Sin experiencia no se entiende el mundo

Editorial · Fernando de Haro
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15 diciembre 2024
Por un lado está lo que nos pasa y por otro lo que pensamos del mundo. Esta disociación cognitiva explica muchas de nuestras reacciones frente a lo que sucede. Es necesario recurrir a la experiencia para entender la realidad que es compleja.

Vivimos instalados en una disociación del conocimiento. Por un lado está lo que nos pasa y por otro lo que pensamos del mundo, de la política, de nosotros mismos. A menudo somos incapaces de aprender de la experiencia. Como dice el pensador estadounidense John Gray, la experiencia “es la condición del progreso” pero huimos de ella para intentar “conservar la cordura negando la verdad que nos mortifica”.

Los ejemplos de lo que Gray llama “disociación cognitiva” se multiplican. No es extraño en estos tiempos que un ciudadano solidario,  que dedica tiempo y dinero a ayudar a los migrantes de su barrio, vote luego a partidos que han hecho de la criminalización de la migración su bandera. Ese ciudadano primero vive, ayuda a los extranjeros, y luego juzga la vida política con criterios que surgen  desde instancias superpuestas. Lo mismo sucede entre los ciudadanos que votan a ciertos partidos porque están muy preocupados del avance del “fascismo”. Esos mismos ciudadanos luego tienen dificultad para encontrar a uno de esos horribles radicales que amenazan el progreso entre sus conocidos más cercanos. La disociación del conocimiento huye de la complejidad de la vida y del mundo, es una forma de desinformación aceptada y en algunos casos buscada que tranquiliza porque simplifica: solo hay buenos y malos, solo habitan el planeta “los nuestros” y los “otros”. La disociación del conocimiento adormece porque busca sistemas de interpretación cómodos.

Esa “disociación cognitiva” explica algunos de las reacciones que se han producido tras la caída vertiginosa del régimen de Al Asad en Siria. Nos parece que el desmoronamiento del tirano apoyado por Rusia y por Irán es algo que sucede “en otra parte” del mundo, en  un Oriente lejano. Cuando estamos hablando de la otra orilla del Mediterráneo.

En 2011, cuando la primavera árabe fue colonizada por el “yihadismo”, tuvimos experiencia de lo cerca que está Siria. Cuatro años después  llegaron a la Unión Europea un millón de refugiados huyendo de aquella guerra. Pero seguimos pensado, a pesar del impacto de la realidad real, que Europa es una isla que puede vivir al margen del mundo.

Resistencia a aprender de la experiencia. Otra muestra: a la llegada de ese millón de personas que huían de la guerra en 2015 la llamamos la “crisis de los refugiados”. Y desde entonces la Unión Europea está presa del pánico por el temor a una “invasión exterior”. Alemania es uno de los países que más extranjeros ha recibido en los últimos años. La opinión publica de ese país piensa que casi todos son refugiados y que no se han integrado. La OCDE ha puesto de manifiesto que la “realidad pensada” es diferente a la “realidad real”. La mayoría de los extranjeros que viven en Alemania proceden de la UE, un 70 por ciento tiene trabajo y un 75 por ciento aprende el idioma en cinco años.

La complejidad de lo que está sucediendo en Siria no cabe en un esquema maniqueo. El régimen de Asad, como se ha confirmado en lo que hemos visto en la prisión de Sednaya, era de una crueldad difícil de imaginar. Pero desde hace diez días hablamos de las milicias que lo han derrocado como “grupos rebeldes”, como si hubieran puesta en marcha una revolución que fuera a instaurar la democracia. Al Jolani, el principal cabecilla de “los rebeldes”, está al frente de Hayat Tahrir al Sham, una organización heredera de Al Qaeda. Sus miembros no han luchado para instaurar un sistema liberal. Y sus mensajes en favor de la moderación y el respeto a las minorías (la cristiana es la más importante) son muy parecidos a los que emitieron los nuevos talibanes cuando reconquistaron el poder en Afganistán en 2021. El país se ha sumido en una noche muy oscura desde entonces.

En Siria han triunfado islamistas apoyados por Turquía, al  que la UE considera “un país seguro”. En principio es una buena noticia que se haya acreditado la debilidad de Irán, Hezbolá y Rusia, los socios de Asad. Pero lo más probable es que el islamismo chiita que sostenía al régimen sirio sea sustituido por un islamismo sunní. ¿Qué papel ha jugado o va a jugar en todo este cambio Israel que ya ha abierto un nuevo frente bombardeando las instalaciones militares de Asad? ¿Cuáles son los planes de Arabia Saudí, muy cercana a Israel en los últimos tiempos?

Es imposible comprender un mundo tan complejo con un esquema de buenos y malos, con una disociación cognitiva que pretenda evitar la complejidad. Precisamente esa complejidad exige más que nunca recurrir a la experiencia.

 

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