Actualidad de Pasolini, su respuesta al Poder único

Cultura · Giovanni Maddalena
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16 julio 2009
Entre 1973 y 1975, Pasolini escribió en el Corriere della Sera una serie de artículos, los Escritos Corsarios, que tienen muchos análisis sociológicos, pero sólo un gran tema  filosófico: el Poder. Así, escrito con una letra mayúscula. El Poder ha logrado una conquista "milenaria", una "revolución antropológica" a través de un consumismo "homologador" que se afirmó en los años 60 gracias a la televisión y la infraestructura. Junto con las luciérnagas, el símbolo de Pasolini para designar un mundo vinculado a la realidad, el Poder hizo perder un idioma, una cultura, a la Iglesia y muchas otras cosas que afirmaban la singularidad de cada hombre y sus raíces en su pueblo. ¿En nombre de qué? De un hedonismo violento y totalitario, "más que el facismo", que manipula los deseos, que sólo deja una plana y desolada tristeza. 

Más allá de las polémicas de la época -el papel del Partido Comunista, las máscaras democristianas, las escaramuzas entre los intelectuales de la izquierda- veamos si hay algo original y necesario en el análisis de Pasolini. Según la introducción de la edición de Garzanti, a cargo de  Berardinelli, Pasolini no descubrió nada nuevo. La fuerza homologadora de la sociedad de masas ya la habían denunciado los estudiosos de la Escuela de Frankfurt (Marcase, Marx y demás). Pasolini descubrió solo, existencial, lo que todos habían dicho en teoría. Si sólo fuera así, los Escritos Corsarios serían un patético documento, en el sentido etimológico del término.

Es cierto que el factor existencial cuenta. Pasolini no fue sólo un burgués intelectual: "sé bien, querido Calvino, cómo se desarrollara la vida de un intelectual. […] Lectura, soledad en el laboratorio, por lo general círculos de unos pocos amigos y muchos conocidos, todos intelectuales y burgueses. Una vida de trabajo y, básicamente, respetable. Pero yo, al igual que el Doctor Hyde, tengo otra vida". Por esta sufriente apuesta existencial, Pasolini frecuentaba otros ambientes y vio que había ocurrido algo distinto de lo habitual.

El Poder siempre ha existido, pero el punto de inflexión que denunciaba Pasolini es el hecho de que este Poder, que siempre se había manifestado en el corazón de cada uno (el ídolo de la Biblia) y en formas políticas autoritarias (las dictaduras del siglo XX), ahora se mostraba en su forma última. Un Poder único que tiene como naturaleza manipular el deseo del hombre y hacerle creer -lo recordaba Foucault- que es ese deseo el que da vida. En la visión apocalíptica de Pasolini el Poder está escrito con mayúscula porque es el dios de hoy, y es el último dios: la mentalidad a la que todos somos, servimos y que nos da forma a todos -incluso físicamente todos somos idénticos-, que todos construimos con nuestra colaboración no sin que alguno se beneficie (quizás hay alguien que decide). El Poder único y apocalíptico sería el único descubrimiento "teorético" sobre el que merecería la pena seguir discutiendo. 

¿Pasolini tenía razón? ¿Qué decir de hoy, treinta años después de los Escritos Corsarios? Como predijo, los fascistas y anti-fascistas ya no existen, enterrados por la  uniformidad del deseo que ya les dominaba, lengua y cultura están del todo homologadas. Los deseos están homologados. La globalización e internet han completado la labor de la televisión. Tal vez la más profunda obra del Poder único es la de haber convencido a todos de que no puede y no debe haber un significado exhaustivo por el que valga la pena sacrificarse. La destrucción de la integridad del deseo provoca una vida fragmentada en zonas y sectores (de cualquier tipo: progresistas, conservadores, católicos, musulmanes, etc.) nunca totalizadores. Tal vez Pasolini se sorprendería al ver que la ética, en la que él confiaba un poco, se ha convertido en la panacea para todos los males, ya sean los de la crisis económica o los del gobierno. Pero si hay un Poder único, ¿no es ético por definición?

¿Existe una alternativa? En  los Escritos Corsarios hay algunas ideas para la Resistencia (mayúscula contra mayúscula): ser leales a ciertas evidencias ("sin sentido común la racionalidad es fanatismo"), encuentros verdaderos y humanos, luchar contra el nominalismo ("yo vivo en las cosas"). Sólo entonces podemos vivir esa alegría que el Poder homologador odia: "¿No es la felicidad lo que cuenta? ¿No es por la felicidad que se hace la revolución?".

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