La Utopía de Tomás Moro y ese ´más allá´ que ayuda a no huir de la realidad

Cultura · Elisabetta Sala
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28 julio 2016
Entre los muchos aniversarios célebres que se celebran este año, como los de Shakespeare y Cervantes, también tenemos en 1516 la publicación del libro “Utopía”, de Tomás Moro. Ríos de tinta se han dedicado a interpretar su mensaje: ¿qué quería decir el futuro santo y mártir cuando nos hablaba de una comunidad ideal (y pagana) que vivía según la razón y la virtud? Identificar una respuesta aun parcial exigiría demasiado espacio, así que señalaremos solo dos o tres cosas.

Entre los muchos aniversarios célebres que se celebran este año, como los de Shakespeare y Cervantes, también tenemos en 1516 la publicación del libro “Utopía”, de Tomás Moro. Ríos de tinta se han dedicado a interpretar su mensaje: ¿qué quería decir el futuro santo y mártir cuando nos hablaba de una comunidad ideal (y pagana) que vivía según la razón y la virtud? Identificar una respuesta aun parcial exigiría demasiado espacio, así que señalaremos solo dos o tres cosas.

Primero. Tomás Moro no nos hablaba a nosotros, sino a la Europa de su tiempo. En particular, hablaba a un personaje que seguramente le habría leído pero que no recibía nada bien las críticas, Su Majestad Enrique VIII Rey de Inglaterra.

Segundo. No olvidemos que la descripción del país ideal ocupa solo el segundo libro de la obra. El primero va dedicado a los numerosos males que afligen a Inglaterra (¿entonces?, ¿hoy?), en una crítica muy amarga al sistema social. Tan amarga como veraz, que lleva al autor a enmascararse detrás de un narrador ficticio, el viajante portugués Hytlodeus, que será quien nos describa Utopía. Un narrador ambiguo, su nombre significa “aquel que miente”.

Tercero. Respecto al llamado “comunismo” en Utopía, es verdad. En ese país no existe la propiedad privada y todos los bienes se ponen en común. Pero en esto Moro no fue en absoluto un profeta del comunismo, sino que aplica a la sociedad entera el ideal monástico. De hecho, tenía especial afecto a dos comunidades religiosas, los cartujos y los franciscanos, dos órdenes que el rey persiguió salvajemente.

Para los que quieran profundizar, se acaba de publicar un interesante ensayo de Paolo Gulisano titulado “Un hombre para todas las utopías” que, además de situar la obra en su contexto histórico, la compara a textos de autores contemporáneos, como “El príncipe” de Maquiavelo, o “Elogio de la locura” de Erasmo; y traza el itinerario del género utópico (y distópico) desde los orígenes hasta nuestros días.

El autor parte de la “República” de Platón, pasando por “La ciudad de Dios” de Agustín, pero deteniéndose también en la mitología celta del más allá. Hablando de la herencia de Moro, se centra también en la “Nueva Atlántida” de Bacon, así como en la “Ciudad del Sol” de Campanella, incluso en la “Tempestad” de Shakespeare, que por otra parte era un óptimo conocedor de la obra de Moro, del que se nutrió para su “Ricardo III”. También llega hasta Hobbes y su “Leviatán”, y hasta “Robinson Crusoe”. Tampoco podía faltar Jonathan Swift con sus satíricos y devastadores “Viajes de Gulliver” ni la utopía moderna de Wells, que nos lleva inevitablemente a las distopías tremendas de Huxley y Orwell entre otros. La isla que ya ni siquiera es una isla, sino un estado totalitario que ha transformado el mejor de los sueños en la peor de las pesadillas.

Pero hay una esperanza. Y no solo en “El amo del mundo” de Benson. El ensayo se cierra de hecho con una mirada a un más allá distinto de los inquietantes esbozos del “Nuevo Mundo” o del “Gran Hermano” que nos mira. Nos referimos a los mundos paralelos de Lewis y Tolkien, a su mitopoiesis, que no es huir de la realidad sino justo lo contrario. “Cuando describen su mundo son totalmente serios, no engañan al lector haciéndole entender que, a fin de cuentas, todo es una fábula mientras que el mundo real es muy distinto. Lo más hermoso de esta literatura no es el esfuerzo por ser lo más original posible, sino que identifica las cuestiones fundamentales”.

Respecto al llamado “comunismo” de Moro, este encontró su interpretación más afortunada en el distributismo de Chesterton, una especie de tercera vía entre socialismo y capitalismo, en un intento de fundar una sociedad realmente más justa, no basada en la abolición de la propiedad privada ni en la propiedad exclusiva de ricos y poderosos, sino en una propiedad de todos los bienes realmente compartida por todos. Exactamente lo mismo que sucedía en la isla de Moro.

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