´Vida de Jesucristo´ de Ricciotti: la fe vinculada a la historia
En 1941 se publicaba una “Vida de Jesucristo”, sumamente documentada, obra minuciosa de un historiador, Giuseppe Ricciotti, que situaba con gran acierto a Jesús en su escenario geográfico y en su tiempo. Arqueólogo, editor, comentarista y traductor de la Biblia, este sacerdote conoció un gran éxito, tanto en Italia como fuera de ella, con un libro que superó en su vida las veinte ediciones. Sin embargo, la última edición italiana tiene más de veinte años, y algo menos la versión española. En ambos casos, los editores pretendían redescubrir a nuevos lectores una obra que siempre será de obligada mención dentro del amplio catálogo de vidas de Cristo.
En estos días previos a la Navidad, he vuelto a releer a Ricciotti, a modo de recuerdo del setenta y cinco aniversario de la publicación de su obra. Quizás no lo había consultado antes porque en el fondo me había dejado llevar por un extendido prejuicio: es preferible una obra de espiritualidad sobre los evangelios al trabajo de un concienzudo historiador, lo que en el fondo equivale a decir que no hay que escribir más vidas de Cristo sino leer directamente los evangelios. A mi modo de ver, este enfoque contribuye a separar la fe de la razón, algo que no debería suceder nunca en el cristianismo. Un espiritualismo desencarnado desprecia los detalles históricos e incluso los considera secundarios, pero esto es olvidar que Cristo compartió plenamente nuestra condición humana, que perteneció al pueblo judío y que vivió en una época concreta. Aunque no lo pretendan, esas corrientes fideístas contribuyen a alimentar la idea de que Cristo entra en la categoría de los mitos, pues sus rasgos históricos, reducidos a una mínima expresión, quedan desdibujados y, lo que es peor, son cuestionados para terminar reducidos en las secciones de las bibliotecas a los apartados de la literatura o de la filosofía. Sin el Jesús humano, histórico, el Cristo de la fe se convierte en una entelequia.
Giuseppe Ricciotti no escribió su libro para polemizar con los representantes del método histórico-crítico, en especial alemanes y franceses, que cuestionaban la verosimilitud de los evangelios. Es cierto que en su voluminosa obra no elude este tipo de controversias, aunque no se recrea en ellas porque le apartarían de su objetivo principal: relatar una vida de Jesús que nos ayude a entender mejor tantos detalles de los evangelios. Comprender al Jesús hombre es indispensable para comprender al Cristo Dios. A muchos, Jesús les resulta incomprensible empezando por su propio nacimiento porque es un Dios que rompe con todos los estereotipos habituales del mundo. En efecto, Ricciotti expone con minuciosidad las referencias históricas de la infancia de Cristo, pero a la vez subraya otras realidades: es un Dios nacido en la pobreza, en una gruta rodeado de animales; su palacio es un establo y su trono un pesebre; no cuelgan del techo las lámparas sino las telarañas; no hay olor a incienso sino a estiércol; sus primeros cortesanos son unos pastores que dormían al raso…
Sin embargo, tan solo a nueve kilómetros de la gruta se alzaba un fastuoso palacio, el de Herodes el Grande, edificado por alguien que detestaba la pobreza, la humildad y la inocencia. Desde una lógica humana, aquí residía el auténtico poder fundamentado en la riqueza y la fuerza, pero aquel rey moriría muy poco después. No menos extraño resulta que una jovencita de quince años, la madre de aquel niño nacido en Belén, hubiera dicho meses antes que todas las generaciones la llamarían bienaventurada. Tampoco tenía lógica que una muchacha de la insignificante aldea de Nazaret pudiera ser recordada a lo largo de los siglos muchísimo más que los poderosos de su tiempo, el emperador Octavio Augusto o el rey Herodes. Y si seguimos con el capítulo de lo que no resulta lógico, tampoco lo era que Simeón, al tomar a Jesús entre sus brazos en el templo, proclamara que el Mesías traería la salvación a todos los pueblos. Un fariseo genuino se hubiera escandalizado al equiparar a judíos y gentiles, pero resulta evidente que Simeón conocía muy bien el libro del profeta Isaías: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is 49, 6).
Estas observaciones de Ricciotti se centran en los evangelios de la infancia. Son tan solo una pequeña muestra de la riqueza de una obra en la que la espiritualidad no es ajena a la historia, ni la historia ajena a la espiritualidad. Frente a quienes pretendiendo idealizarlo, convierten a Jesús en un desconocido o a quienes lo reducen a la categoría de mito, el muy recomendable libro de Giuseppe Ricciotti ha sido escrito para no separar nunca a Jesús de Cristo.