El intelectual que quería una Iglesia anti-sistema
Sin duda Pasolini es un intelectual como pocos ha habido en Italia durante el siglo XX, porque en realidad la categoría de intelectual se corresponde sobre todo a los grandes intérpretes del periodo histórico que les toca vivir. ¿Quién es el gran intelectual? Aquel que te ofrece un escenario de la historia, que te da las categorías para interpretar los cambios del proceso histórico. Ya no estamos acostumbrados a esto porque ya no tenemos grandes intelectuales en el panorama contemporáneo.
Pero si volvemos al siglo XX italiano, nos encontramos con figuras como Benedetto Croce, Antonio Gramsci, Norberto Bobbio, Agusto del Noce o Giovanni Testori. Pues bien, Pasolini seguramente se sitúa en la estela de estos grandes intelectuales, yo diría que desde un cierto punto de vista podría ser el Marcuse italiano. Quizás hoy el nombre de Herbert Marcuse no resulte familiar para todos, pero para generaciones enteras este pensador hebreo, exiliado desde Alemania a los Estados Unidos, desempeñó un papel de gran importancia. Marcuse fue el teórico del 68. Toda la generación de la contestación encontró en él al profeta, el ideólogo, el intelectual de referencia. Es el filósofo que habla del hombre como “one dimensional man”. Según su interpretación, la sociedad capitalista reduce al hombre exclusivamente a la dimensión económica, todos los demás factores van pasando a un segundo plano, hasta desaparecer. El hombre de una dimensión es el hombre de la sociedad homologada.
Pero a pesar de la notoriedad del filósofo alemán, todos estos temas penetraron en el sentir común italiano gracias a Pasolini más que a Marcuse. Por eso digo que Pasolini es el Marcuse italiano. Incluso Pasolini dio un paso más que Marcuse, porque se dio cuenta de que el progresismo era todo menos progreso, era una ideología funcional si nos fijamos en cómo era utilizado en los años 60 por la nueva derecha tecnocrática.
Respecto al cristianismo, Pasolini se dio cuenta de que la Iglesia no era capaz de medirse con el nuevo poder que estaba emergiendo con gran rapidez en Occidente. La suya es una perspectiva laica, una mirada desde fuera pero con antenas muy sensibles al mundo católico, sobre todo a principios de los años 60, cuando dirige “El evangelio según san Mateo”. Pasolini frecuenta el ambiente de la Pro Civitate Christiana de Asís, se hace amigo de su fundador, Giovanni Rossi. Desde una perspectiva laica, pero no ajena al mundo católico, Pasolini percibe que la Iglesia no está en absoluto preparada para los tiempos venideros. La Iglesia de los años 50 y 60 está a la defensiva, su preocupación es sobre todo de orden moral, y además se concentra en un solo ámbito moral: la ética sexual, las buenas costumbres.
Ante la nueva época cultural que irrumpe mediante los medios de comunicación, sobre todo la televisión, la Iglesia solo juega a la defensiva. No es capaz de hablar los nuevos lenguajes, el suyo es un lenguaje arcaico, retórico, muy usado. La televisión no privilegia el lenguaje de las homilías, es el lugar de la broma fácil, con efecto, habla sobre todo mediante imágenes y ejerce un atractivo mucho más fuerte que cualquier reclamo de carácter moral. Pasolini intuye que la televisión vehicula un nuevo tipo de hombre, tan nuevo que inventa –o reinventa– un término para definirlo: el hombre “homologado”, el hombre de la sociedad de consumo. La imagen que los medios proponen de este hombre nuevo es mucho más cautivadora que una moral eclesiástica hecha por otra parte de prohibiciones, que aparece como censora, totalmente obsoleta.
La moral es derrotada por la estética, esta es la genial intuición de Paolini. El Jesús de “El evangelio según san Mateo” puede leerse en este sentido como una respuesta a los nuevos tiempos. Pasolini es uno de los pocos cineastas italianos que consigue realizar un Jesús digno de tal nombre. El director laico y no creyente llega a representar a un Cristo que puede afrontar el nuevo desafío estético-mediático.
No en vano, en uno de sus editoriales más famosos, recogido luego en sus “Escritos corsarios”, Pasolini invita a la Iglesia a pasar a la oposición. La Iglesia podría ser una “guía grandiosa” pero no autoritaria para aquellos que rechazan el nuevo poder consumista, un poder estructuralmente irreligioso, totalitario, violento, falsamente tolerante y en realidad más represivo que nunca, corrupto, degradante. Es el rechazo al poder consumista lo que a sus ojos debería caracterizar a una Iglesia capaz de volver a sus orígenes.
Esta gran intuición pasoliniana, aunque expresada de forma apocalíptica, nos lleva a la situación actual de la Iglesia. No quiero decir que el Papa Francisco esté actualizando la profecía de Pasolini, pero personalmente no tengo ninguna duda: el intelectual italiano estaría fascinado por la figura de un Papa decidido a desvincular a la Iglesia de los poderosos para volver a los orígenes, una Iglesia libre para comunicar el mensaje evangélico y no esclava, como él decía, de “un poder que la ha abandonado de modo tan cínico, con el propósito de reducirla sin contemplaciones a puro folclore”.