The Black Crowes siguen volando
Para mí ha sido un tonificante reencuentro con la banda de Atlanta, tras una temporada sin prestarles mucha atención, pues me enganchó en la piel su engranaje sincrónico en el que con más o menos naturalidad, van escalonando la entrada a coros con pequeñas melodías de acústicas y eléctricas, violines, armónica, teclados, percusión… toda una orquestación servida en bandeja para la dirección de voz del rotundo Chris, que impone su calorífico torbellino del que se sabe protagonista y que, junto con su hermano, dirige sin fisuras la formación. Demasiado carisma, el de ambos, que les ha alejado durante algunos años para seguir caminos distintos.
Los entusiastas del grupo esperaban más, según se desprende de todos los rincones de internet. Para muchos de ellos, los Cuervos estuvieron muy cerca de abanderar la versión sudista de los Rolling Stones (los llegaron a talonear) cuando comenzaron poderosamente su andadura a mediados de los ochenta, luego concretada en Shake your Money maker (1990) y con The Southern Harmony and Musical Companion (1992), sus dos mejores álbumes. y observan, con pesar, que no han cumplido sus expectativas tras disfrutar de aquel descomunal comienzo.
En mi caso no era así, pues mi relación con ellos ha sido de pocos años atrás, vislumbrando en ellos una originalidad que anda escasa y que me retrotae a otras sobresalientes bandas de rock del sur de los Estados Unidos como Allman Brothers o Lynyrd Skynyrd. Por esta razón, me quedé arrollado cuando comenzó a sonar Jealous again, Share the ride, Downtown money waster, Hotel illness o Morning song… un vendaval condensado de blues, rock, folk y, también, gospel.