconsejable agregar desconocidos a mi perfil en la red social? Además, los padres deben conocer con qué personas están relacionándose sus hijos; cuando me preguntan sobre esta cuestión suelo decirles que respeten la intimidad en cuanto al contenido de las comunicaciones, pero, a cambio, exijan la lista de contactos.
¿Considera que existe protección gobernativa adecuada para los niños y jóvenes en las redes sociales?
Como apuntaba en el año 2001 el actual Secretario General de la Conferencia Episcopal Española, José María Gil Tamayo, “Los menores de edad, los niños y jóvenes, constituyen un grupo especial como sujeto del derecho a la información, peculiaridad que viene determinada por las circunstancias y características propias de la edad –como son la falta de espíritu crítico, su personalidad en maduración psicoafectiva, su credulidad y dificultad para distinguir muchas veces entre la fantasía y la realidad, su tendencia a imitar la conducta de los adultos, etc.- que hacen que no puedan ejercitarlo de manera plena, por lo que los menores necesitan del amparo de la familia y de la ley, especialmente frente a aquellos contenidos o usos mediáticos que puedan dañarles y que originan en las empresas y profesionales de la información unas responsabilidades y limitaciones en el ejercicio de la libertad de expresión…”.
Ahora bien, aunque hay intentos muy loables de legislar en cuanto a la protección del menor en Internet, lo cierto es que no es nada fácil conseguirlo porque se necesita la concurrencia de, al menos, cuatro hechos:
1. Es imprescindible el trabajo conjunto de todos los países para intercambiar información sobre delincuentes potenciales.
2. Se requiere una colaboración transnacional, con el fin de consensuar una legislación basada en unos criterios comunes en torno a lo que es o no delito.
3. Hay que implicar a los responsables de que los contenidos se alojen en Internet –los proveedores de alojamiento y los servidores- y de que viajen a través de ella –las empresas de telecomunicación-, para que ofrezcan datos sobre lo que existe en los servidores, denunciando contenidos ilegales, y delatando entre quiénes se produjo el trasvase de esta información.
4. Por último, hay que apelar a la responsabilidad que todos los usuarios tenemos de denunciar aquello que consideremos fuera de la ley.
En cualquier caso, los educadores no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando a que “papá Estado” nos solucione todos los problemas mediante la mera aplicación de la ley. Debemos ser proactivos, debemos mostrar a nuestros hijos el buen hacer en Internet, sabiendo que, si fuera necesario, la ley nos ampara.
Los últimos papas han animado a todos a utilizar la Red para testimoniar el Evangelio, ¿qué opina al respecto?
Ya san Juan Pablo II nos animaba en este sentido. En el mensaje que escribió para la XXXVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, publicado el 12 de mayo de 2002, titulado “Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio”, nos decía: “Para la Iglesia, el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la gran aventura de usar su potencial para proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa, al comienzo del milenio, seguir el mandato del Señor de «remar mar adentro»: «Duc in altum» (Lc 5, 4)”. Sus sucesores, el Papa Emérito Benedicto XVI y el actual Papa Francisco, nos siguen pidiendo a todos los cristianos que no desaprovechemos las inmensas oportunidades que ofrecen estos medios para conseguir la llamada Nueva Evangelización. Gracias a Dios, muchísimos cristianos han seguido sus indicaciones y hoy son innumerables las personas anónimas, los grupos y asociaciones de fieles, etc. que han creado y mantienen iniciativas apostólicas en Internet, muchas de ellas con gran aceptación entre los internautas.