Caravaggio en Madrid

Anticipo de resurrección

Cultura · Elena Simón
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6 septiembre 2011
La Deposición de Cristo de Caravaggio ha sido cedida a Madrid por los Museos Vaticanos, con mediación de Benedicto XVI, con motivo de la celebración en Madrid de la Jornada Mundial de la Juventud. Es la Obra Invitada del Museo de Prado y forma parte de un recorrido temático en torno al ciclo de Cristo con otras catorce pinturas máximas. Se puede ver hasta el 18 de septiembre.

Esta pieza de altar excepcional, de grandes proporciones, 2×3 m., fue realizada por Michelangelo Merisi (1571-1610), pintor milanés conocido como Caravaggio por el pueblo donde vivió durante su niñez. Tenía 31, de los 39 dramáticos años que vivirá, cuando reciba este encargo de Girolamo Vittrici para la iglesia romana en reconstrucción de Sta. Mª Vallicella, conocida tras la obra como Chiesa Nuova. La capilla para la que fue pintada se cedió antes a la familia de Pietro Vittrici por su colaboración económica en este templo del siglo XII, medio derruido, cedido a San Felipe Neri para la instalación de su recién aceptada Congregación del Oratorio. Al santo atribuía Pietro una excepcional curación, y vivía dentro de su carisma. Murió sin ver aquel recinto concluido y su heredero y sobrino Girolamo hizo de ella una capilla funeraria en su memoria, encargando personalmente este cuadro del Descendimiento a Caravaggio.

Nuestro pintor, a pesar de las críticas a su intenso naturalismo, era la vanguardia en Roma, y su manera una revolución pictórica que rompía radicalmente con el idealismo renacentista.

En el siglo XVII todavía lo más importante para un artista era hacer valer el asunto del cuadro y Caravaggio buscaba intensificarlo con su impactante ejecución técnica claroscurista, de completa austeridad para los fondos sobre los que se recortan personajes y objetos símbolo. Solo estaba interesado por hacer una pintura en presente, tanto en sus bodegones como en las mitologías, con los rostros concretos de la realidad. Pero fue al género religioso al que dedicó la máxima intensidad de su quehacer, a pesar del escándalo social que producían sus dramáticos modelos, sacados de los bajos fondos. Precisamente por ello fue valorado como un auténtico revolucionario de la pintura por expertos en arte como el Cardenal del Monte.

En la composición del cuadro cada personaje se mueve en una disposición diferente, de la quietud reposada de Cristo a la intensidad expresiva de María Cleofás. Merece comentario aparte el Cristo muerto. La grandiosidad de su aspecto corporal iluminado con fuerza, sin rastro de sangre, que expresa la importancia de este cuerpo potente en el que no se percibe la corrupción de la muerte. Con el brazo inerte sobre la "piedra angular", señala la planta, símbolo de vida, que crece frondosa. Se avecina el triunfo sobre la nada, verdadera oscuridad para el hombre, para Pietro Vittrici, para Caravaggio, vencida por la potencia del Espíritu que resucitará a Cristo, primicia de los demás hombres. Toda la intensidad de dolor en este cuadro es el grito por nuestra nada. En esta capilla se expresa la aniquilación física que es la muerte, el último y más potente de los enemigos, compartida por el Hijo, a través de su voluntario sacrificio personal, para su vencimiento escalofriante por la Resurrección.

En 1797 Napoleón, tras la conquista de Italia, la exigió como parte del botín para su Museo parisino. En 1817, vueltas las aguas a su cauce, fue devuelta a Roma pasando a la Pinacoteca de Pio VII, y luego a los Museos Vaticanos como una de sus piezas más valiosas.

En 1797 Napoleón, tras su paseo militar por Italia, la exigió como parte del botín para su museo parisino. Fue devuelta en 1817, pasando de la Pinacoteca de Pío VII a los Museos Vaticanos, donde hoy es una de sus piezas más valiosas.

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