Sobre esta piedra

Mundo · José Luis Restán
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28 mayo 2012
La barca de Pedro parece un esquife, me comentaba hace poco un colega. Quizás no tanto como parece (estamos ante la enésima creación de realidad virtual) pero en todo caso, ¿no es una imagen más cercana a la realidad que la de la pompa y el triunfo de otros tiempos? Comparada con las grandes corporaciones, los Estados mastodónticos y las multinacionales, la Iglesia puede parecer una frágil barca en medio del océano. Pensar que de su sufrida existencia dependen el rumbo y el desenlace de la historia no es más audaz que confesar que el crucificado era el Mesías, el Salvador del mundo. Y sin embargo...

Me han preguntado mucho estosdías sobre cómo vivirá Benedicto XVI las traiciones de su entorno, esasensación de mareo en el Vaticano, la tremenda exposición del cuerpo de laIglesia en la feria de las vanidades en que se han convertido tantas veces losmedios. Sólo puedo mirar y escuchar al Papa, con eso me basta. Sé hasta quépunto conoce las inmundicias, la ambición y el afán de poder que también hacenpresa en quienes formamos laIglesia. Y tampoco desconoce la envergadura nada despreciablede los poderes mundanos que la amenazan desde fuera. Sé también con cuántafrecuencia repasa la historia, maestra de la vida, para llegar a mirar con un pocode ironía y un mucho de piedad las tremendas debilidades de los hombres. ¡Tangrande es el hombre, y tan pequeño!, que diría genialmente Peguy.

¿Un esquife?, bueno… León Magnose puso frente a Atila sin otras armas que sus ornamentos sacerdotales y detuvoal bárbaro. Y Pío VI murió en Valence, preso de los revolucionarios franceses.La fuerza y la debilidad de la Iglesia siempre entrelazadas, la frágil barcatantas veces a punto de perder el equilibrio y volcar. Un joven JosephRatzinger nos advertía en el lejano 1970 que "el hombre es un abismo" (¿quédecir del "pobre" camarero que sacaba los papeles del apartamento papal?) pero"la Iglesia no está sólo determinada por el abismo del hombre sino por elabismo mayor, infinito, del amor de Dios". Y entonces los pronósticos de loscínicos pueden fallar, seguramente fallarán.

Es cierto que para lasensibilidad de este gran testigo, de este gran Padre de la Iglesia que esBenedicto XVI, el dolor de verse circundado por ciertas miserias debe serespecialmente agudo. Seguramente a eso se refería el Papa cuando hace pocosdías hablaba a los cardenales de las tormentas de su vida; tormentas por lasque, a la postre, encontraba también motivo para agradecer al Dueño de la viña. Qué cierto resultaaquello que Jesús le anunciara a Pedro tras la resurrección, para que no se hicieravanas ilusiones: "cuando seas viejo otro te ceñirá y te llevará a donde noquieres". Sí, a donde no quieres. Y sin embargo…

La homilía de Pentecostés ha sidoel gesto de gobierno, el testimonio paterno, la palabra de la verdad que elPapa quería dar a la Iglesia y al mundo en esta hora amarga. Sin forzar elgesto, con esa mesura que casi desarma, con la luminosidad tan suya queconvierte un razonamiento en una sinfonía, con los ojos, eso sí, algo máshundidos que otras veces. "Asistimos a eventos cotidianos en los cuales nosparece que los hombres se hacen más agresivos y malhumorados, comprenderseparece demasiado difícil y se prefiere permanecer en el propio yo, en lospropios intereses… En esta situación, ¿podemos verdaderamente encontrar y viviresa unidad de la que estamos tan necesitados?". Y Benedicto XVI remacha quecuando los hombres tratan de usurpar el lugar de Dios corren el peligro de noser ya ni siquiera hombres, porque pierden la capacidad de ponerse de acuerdo,de entenderse y trabajar juntos. Esto puede pasar en cualquiera de nuestrosámbitos y también, claro está, en el Vaticano. 

La herida de los hombres es muyprofunda, bien lo han visto los grandes genios de la literatura de todos lostiempos, y con especial desesperación los de nuestra época. "La unidad puedeexistir solamente como don del Espíritu, que nos dé un corazón nuevo y unalengua nueva", explica el Papa, y para él es una experiencia germinada tanto enla alegría como en el dolor. La Iglesia existe sólo por este don que no cotizaen las bolsas ni sufre la prima de riesgo. Este don que hace sonreír a loscínicos y que incluso parece aburrir a tantos cristianos, eclesiásticosincluidos: "no me vengas con eso, hace falta actuar, limpiar, reestructurar,organizarse…".

Pero el humilde trabajador en laviña del Señor insiste: "sólo el Espíritu nos guía hacia las alturas de Dios,para que podamos vivir ya en esta tierra el germen de la vida divina que estáen nosotros". Así vive Benedicto en medio de la tormenta, con la mirada fija enlas alturas de Dios y los pies bien plantados en el barro de la historia. En estosdías aciagos es él la imagen viva de la verdadera Iglesiade Jesús y no ese mercado de baratijas en que algunos (de dentro y de fuera)intentan convertirla. 

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