El retrato de Dorian Gray (O. Wilde)

“Esté siempre a la busca de nuevas sensaciones. No tenga miedo de nada… Un nuevo hedonismo: eso es lo que nuestro siglo necesita. Usted puede ser su símbolo visible”. Lord Henry persuade al joven Dorian Gray, quien en pocos años se convierte en la envidia de la aristocracia londinense, y también, de algún modo, en su pesadilla. El adolescente que en un tiempo “no se había dejado manchar por el mundo” comienza a experimentar la fuerza de las seducciones, al principio de forma sibilina, al final, abiertamente y sin tapujos.
El influjo de lord Henry sobre el joven Gray se hace cada vez más poderoso y los dos aristócratas acaban por abandonarse a toda clase de placeres. Por mucho que pueda parecer moralizante la novela de Wilde, el ideal de lord Henry de una vida independiente, sin límites y autónoma, se presenta con rostros distintos en la historia de cada hombre. No basta un reclamo moral para abandonar una vida miserable. Toda inmoralidad es capaz de presentarse con un aire de superioridad en la vida pública: ´Represento para ti todos los pecados que nunca has tenido el valor de cometer´, le dice lord Henry a Dorian Gray. Dante describe en la Divina Commedia a los tibios (a Dio spiacenti e a` nemici sui), aquellos desgraciados que nunca arriesgaron nada importante en la vida, en una eterna carrera en pos de una bandera que nunca alcanzarán. Más terrible aún que ser un gran pecador, es correr en pos de una bandera (ya sea un pecado o una virtud) que nunca nos atrevemos a enarbolar.
Dorian Gray, en los abismos del infierno, aún es capaz de decir: “Me gustaría ser capaz de amar –exclamó con una nota de profundo patetismo en la voz–. Quiero escapar, alejarme, olvidar´. Quizás ya sea demasiado tarde para ganar, pero al menos, el grito de Gray da inicio a una auténtica carrera.