¿Qué bicentenario de la independencia?

Cultura · Fernando de Haro
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29 noviembre 2009
Fin de semana americano en la prensa española. El País, o sea Prisa, que cada vez mira más al otro lado del Atlántico, dedica su suplemento cultural Babelia  al bicentenario de la independencia con despliegue literario, económico e histórico. El Mundo, que presenta en los próximos días su nuevo sitio en internet en Nueva York, dedica el suplemento económico a Latinoamérica. Como siempre, más fondo cultural en El País que en El Mundo.

El periódico de los polancos toma como referencia para reconsiderar la independencia al americanista John Lynch, director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres. Lynch sostiene que "en la víspera de los bicentenarios de las independencias, España puede argumentar que su imperio en América no fue malvado. Hay muchas cosas de las que puede enorgullecerse: la organización de las instituciones, el desarrollo económico y la educación de los pueblos, entre otras cosas. El descontento de los criollos que generó el movimiento independentista no fue el resultado de tres siglos de opresión despiadada, sino una reacción a la política de los Borbones hacia la región y a los acontecimientos de 1808". Lynch se acerca a las tesis de Francois-Xavier Guerra.

El siempre intrépido e inquieto historiador, formador de historiadores, José Andrés Gallego se fue un día a ver a Guerra a París: se había dado cuenta de que los estudiosos rigurosos que había hecho el franco-español de la independencia americana rompían con el lugar común de un levantamiento antiimperialista. De sus conversaciones salió el proyecto de publicar el libro que editó hace unos meses Ediciones Encuentro, Modernidad e Independencias, que es un referente obligado para el bicentenario. Francois-Xavier Guerra, además de construir paralelismos muy sugerentes entre la Revolución Francesa y la Guerra de la Independencia española de 1808, sostiene que se ha construido una "explicación histórica de la ruptura" apelando a "naciones preexistentes", cuando la realidad fue otra.

Tras la invasión del francés, "todas las fuentes americanas muestran el mismo patriotismo exaltado, la misma fidelidad a Fernando VII, la misma determinación de resistencia al invasor, que la Península. Los americanos rechazan las abdicaciones y declaran en todos los tonos su compromiso de españoles y patriotas". La primera Independencia "no es una tentativa de secesión del conjunto de la Monarquía, sino al contrario, una manifestación de patriotismo hispánico, la manera de librarse de la dominación francesa". Pero Guerra muestra cómo entre 1808 y 1809 se produce una evolución crucial. Al tiempo que en España se dirime una batalla entre el constitucionalismo histórico y el liberalismo revolucionario -con el triunfo de éste último- los españoles americanos reciben un trato que hasta ahora nunca habrían sufrido. La Junta Central, depositaria de la soberanía en ese momento, trata los territorios americanos como colonias, algo que jamás había hecho la Monarquía. "El mismo hecho de razonar en términos de colonias iba contra todo lo que las Indias habían sido siempre en las leyes y en la imaginación de los americanos". Guerra explica que este error y sus consecuencias en sólo dos años producen la "gran desafección".

En sólo dos años cambia el concepto de nación, una buena lección para la España que espera la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. El bicentenario es una buena ocasión para preguntarse si América se independiza con la España liberal y revolucionaria o más bien contra ella.

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