Un debate que acorta plazos
Estaba claro que el presidente del Gobierno estaba amortizado pero desde la primera intervención hasta la última réplica ha ido haciendo más profunda la fosa en la que se ha sepultado. Ha hecho evidente que no puede hacer nada por un país que está en una situación muy delicada. La fuerza de Rajoy ha consistido en saber simplificar el discurso, en no caer en algunas de las trampas dialécticas que el presidente del Gobierno ha tendido. Zapatero está de salida pero sigue sabiendo dar algunos golpes de efecto, patadas al aire.
Al líder de la oposición le ha bastado recordar las excusas, las promesas incumplidas, la incapacidad para realizar las reformas necesarias, el diferencial de deuda, el nivel de paro, su hábito de echarle la culpa a los demás. Le ha bastado poner cierto énfasis en esos problemas y algunos más para que su petición de que se celebren elecciones cuanto antes sonara como la única solución razonable. Rajoy ha sabido desmontar también con eficacia la acusación de que no colabora y de que no hace propuestas. Ha sabido no ensañarse, eso que tan poco gusta a la mayoría de los españoles.
Severa ha sido la crítica de CiU y del PNV. La resistencia psicológica de Zapatero, su empeño en intentar reconstruir su imagen, es lo único que explica que no haya terminado anunciando elecciones para octubre. Nunca dejó que la realidad cuestionara su proyecto ideológico. Tampoco al final.