`La piel que habito`, de Pedro Almodóvar
El argumento -que cabalga entre el thriller y el drama- está contado entrelazando pasado y presente con el fin de dosificar la información al espectador y acrecentar el suspense. Robert (Antonio Banderas) es un cirujano plástico de élite que tiene una clínica clandestina para pacientes selectas en su cigarral toledano. Ahora tiene una única paciente, llamada Vera (Elena Anaya), que parece estar secuestrada e incomunicada. La madre de Robert, Marilia (Marisa Paredes), cuida de ella. A medida que vamos conociendo a los personajes descubrimos las razones de ese secuestro y la verdadera identidad de Vera, relacionada con el trágico pasado del cirujano y de su familia.
Pedro Almodóvar demuestra su oficio en esta cinta, y aunque nos brinda algunos momentos brillantes -sobre todo visuales-, parece que está perdiendo esa capacidad de conmover que le caracterizó en el pasado, como si su implicación personal y existencial en el proyecto fuera menor que antaño. No obstante, hay puntos de interés -temáticos y formales- que conviene señalar.
1. La identidad sexual
Esta cuestión pertenece a la columna vertebral del film. Su tesis es que la identidad de un sujeto, como hombre o mujer, no reside en su cuerpo, sino en "algo que se llama, no sé, lo que sea, alma o espíritu, algo intangible y muy difícil de definir, y a lo cual la ciencia no va a llegar". Por ello, que en la película alguien pueda ser operado y cambiado morfológicamente de sexo no significa que le cambie la autoconciencia de su identidad. En este sentido es capital el plano con que se cierra la obra y que no podemos desvelar. Por un lado es interesante que Almodóvar reconozca una ontología no materialista y superadora de cualquier relativismo radical; pero por otro, se trata de un planteamiento dualista, precristiano, que sirve de base a una ideología de género: "yo soy lo que mi alma siente que es, aunque mi cuerpo mienta y diga lo contrario".
Este tema es recurrente en Almodóvar, y ya lo exploró en el personaje de Lola de Todo sobre mi madre. Sin embargo, no se trata de un film "militante", algo fuera del estilo almodovariano, y el transexualismo aquí, lejos de ser una propuesta -recordemos a la Agrado de la antedicha película- es una antipropuesta (de hecho Almodóvar ha aconsejado a los transexuales que no vean el largometraje). Además, la homosexualidad en el film está discretamente representada por el personaje de Bárbara Lennie, y por la extra-cinematográfica condición homosexual de algunos intérpretes del reparto.
2. La paternidad frustrada o ausente
Esta es otra idea recurrente del universo almodovariano. En realidad, lo que siempre está detrás es una visión herida, pobre y mutilada, de la masculinidad. En el film que nos ocupa, el personaje de Robert creció sin su padre; él mismo ha visto frustrada trágicamente su paternidad, y ese hecho le convierte en un monstruo; el personaje de Vicente sólo tiene madre, y podríamos poner más ejemplos que desvelarían demasiadas cosas de la intriga. En cambio las madres que aparecen (como la de Vicente o la de Robert) son "muy" madres, sufridoras, luchadoras, incardinadas en un ámbito de soledad. ¡Hemos visto esto tantas veces en el cine de Almodóvar!
Otro aspecto de este eclipse de lo masculino es el tratamiento siempre negativo de su sexualidad. En esta película -como en casi todas las del director manchego- el sexo que practican los personajes masculinos o es brutal, o es agresivo, doloroso e incluso animalizado. Concretamente, en este film hay incluso dos violaciones. Las escenas de sexo, por ende, no tienen nada de complacientes, son antieróticas y no buscan el morbo del espectador. No responden al uso "comercial" del sexo explícito, y en ello nos recuerda al cine de Pasolini (otro homosexual, curiosamente). Por el contrario, el tratamiento de la sexualidad femenina es mucho más sensual, más erótico, más humano que animal.
3. El Frankenstein de la transgénesis
El moderno Prometeo de Mary Shelley es un referente inevitable en esta cinta. El endiosado Victor de Shelley quería crear vida de la muerte; el postmoderno Prometeo de Almodóvar quiere convertir a un varón en una mujer. Pero a ambos demiurgos de la ciencia moderna les va a salir muy caro su experimento. En sendos relatos hay una voz de la ética y de la conciencia social -aquí encarnada por José Luis Gómez- que advierte de los peligros de dar la espalda a las advertencias de la bioética.
Ya trató este tema Hable con ella, y en ambos casos, la pasión y no un proyecto es la responsable de traspasar los límites. Si Victor quería ser como Dios, el Benigno de Hable con ella sólo deseaba amar, y Robert únicamente busca venganza. La ciencia ficción normalmente tiene un trasfondo más ideológico, más crítico y discursivo -pensemos en Amenabar-; Almodóvar es incapaz de no impregnar todo lo que toca -aun el género más frío- de pasión, melodrama, exceso y visceralidad.
4. Frialdad y exceso
La piel que habito es una película interesante pero se queda corta. Se queda corta desde el punto de vista dramático y del desarrollo y hondura de conflictos. Además es deliberadamente fría, aséptica, distante, y no está claro que ello le beneficie. Todo esto no quiere decir que el film no cuente con los excesos habituales del cineasta manchego, aderezados de su proverbial desinhibición procaz y de sus fetichismos recurrentes.
Se agradecen sus metáforas -por ejemplo sobre la piel, los vestidos como segunda piel, los maniquíes…-, sus juegos con las pantallas de video, que ya uso en Los abrazos rotos-, su momento cómico -el gag de Agustín Almodóvar, coguionista y productor-, la excelente partitura de Alberto Iglesias… Pero el resultado no está a la altura de Todo sobre mi madre, la película que considero más emparentada en el fondo con esta.