El infierno después de Gadafi

Nada se da por sentado. La caída del dictador es un éxito contradictorio para la Comunidad Internacional y para Europa. Ya nadie puede darse el lujo de pensar que el proceso de transición hacia la democracia en Libia va a ser fácil. La Comunidad internacional, y especialmente la Unión Europea, tienen una enorme responsabilidad con el pueblo de Libia: la de favorecer la reconciliación nacional en un corto tiempo. Tenemos que construir instituciones a toda prisa que tengan en cuenta la fragmentación política y cultural. La Unión Europea tiene a la obligación de aumentar su influencia para construir una paz que tenga como punto de partida el respeto de los derechos humanos.
El sistema político de la Yamahiriya, el "régimen de las masas", creado por Gadafi en 1975 era sólo un eslogan sin sentido. De hecho, la suya era una dictadura. El gran reto de este país es construir instituciones capaces de involucrar a los ciudadanos y celebrar cuanto antes elecciones. La Unión Europea y las Naciones Unidas deberían estar disponibles para ayudar en la construcción de la democracia, sin querer imponer nada a un pueblo que ha estado oprimido durante cuatro décadas.
El Consejo Nacional de Transición debe ahora asegurar a su pueblo lo que el dictador Gadafi siempre le ha negado: el respeto de los derechos fundamentales que el viento de primavera árabe se ha comprometido a llevar a la orilla sur del Mediterráneo. Ya hace algún tiempo que el presidente del gobierno provisional Jalil anunció que Libia quiere ser un país musulmán moderado. Creo que esto es crucial, no sólo para el futuro de Libia, sino también para el futuro de todos en el escenario de los países mediterráneos.
Europa debe tomar la iniciativa en Libia. No para escribirle a los libios su Constitución, sino simplemente para repetir ante ellos lo que creemos, nuestra comprensión de la democracia.