Salir a las periferias del mundo

Mundo · José Luis Restán
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31 marzo 2013
Primera Semana Santa con Francisco. En estos días el mundo ha mirado con evidente expectación a Roma, quizás como hacía mucho tiempo; otro asunto es que haya escuchado realmente lo que ha dicho el Sucesor de Pedro. El fenómeno es curioso: una luna de miel mediática con el nuevo Papa como no se veía quizás en cincuenta años, pero también una creciente suspicacia en círculos eclesiales no pequeños, aunque de momento poco activos. Lo curioso es que tanto la luna de miel como la irritación sorda tienen su origen en una construcción virtual. La realidad parece lo único que no importa.

En los días previos a la Semana Santa se ha difundido el texto que leyó el cardenal Bergoglio durante las Congregaciones Generales previas al Cónclave, un texto breve pero enjundioso que desvela el verdadero rostro del Papa Francisco. La homilía de la Misa Crismal, pronunciada frente al clero de Roma, ha sido un primer desarrollo de esos apuntes manuscritos que a todas luces produjeron una auténtica sacudida en el aula. El entonces arzobispo de Buenos Aires afirmaba que "la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria". Y añadía que "cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma".

El Papa Francisco quiere una Iglesia volcada enteramente en la misión, pero además considera que los males que padecen las diversas realidades eclesiales tienen su raíz en el narcisismo, en un estar continuamente plegados sobre los propios problemas. Y pensando en el perfil del nuevo Papa lo definía de este inequívoco modo: "Un hombre que desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de la dulce y confortadora alegría de evangelizar".

En la homilía de la Misa Crismal el Papa explicó a sus sacerdotes de Roma en qué consiste ese "salir hacia la periferia" que es ya una clave de bóveda de su predicación. Francisco ha retado a sus curas a "experimentar" el poder y la eficacia redentora de la fe en las periferias donde hay sufrimiento, ceguera y esclavitud. E introducía una corrección radical sobre muchos estilos pastorales: "No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor… vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás".

A los que piensan que hemos entrado en una fase de relajación o adaptación al siglo les vendrá bien releer este duro pasaje dirigido a los sacerdotes que se convierten en gestores: "De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades". Y esto no tiene que ver sólo con los sacerdotes. Hay muchos estos días que se enfadan o se encandilan porque actúan bien como coleccionistas de antigüedades (sin aceptar que el Señor conduce a su Iglesia a través del oleaje de los tiempos suscitando siempre la sorpresa que nos descoloca), bien de novedades (pensando que el futuro depende de planes estrambóticos que casi siempre conducen a lo que ya advertía el apóstol: no os ajustéis a este mundo).

Todo lo que Francisco dice estos días es la antítesis de una Iglesia concebida como ONG piadosa, tranquilamente asentada en la cultura del relativismo. Por el contrario ahonda en el surco abierto ya por el Concilio y arado profundamente por sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Es importante recordar en este punto lo que dijo el Papa Ratzinger durante su visita a Portugal: contentarnos con lo que ya tenemos es una forma anticipada de morir y que la Iglesia tiene que aprender (y aprende cada día) nuevas formas de hacerse presente en un mundo en permanente cambio, aturdido y altivo pero sediento de Dios.

El Papa Francisco no oculta tampoco que esta misión no será un camino de rosas ni gozará habitualmente del aplauso del mundo (pese a lo que pueda parecer ahora). Lo ha dicho desde el inicio mismo de su pontificado, este camino, la edificación de la Iglesia, sólo puede llevarse a cabo sobre el cimiento de la cruz. Lo repitió ante miles de personas en el imponente marco del Coliseo: "La Cruz de Jesús es la Palabra con la que Dios ha respondido al mal del mundo… una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos esto: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, Él sólo ama y salva".

Francisco ha culminado esta primera Semana Santa con una bella predicación en la Vigilia Pascual, hablando al corazón necesitado de los hombres de nuestro tiempo del Hecho que funda la esperanza cristiana: las mujeres fueron al sepulcro movidas por el afecto y la piedad hacia el Maestro amado, pero bajo el peso de la decepción y la angustia. Quizás como tantos hombres y mujeres de corazón sincero que buscan vivir rectamente pero pensando en el fondo que la marca del fracaso y de la muerte es el sello definitivo de toda aventura humana. Pero al llegar, ese "simple gesto – el ir al sepulcro – se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente". De aquel "acontecimiento" nació esta historia increíble que se llama Iglesia, y que pese a todas las profecías sigue diciendo a todos hoy, por boca de Francisco: "Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura…, y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de Él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en Él, ten la seguridad de que está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como Él quiere". La aventura continúa.

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