En defensa del cardenal Urosa

El ataque contra la Iglesia de parte del presidente Chávez y de la mayoría de los integrantes de la Asamblea Nacional así como la declaración del Tribunal Supremo de Justicia demuestran con claridad, no sólo la ilegitimidad de los poderes del estado y su subordinación automática y voluntaria sino, más grave aún, demuestran la incapacidad y la intolerancia, la falta de respeto entre ciudadanos igualmente libres e iguales en derechos y libertades. Se descalifica públicamente formas de pensar, de ser y de opinar quebrando toda posibilidad de una sociedad de coexistencia pacifica. Pero esta intolerancia es también un signo que tiene que ver con la verdad y con quienes no quieren que prospere la paz entre los venezolanos.
Estos modos de intolerancia en la historia comparada han sido el germen de las guerras civiles, de la violencia y de la disolución de sociedades enteras. A ello dedicó varios escritos Locke en su carta "A letter concerning toleration" o Voltaire en su "Traité de la tolérance".
El cardenal Jorge Urosa Savino habló desde la verdad, desde la fe y la preocupación por el pueblo de Venezuela y asimismo lo hizo la Conferencia Episcopal. Nuestro propio Catecismo de la Iglesia Católica consagra incluso la resistencia a la opresión ante el gobernante injusto y arbitrario y sobre todo cuando sus expresiones son contrarias a la recta conciencia por lo que hay que distinguir entre el servicio de Dios y el de la comunidad política. Ya el concilio Vaticano II había expresado que cuando la autoridad única oprima a los ciudadanos es lícito defender sus derechos contra el abuso de la autoridad con los solos límites de la ley natural y evangélica.
El pueblo de Venezuela tiene que salir a defender su fe, su libertad de conciencia, su religiosidad frente al atropello del régimen. El espectáculo bochornoso y mediocre de los diputados oficialistas sólo se explica ante un gran miedo y una gran cobardía colectiva: no hubo argumentos sino groserías; no hubo ideas, sino descalificaciones; no hubo conductas éticas, sino amorales de una suma de diputados que fueron elegidos ilegítimamente con el rechazo de mas del 90% de la población.
Por supuesto, atacar a la Iglesia Católica y al cardenal es una conducta criminalmente evanescente, frente a la corrupción, la inseguridad alimentaria, la inflación, el crecimiento de la pobreza y el desempleo, la inseguridad ciudadana y el empeño de sustituir la República Democrática por el Estado de las Comunas o Estado Comunista. Los venezolanos no lo vamos a permitir. Y levanto mi voz de rechazo al Parlamento y mi solidaridad con el cardenal, a quien deseo acompañar para explicarle a los trogloditas del régimen las miles de veces que ha sido violada la constitución. Pero como gritara Unamuno en Salamanca, "quienes están en contra de la inteligencia y del espíritu no pasarán", y yo agrego: su destino no puede ser otro que el del basurero de la historia.