Cartas desde la frontera / XV

La alianza del Sinaí

Escrituras · IGNACIO CARBAJOSA
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30 enero 2023
La alianza descansa sobre aquello que el Señor ha hecho a los ojos de Israel, en favor de su pueblo. Cada vez que el Señor se queje de la infidelidad de su pueblo, volverá sobre este dato: todo lo que ha hecho por Israel.

Querido Pascual,

 

Este domingo estuve celebrando la eucaristía en la Iglesia del Oratorio de Oxford, donde Newman, ya como sacerdote católico, predicaba, y donde Tolkien, algunos años después, asistía a misa. La belleza de una liturgia cuidada, el canto en latín y el amor a la tradición (muy marcado, como señal de identidad frente a la Iglesia anglicana) te retrotraen con facilidad a la época en la que esos dos grandes hombres de fe vivían en esta ciudad universitaria.

Durante la homilía, al sacerdote que presidía la eucarística no se le escapó un detalle decisivo del evangelio de este domingo, que nos presenta el inicio de lo que es llamado “el sermón de la montaña”. Este texto comienza con una frase que puede parecer intrascendente, pero que para el evangelista Mateo encerraba un enorme significado: “Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo” (Mt 5,1-2). El gesto de Jesús de subir al monte, de sentarse para enseñar y de abrir la boca ante una congregación de discípulos para proclamar una nueva ley (las bienaventuranzas), remite con fuerza al mismo gesto que realizó Moisés cuando subió al monte Sinaí, desde donde recibió la ley y desde donde “sentó cátedra” enseñando a su pueblo.

En efecto, es en el Sinaí donde tendrá lugar un acontecimiento determinante para la historia de Israel: la alianza con el Señor y la entrega de la ley. En cierto modo Jesús inaugura su ministerio con la misma pretensión: sellar una nueva alianza proclamando una nueva ley que lleva a cumplimiento la anterior (“habéis oído que se dijo a los antiguos… pero yo os digo”, cf. Mt 5,21-22). Pero detengámonos a estudiar cómo nació la primera alianza y la primera ley, que es lo que nos permitirá, en otra ocasión, entender todo el alcance del gesto de Jesús.

Una vez cumplida la promesa hecha a Abrahán de generar a partir de él un pueblo numeroso, el Señor sella un pacto con ese mismo pueblo: “Vosotros habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éx 19,4-6). La respuesta de Israel es unánime: “Haremos todo cuanto ha dicho el Señor” (Éx 19,8).

“Vosotros habéis visto…”. La alianza descansa sobre aquello que el Señor ha hecho a los ojos de Israel, en favor de su pueblo. Cada vez que el Señor se queje de la infidelidad de su pueblo, volverá sobre este dato: todo lo que ha hecho por Israel. De este modo, la infidelidad es siempre injustificada, irracional. De hecho, la infidelidad es el riesgo que Dios decide correr al identificar su nombre con el de un pueblo concreto que vive en medio del resto de las naciones. Empieza ya la dinámica de la encarnación, por la que Dios se hace progresivamente cercano a través de la elección de personas (en este caso de un pueblo entre los pueblos) a las que se liga de modo privilegiado. La finalidad última es alcanzar a todas las naciones. Para ello empieza la educación de este pueblo étnico, que durará siglos, y cuyo primer instrumento es la ley que le distingue del resto de las naciones.

La entrega de la ley, que sella la alianza, sucede en el marco de una teofanía o “manifestación de Dios”. El Señor se hace notar a través de fenómenos naturales extraordinarios (rayos y truenos, temblor de tierra) que en toda la Antigüedad son signo de la presencia de lo divino. Ante este espectáculo el pueblo siente miedo: “¿por qué hemos de morir?, pues este gran fuego podría devorarnos. Si seguimos oyendo la voz del Señor, nuestro Dios, moriremos” (Deuteronomio 5,25). Y se dirigen a Moisés: “Acércate tú y escucha todo lo que diga el Señor, nuestro Dios, y luego nos dirás todo lo que el Señor, nuestro Dios, te ha comunicado y nosotros lo escucharemos y lo cumpliremos”. (Dt 5,27). Esta escena nos hace entender mejor que el “temor del Señor”, que habíamos definido como “reconocimiento de una presencia incidente que determina la vida”, no deja de tener esa componente de “miedo” o “respeto” ante aquello que es extraordinario, potente, a la vez que incomprensible, características de un Dios que, revelándose a Israel, sigue siendo misterioso e inabarcable.

La escena de la entrega de las tablas de la ley a Moisés (Éx 31,18) ha quedado inmortalizada en muchas obras de arte e incluso en películas que son ya clásicas. No sé si alguna vez te has preguntado por qué se habla de “tablas” y no de “rollos” o de “libros”. Es muy sencillo, el material de escritura en el segundo milenio antes de Cristo eran sobre todo tablas de arcilla fresca sobre las que se podía escribir y que luego se secaban, conservando lo escrito.

El contenido de la ley se despliega en los capítulos 20 a 31 del libro del Éxodo. Se trata del “código de la alianza”, que empieza con el decálogo o diez mandamientos, y que constituye el corazón de la ley de Israel. Sería muy largo intentar describir los pormenores de esta ley. Subrayo solo dos características que son esenciales. Por un lado, se trata de un tipo de legislación que contiene muchos puntos en común con los códigos legislativos de las naciones vecinas, aunque dentro de un profundo contraste estructural. La finalidad de las leyes, su motivación, su origen, está todo permeado por la historia de la relación entre el Señor y su pueblo, que alcanza su culmen con la liberación de Egipto y la alianza en el Sinaí. Una vez más estamos delante de la dinámica de la encarnación: Dios elige un pueblo en medio de las naciones, en una época determinada, con unas costumbres y un derecho consuetudinario compartido con su entorno. Y es ahí donde empieza a hacer presente la novedad que lo divino ha venido a introducir en la historia.

Precisamente por ello, y esta es la segunda característica, a través de estas leyes se puede captar esa novedad. De hecho, Moisés, en el libro del Deuteronomio, exhorta a cumplir los mandamientos porque “esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: «Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación». Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?” (Dt 4,6-8).

Después de una presentación como esta de la ley y de su origen, dan ganas de seguirla… y sin embargo Israel muestra su naturaleza de pueblo rebelde, testarudo, “de dura cerviz”, desde el mismo momento en el que Moisés recibe las tablas. De hecho, mientras Moisés estaba en lo alto de la montaña, el pueblo no estaba precisamente rezando a la espera de la ley… pero eso lo veremos la próxima semana.

Por cierto, dado que más de una vez me has preguntado qué leer, y teniendo en cuenta tu condición de universitario, te recomiendo los Sermones Universitarios de J.H. Newman, donde de un modo siempre lúcido y original muestra la armonía entre la fe y la razón. Para conocer la historia de su conversión a la Iglesia Católica puedes leer la novela con rasgos autobiográficos, Perder y ganar. ¡Aprovecha que has terminado los exámenes para leer un poco!

Un abrazo.

 

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