Todorov y su resistencia ante el totalitarismo

Cultura · Corrado Bagnoli
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8 febrero 2017
Ha muerto, a los 77 años de edad, Tzvetan Todorov (1939-2017), uno de los intelectuales europeos más relevantes y aclamados, pero paradójicamente entre los menos escuchados en estos años en que la deriva del pensamiento hacia formas de negación de la dignidad humana y su involución hacia la incapacidad de aceptar al otro se están convirtiendo en la clave de la sociedad contemporánea.

Ha muerto, a los 77 años de edad, Tzvetan Todorov (1939-2017), uno de los intelectuales europeos más relevantes y aclamados, pero paradójicamente entre los menos escuchados en estos años en que la deriva del pensamiento hacia formas de negación de la dignidad humana y su involución hacia la incapacidad de aceptar al otro se están convirtiendo en la clave de la sociedad contemporánea.

El último libro de este pensador, nacido en Bulgaria pero establecido en Francia desde la época de su colaboración con Roland Barthes, es un himno a los valores de la libertad y la justicia mediante la celebración de personajes que han afrontado el suplicio y la muerte para defender estos valores hasta el fondo. “Resistentes” es el título de este último acto en un itinerario que se atraviesa toda la cultura del siglo XX y que se cierra aquí recordando las experiencias de Etty Hillesum, Boris Pasternak, Nelson Mandela entre otros, con una advertencia que Todorov siempre ha señalado desde las páginas de sus libros y en todas las ocasiones públicas que ha tenido. Una advertencia que ya expresó de manera admirable en un ensayo de 2007, “La literatura en peligro”, donde recuerda que la literatura, las grandes obras de arte, también deben entrar “en el gran diálogo entre los hombres que empezó en la noche de los tiempos y del que cada uno de nosotros, por insignificante que parezca, sigue formando parte”.

Cuando apenas tenía 24 años, Todorov llegó a París procedente de un país donde el régimen comunista había aniquilado toda forma de libertad intelectual. Él mismo narra su experiencia como estudioso de la literatura en su patria, dominada por el totalitarismo comunista. Decidió sustraerse de las exigencias de la ideología dominante, ocupándose en su tesis de aquellos aspectos que no tenían nada que ver con la ideología, es decir, todo lo que en las obras literarias tuviera que ver con el texto como tal y sus formas lingüísticas. Fue una decisión que le libró de la censura y que le llevó a dedicarse al estilo, la composición, las formas narrativas, en una palabra a las técnicas literarias, obligándole a dejar a un lado lo que en cambio constituye el auténtico valor de la literatura: el pensamiento, los valores expresados en una obra, su significado más profundo.

Ya en Francia, combatió tenazmente las ideas del formalismo que había contribuido a difundir y comienza progresivamente su reflexión sobre aspectos como la relación con el otro, tema dominante en “La conquista de América” (1982), donde pone bajo sospecha el pensamiento colonizador. De 1991 es “Frente al límite”, donde nos pone en guardia ante los horrores del totalitarismo, al que sigue considerando un peligro importante para nuestra sociedad, en absoluto derrotado, precisamente porque lo considera un producto perverso de la sociedad de masas, cuya potencia deshumanizadora nunca ha dejado de crecer.

En todos sus libros, hasta el último, Todorov subraya con fuerza el valor de la voluntad y responsabilidad individuales, incluso en las peores situaciones de abuso y opresión. También sobre el tema del terrorismo se expresó con claridad, sin olvidar nunca que el enemigo no era el otro, que el mal habita en el corazón del hombre, de todo hombre, y que ahí es donde cada uno de nosotros debe combatirlo. “El enemigo también es interior, nuestros demonios nos llevan a parecernos al adversario para combatirlo mejor. Pero aterrorizar a los terroristas significa hacerse como ellos”. Lo que decía Todorov de la literatura, de la que hablaba como una experiencia “cuyo último horizonte no es la verdad sino el amor”, resume en última instancia su inagotable labor de búsqueda siempre orientada a salvaguardar, en todos los ámbitos de su producción, las formas más altas de la relación entre los hombres, a defender el valor absoluto de cada persona concreta.

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