Reformar la educación para luchar contra el fundamentalismo
En una serie de artículos escritos al día siguiente del 11 de septiembre, el famoso columnista del New York Times Thomas Friedman señalaba la educación como el arma más eficaz contra el fundamentalismo islamista. “Bin Laden es una cuestión secundaria, pero tenemos que hacerle frente. La verdadera guerra por la paz en esta región –afirmaba Friedman a propósito de Afganistán y Pakistán– es la que se combate en las escuelas. Por eso debemos llevar a término rápidamente nuestras operaciones militares contra Bin Laden y después marcharnos. Cuando volvamos, y debemos volver, tendremos que hacerlo armados con libros y escuelas modernas, no con carros armados”.
Los artículos de Friedman, que le valieron el premio Pulitzer, insistieron durante meses en este tema y el periodista americano acabó poniendo también en su punto de mira el sistema educativo saudí, imaginando una carta abierta donde el entonces presidente norteamericano George W. Bush escribía al gran muftí de Arabia Saudí: “No podemos deciros cómo educar a vuestros hijos, pero podemos deciros que varios miles de niños americanos hoy están huérfanos que alguno de sus progenitores fue víctima de islamistas radicales educados en vuestras escuelas”.
Una vez esfumado el “efecto 11-S”, no se habló mucho más de esto fuera de los círculos académicos, hasta que el avance del Estado Islámico volvió a encender los focos sobre el vínculo entre radicalismo religioso y programas educativos. En Egipto, por ejemplo, durante los últimos años algunos intelectuales han polemizado contra la enseñanza impartida en la mezquita de Al-Azhar, acusada de custodiar y transmitir un patrimonio religioso no muy alejado del que refieren los ideólogos y militantes del Isis.
La cuestión que vuelve a plantearse ahora en Marruecos, después de que en enero se firmara en Marrakech la “Declaración sobre los derechos de las minorías religiosas en el mundo islámico”, un documento que entre otras cosas invita a las instituciones y autoridades educativas musulmanas a realizar “una revisión valiente de los programas educativos para eliminar de manera honesta y eficaz cualquier contenido que incite al extremismo”. A los diez días de la firma de esta declaración, el rey Mohamen VI pidió al gobierno que emprendiera una reforma de los programas y manuales de educación religiosa islámica, asignatura obligatoria en todos los niveles de la enseñanza.
Las palabras del rey desataron un acalorado cruce de opiniones y acusaciones entre los que estaban a favor y los que eran escépticos. El 16 de febrero, Khaled al-Jam‘i publicó en la web de Al-Aoual un artículo titulado “Quién siembra wahabismo recoge Isis”. En realidad, el artículo no habla ni de wahabismo ni de Isis, sino que describe las “miles de horas” de enseñanza religiosa al a que se somete a todo escolar marroquí como un “auténtico adoctrinamiento”, donde “no hay espacio para la discusión, para el pensamiento ni para las preguntas”. Para poner fin a esta situación, Al-Jam‘i propone un replanteamiento radical de la enseñanza religiosa, tomando como modelo la reforma realizada al principio de los años 90 en Túnez por el entonces ministro de Educación Muhammad Charfi, intelectual dedicado a la política y convencido promotor de la reconciliación entre islam y modernidad.
A este artículo respondió Ahmad al-Raissouni, influyente ideólogo islamista del Movimiento de la Unidad y Reforma y del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), actualmente en el gobierno. Raissouni contesta a Al-Jam‘i ciertas referencias impropias a la tradición islámica, le reprocha que no justifique con ejemplos concretos sus ataques a la enseñanza religiosa actual y sobre todo rechaza con un vuelco de la perspectiva la propuesta de reforma según el modelo de Charfi. “¿Por qué –escribe Raissouni– las generaciones que, desde la guardería hasta la universidad, se han formado absorbiendo el proyecto político, cultural y educativo de Charfi, son hoy las más receptivas ante el Isis, y tanto en Iraq como en Siria o en el mismo Túnez son las más agresivas y extremistas? (…) ¿Y por qué los jóvenes nacidos y educados en las sociedades y escuelas europeas se convierten de repente en militantes del Isis o de Al-Qaida?”.
No difieren demasiado de estos los argumentos utilizados en otros dos artículos publicados en el famoso diario marroquí online Hespress. En el primero, el predicador y experto en ciencias islámicas Muhammad Buluz sostiene que los riesgos de radicalización no proceden de la enseñanza del islam sino de su abandono. El autor del segundo artículo, Muhammad Awam, acusa a Al-Jam‘i de ofrecer una caricatura de la sharía y una visión parcial de la razón, reducida de hecho a “razón ilustrada”. Pero añade que la eventual reforma de la enseñanza religiosa solo incumbiría a los ulemas y profesores de esta materia.
Se repiten así los términos del debate que en los primeros años 2000 llevó a la reforma del código de familia (la llamada mudawwana), un paso importante hacia la paridad de derechos entre hombre y mujer. Entonces, la contienda no versaba solo sobre la definición del papel de la mujer, sino que también afectaba a la concurrencia de varios actores que reivindicaban una competencia exclusiva sobre esta cuestión.
Aunque en este caso no está en juego tanto el contenido de los manuales escolares como el lugar del islam en la política y sociedad marroquí.