Un votante tipo
Elecciones generales el próximo domingo en España. Unos comicios en los que es la primera vez para muchas cosas. La primera vez con cinco partidos de ámbito nacional que pueden obtener más de un 10 por ciento del voto. La primera vez después de un intento serio de secesión de una parte del territorio (Cataluña). La segunda vez que a una semana de las elecciones todavía entre un 25 y un 30 por ciento de los votantes están indecisos.
Todo esto provoca una especie de “curvatura en el tiempo y en el espacio” electoral. El voto que identifica a los electores con un cierto partido por sus valores o por sus reivindicaciones ha ido desapareciendo. Si queremos lograr ciertos propósitos con nuestro voto, en un escenario de cinco formaciones, con una alta tasa de indecisión, cada vez es más importante el momento y el lugar en el que se elige la papeleta. Cuanto más tarde, y cuanta mayor sea la información disponible, mejor. En este contexto, es determinante también en qué circunscripción se vota (el sistema electoral español es casi mayoritario puro en las circunscripciones pequeñas y casi proporcional puro en las circunscripciones grandes).
Hagamos un intento de simulación teniendo en cuenta los objetivos de un cierto votante y los datos disponibles. Supongamos un votante que tiene como primer criterio reducir la polarización creciente que existe en la vida política española, rebajando el peso de los extremos. Querría con su voto dar menos espacio a “las éticas que se nutren de una sola cuestión: antifascismo-prolibertad, cambio climático como única cuestión o feminismo como ´la´ cuestión por encima de todo” (Joseba Arregi), limitar la tendencia a “marcar nuestras señas de identidad excluyendo” (Reyes Mate), porque “la democracia es incompatible con la noción de enemigo (Juan José Laborda). Este votante reconoce que “el entrelazamiento de los destinos colectivos impide definir nuestro bien como el reverso del mal de otros” (Daniel Inneratity). Está preocupado por la desaparición del nosotros y por la posibilidad de que, a medio o largo plazo, el crecimiento del independentismo en Cataluña provoque una secesión. Desea un “proceso de reintegración de la mayoría de los catalanes en un marco común, con un consenso entre los constitucionalistas” (Juan José Laborda), y a la par está dispuesto a hacer una “interpretación flexible del texto constitucional para mantener consensos básicos” (Ferrán Pedret).
Nuestro votante ha visto con preocupación que un partido como el PSOE durante los ocho meses que ha gobernado, en contra de su mejor tradición, haya coqueteado con el independentismo para sacar adelante los presupuestos. Valora en los socialistas el que supongan un freno importante al ascenso del populismo que ha aumentado en Europa, pero lo preocupa su estatalismo y está incomodo con su uso de la memoria histórica. Tiene algunas dudas de su capacidad de gestionar una nueva crisis económica (tras la experiencia de Zapatero).
A este votante le preocupa también el desmoronamiento del PP como partido esencial en el sistema democrático. Le escandaliza profundamente la corrupción que ha protagonizado, su perfil excesivamente tecnocrático, su falta de apertura a la sociedad. Piensa que ha hecho una gestión positiva pero con grises de la crisis (rescate solo parcial, centrado en el sistema financiero, pero con una España más desigual). El votante tipo valora la emergencia de Ciudadanos como partido bisagra que podría atemperar los extremos, aunque le inquieta su inconsistencia ideológica y sospecha que su estrategia de confrontación en Cataluña no sirve para resolver el problema.
Nuestro votante ama la libertad (económica, educativa y de cualquier tipo), la iniciativa social, reconoce que su sistema de creencias no puede estar garantizado por ningún partido ni gobierno, comparte el consenso socialdemócrata-liberal en política económica, es europeísta, rechaza la estigmatización del inmigrante y es consciente de que España necesita un amplio plan de reformas).
¿Qué puede hacer nuestro votante-tipo? La información de la que dispone no le pone las cosas fáciles. Las proyecciones hablan de un posible bloqueo. Las probabilidades de una mayoría de derechas (PP, Ciudadanos y Vox) son bajas: un 17 por ciento. Los votos a Vox en las circunscripciones de menos de cinco diputados no le dan escaños y se los quitan al PP (factor temporal). La probabilidad de una mayoría de izquierdas sin independentistas (PSOE, Podemos, Coalición Canaria y PNV) es baja pero no tanto: 35 por ciento. Las probabilidades de una mayoría de PSOE con Podemos e independentistas es alta: 75 por ciento. Las posibilidades teóricas de una mayoría PSOE y Ciudadanos es alta, suma en todas las encuestas, pero Ciudadanos ha prometido que no habrá acuerdo con este PSOE (se supone que sí con un PSOE plenamente constitucional).
Si nuestro votante vota al PSOE apoyaría la opción de momento ganadora, la del PSOE con independentistas. Votando socialista deja de lado sus objetivos. Nuestro votante puede optar por Vox en circunscripciones grandes, sabiendo que aumenta la polarización. Tampoco es en realidad una opción muy conveniente para nuestro votante. Como tampoco lo es Podemos. Si nuestro votante opta por el PP, en principio (según las encuestas), decide apoyar a un partido que no tiene opción de gobernar. Su voto quizás pudiera impedir que el PP se hundiera drásticamente como partido de oposición. ¿No puede haber voto oculto? ¿Qué posibilidades hay de que el voto al PP sea un voto a un partido de Gobierno? ¿Qué porcentaje de indecisos podría cambiar su voto estos días y convertir al PP en una opción ganadora? Tenemos pocos datos sobre esta cuestión. Hace un mes un 12 por ciento se debatía entre el PP y Ciudadanos, un 3 por ciento entre PP y Vox, y un dos por ciento entre Vox y Ciudadanos. Estos indecisos no cambian nada porque hacen sumar lo mismo al bloque de derechas. Solo hay un 7 por ciento que duda entre PP y PSOE. Si todos se decidieran por el PP habría sorpresa.
Nuestro votante podría decantarse por Ciudadanos, para que Ciudadanos devolviera a los socialistas al redil constitucionalista. Las decisiones en este caso se tomarían entre dos partidos que dejan fuera a los extremos, pero el votante asumiría entonces el riesgo de consagrar como bisagra a un partido con poca definición y la posibilidad del bloqueo (ha prometido no pactar con Sánchez). Esta última opción en Cataluña incrementa la polarización (factor territorial). En Cataluña, un voto a los socialistas catalanes fomenta la exploración de una tercera vía (puede ser conveniente), resta votos al independentismo, pero fortalece a Sánchez.
Nuestro elector tiene muchos bienes posibles que ponderar. Hay tiempo. Falta una semana. A partir del lunes que viene estará todo el trabajo por hacer.