“La cultura moderna quiere preservar los valores sin el fundamento que los explica”

Entrevistas · Juan Carlos Hernández
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16 marzo 2021
Conversamos con Joseba Arregi, que afirma que “todos compartimos una base de debilidad, de sufrimiento, de dolor… y desde ahí podemos encontrarnos unos con otros”.

Recientemente hemos asistido atónitos a las protestas contra la encarcelación del rapero Hasél. Más allá de la justa condena a las acciones violentas que se han producido ante tantos jóvenes que se dejan tentar por esta violencia, ¿es justo que nos preguntemos si hemos fracasado en la transmisión de ciertos valores?

Yo creo que eso salta a la vista. El problema es que no es una cosa accidental sino que está en la raíz misma de la definición de la cultura moderna. En estos momentos todas las sociedades modernas están sufriendo de una cierta disociación consigo mismas. En la cultura moderna se ha producido la desaparición de Dios y junto con Dios desaparece también la experiencia del mundo como aquel lugar donde el ser humano está implicado por su propia naturaleza y por su propio cuerpo, y el mundo se percibe como algo misterioso cada vez más desconocido aunque paradójicamente conozcamos cada vez más. El ser humano está disociado de sí mismo. La proclamación de la autonomía del ser humano, la radicalidad de una autonomía que se funda a sí misma, lleva a todas estas aporías y desde luego vivimos un nihilismo profundo que no nos permite tener ni pasado ni futuro ni ver transcendencia. La consecuencia de esta disociación de sí mismo también se ve en la dificultad de encontrar valores comunes ya que al final los valores no son más que aquellos lugares comunes que, más o menos, una gran mayoría admite como vinculantes.

Y con la desaparición de Dios surgen pequeños dioses.

¡Cada vez más! Dios desaparece e inmediatamente el escenario se llena de pequeños dioses, que no los reconocemos porque creemos que nos hemos librado de todos ellos, pero estamos mucho más sometidos que antes.

¿Pero cómo puedo yo, que soy limitado y contingente, proyectar en mí mismo aquello de lo que carezco, es decir, una definición definitiva?

Los jóvenes sufren graves crisis de afectividad, ha surgido en las últimas semanas mucha polémica por el proyecto sobre la ley trans… ¿Todo esto es expresión de esta disociación del hombre de la que hablaba antes?

Por supuesto, las cosas raras no ocurren por pura casualidad, suelen tener sus orígenes y su trayectoria. Es lo que está pasando con la ley trans. Ya no vale la naturaleza, ya no vale el dato biológico sino lo que yo creo a través de mi propio sentimiento y de mi propia identificación. Ese es el debate, ¿pero cómo puedo yo, que soy limitado y contingente, proyectar en mí mismo aquello de lo que carezco, es decir, una definición definitiva? Andamos luchando y para unas cosas vale la naturaleza y para otras no. En un caso la biología es referente y en otro no es referente. Como decía antes, estamos disociados y eso se traduce en todas las divisiones en la sociedad. No sé si es hilar demasiado fino o apuntar demasiado lejos pero el propio fin del bipartidismo, que tanto se celebró, y la creación o surgimiento de nuevos partidos es el fraccionamiento de la sociedad como producto del fraccionamiento del ser humano mismo.

Vivimos en la cultura del selfie y este sujeto disociado además es autorreferencial.

¿La persona a qué se agarra? ¿Dónde están los valores? ¿Dónde están los referentes? Si ya no hay palabras que vinculen más allá de una única persona o más allá de un grupo mínimo. ¿Por qué es tan difícil el diálogo hoy en día? Porque cada uno proyecta en cada palabra el sentido que él le quiera dar, no un sentido que tenga y que le vincule con el otro creando una comunidad de diálogo. El contenido de las palabras no tiene una fuerza vinculante. No hay diálogo posible, no se puede hablar porque estamos disociados unos de otros. No nos podemos entender. Yo pienso, yo opino, yo siento… y todo desaparece detrás de esa máscara del “yo siento”. Y el “yo siento” es inatacable porque es un sentimiento y el sentimiento no se puede argumentar. Eso anula todo diálogo.

¿Se puede mantener esta universalidad, el valor de la igualdad de todos los seres humanos, si desaparece el fundamento en el que se origina?, se preguntaba Habermas

En los últimos años la legislación ha cambiado profundamente, por otra parte se ha dado un gran cambio antropológico en la sociedad. Valores antaño reconocidos como comunes ya no lo son. Pero estos valores ¿son posibles fuera del encuentro con el cristianismo?

Ese es el intento precisamente de la modernidad, de la cultura moderna que quiere preservar los valores que se han desarrollado en la historia de Europa desde la existencia del cristianismo, quiere preservar esos valores sin el fundamento que lo explicaba y del que nacieron, que es Cristo. Cristo en la cruz. Habermas en un discurso recibiendo un premio se preguntó: “Nosotros somos herederos de la ética y de la moral universalista que procede de Jesús el nazareno y de su muerte en cruz. Somos herederos de este ideal de universalidad. Todos los seres humanos somos iguales. ¿Se puede mantener esta universalidad, el valor de la igualdad de todos los seres humanos, si desaparece el fundamento en el que se origina?”. Es una pregunta que se hacía hace muchos años el filósofo. Es la pregunta que queda siempre pendiente. Algunos, los cristianos, creen que no es posible pero tampoco terminamos de acertar cómo hay que pensar a Dios, incluyendo en Dios precisamente la muerte de Jesús en la cruz, que significa la muerte de Dios, y ahí hay un trabajo muy serio que realizar para la teología y para la propia fe cristiana. En el sentido de que yo hace muchos años pensaba que Dios ha querido encarnarse pero los seres humanos no hemos tardado mucho en darle una patada y devolverlo a la trascendencia más lejana posible y hemos hecho de Dios un fantasma. Es difícil pensar dónde está Dios, está en alguna parte siempre a través de Él. Y sin el Cristo crucificado no se puede entender ni pensar en Dios. Y esta es una tarea muy urgente para la Iglesia, para todos los cristianos allí donde estén.

Me ha impresionado mucho la imagen de la monja en las manifestaciones en Birmania que se arrodilla para pedir que dejen de disparar a los manifestantes. ¿Es la gratuidad lo que permite volver a construir un pueblo?

Yo soy un poco escéptico con estos términos de construir un pueblo porque, por lo menos, en el ámbito donde yo vivo y me muevo siempre ha sido construir la nación y ahora se trata de construir un proceso que vaya a descubrir la soberanía colectiva activa y cosas de este estilo en un proceso… no sé si se trata de construir un pueblo o de tratar de crear las condiciones en las cuales Dios pueda ser entendido desde su propia debilidad.

La puntualización que hace me parece muy pertinente porque puedo construir un pueblo de tal modo que me cierre a los otros o puedo construir un pueblo de manera que tenga una propuesta buena para todos. El gesto de la monja que citamos lleva una propuesta buena para todos.

Es para todos los seres humanos, es decir, esa monja está mostrando que Dios es, por encima de todo, la debilidad. Dios ha querido asumir la contingencia del ser humano. Hacerse hombre significa asumir que va a morir y eso es pasar a la nada. Y eso mismo es lo que Dios ha querido para sí mismo. Que no se le entienda sin esa parte, no digamos oscura pero ciertamente sin ese factor estamos hablando falsamente de Dios y esos gestos hablan de ese Dios. A través del gesto está hablando de ese Dios como cuando a un filósofo le preguntaban dónde estaba Dios cuando sucedió el holocausto y respondía diciendo que estaba colgado en la cruz. No hay que recurrir a Dios como alguien que pueda arreglar todas las miserias que hay en la vida humana, está colgado en la cruz, o si está en –por ejemplo– la persona del padre Kolbe. A través de esa debilidad es donde se puede abrir no mi verdad sino nuestra verdad. Todos compartimos esa base de debilidad, de sufrimiento, de dolor, de ser contingentes, de tener que morir… todos compartimos eso. Desde ahí podemos encontrarnos unos a otros y no creyéndonos semidioses, que es lo que pretendemos creernos ahora creando nuestros propios mitos donde la ciencia, la inteligencia artificial, la política… nos va a arreglar todo.

Con la resonancia de sus palabras recordándonos que Dios está clavado en la cruz creo que hay que acabar la entrevista y guardar silencio para madurar lo que hemos hablado.

En estos momentos muchas veces las palabras sobran y lo que tenemos que hacer es el gesto de la monja, dejar hablar a esos gestos y dejar que en otros se vaya abriendo algún resquicio para que pueda entrar el significado de esos gestos.

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