Después de la sorpresa, aumenta la tensión

Mundo · Damian Bacich
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19 noviembre 2016
En la mañana del 8 de noviembre, día de las elecciones presidenciales, fui a un taller para arreglar mi coche. Mientras me preparaba para pagar la cuenta, el dueño del taller me interpeló sobre las elecciones de ese día. Era un inmigrante de Asia meridional, y estaba lleno de entusiasmo por decirme que había votado a Trump. Según él, Trump iba a cambiar el gobierno, que iba a poner aranceles sobre los productos chinos, y para colmo iba a echar a los inmigrantes ilegales. Y no sólo eso, sino que todos sus amigos, todos, habían votado a Trump.

En la mañana del 8 de noviembre, día de las elecciones presidenciales, fui a un taller para arreglar mi coche. Mientras me preparaba para pagar la cuenta, el dueño del taller me interpeló sobre las elecciones de ese día. Era un inmigrante de Asia meridional, y estaba lleno de entusiasmo por decirme que había votado a Trump. Según él, Trump iba a cambiar el gobierno, que iba a poner aranceles sobre los productos chinos, y para colmo iba a echar a los inmigrantes ilegales. Y no sólo eso, sino que todos sus amigos, todos, habían votado a Trump.

Esta conversación no tuvo lugar ni en Texas ni en Michigan, sino en California, en Silicon Valley para ser precisos, el centro tecnológico de los EE.UU. En ese momento supe que la elección iba a estar reñida, todo lo contrario de una victoria fácil de Hillary Clinton. Sin embargo, no me esperaba una victoria de Trump, y para la gran mayoría de mis conciudadanos, el resultado de las elecciones fue una verdadera sorpresa. El área metropolitana de San Francisco es uno de los lugares más progresistas del país, y para muchas personas que viven aquí, las tendencias parecían apuntar a un progresismo cada vez mayor a nivel incluso nacional, y por lo tanto una victoria de Hillary era obvia.

A pesar de lo que dijo el dueño del taller, los datos demuestran que los votantes californianos apoyaron a Hillary Clinton de forma abrumadora. Y sin embargo, siguen siendo idiosincráticos. Votaron, por ejemplo, para legalizar el uso recreativo de la marihuana, así como para reafirmar la pena de muerte. En la parroquia católica a la que asisto, los feligreses estaban divididos entre quienes votaban Clinton y quienes votaban Trump. Algunos votaron por Trump, o porque creían que era el menor de dos males, o porque confiaban en sus declaraciones de apoyo al movimiento provida. Otros apoyaron a Hillary Clinton porque querían ver a una mujer en la Casa Blanca o bien porque tenían miedo de lo que Donald Trump podría hacer si llegara a la Casa Blanca. Un buen número, insatisfecho con cualquiera de las dos opciones, votó por candidatos de terceros. Todos tenían sus razones, y todos estaban de acuerdo en que querían salir de una campaña electoral tan crispada y pesada. Tras la derrota de Hillary, muchos católicos que votaron por Trump han expresado alivio, ya que representaba una continuación de las políticas de la administración Obama, sobre todo en temas de libertad religiosa. Mientras que otros, partidarios de Clinton, expresaron consternación por que alguien tan crudo y abiertamente despreciador de las minorías y de las mujeres pudiera llegar a la posición más poderosa en el mundo.

Las divisiones ideológicas han favorecido un aumento de la tensión. Ha habido protestas en lugares como Berkeley y Los Ángeles, y en los campus universitarios. Llegan noticias de episodios de violencia. Ambas partes denuncian ataques: parece que entre algunos la elección se ha convertido en una excusa para desencadenar agresiones a aquellos que representan una ideología diferente a la suya.

La sensación más palpable, sin embargo, es la de incertidumbre. La pregunta más compartida entre todos, tanto los que apoyaron a Trump como los que no lo hicieron, es si el presidente electo cumplirá con sus declaraciones durante la campaña. Y nadie está más interesado que el gran número de inmigrantes latinoamericanos, muchos de los cuales son indocumentados. La mayoría tiene familiares y amigos que viven con un avivado miedo de ser deportados o sometidos a los efectos de la ley. Muchos son jóvenes: en virtud de un programa federal que comenzó en 2012, más de 700.000 adolescentes indocumentados proporcionaron sus datos personales al gobierno a cambio de permiso para asistir a la universidad y trabajar en los EE.UU. Si el presidente Trump revoca o elimina este programa, estos jóvenes se quedarán expuestos a posibilidades reales.

Por el momento, nadie sabe cómo será la presidencia de una administración Trump. Algunos esperan que se dedique a realizar su promesa de introducir cambios reales, mientas otros esperan que su experiencia como empresario le llevará a decisiones razonadas y prácticas. Algunos temen un nuevo autoritarismo y otros, que todo siga igual que antes. Para todos, la elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos nos ha funcionado como una lupa, poniendo las esperanzas y los miedos de cada uno en un foco nítido. En las próximas semanas y meses la realidad nos revelará cuáles de ellos son bien fundados y cuáles no.

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