Cuatro lecciones
¿Por qué tengo que darle gracias a Benedicto XVI? Intento pensar en ello con sencillez e higiene, como él hace, sin dar las cosas por supuestas ni adornarlas.
Para empezar, por consolarme tras la muerte de Juan Pablo II. Cuánto desconcierto teníamos tras la muerte del Papa Magno, como esos discípulos de Emaús que volvían a casa confusos tras la muerte del Señor. Y vino él, el menudo Ratzinger, y nuestra confusión cesó. Era el amigo de Wojtyla, su gran apoyo teológico, el que había conversado con Habermas y, con él al frente, volvimos a encontrar una casa. Han sido siete años y hemos recuperado la confianza hasta el extremo de esperar ahora con paz un nuevo Pontífice.
Durante este tiempo, Joseph Ratzinger ha demostrado una fuerza y un valor impropios de un hombre de su edad. Ha tirado de la manta en asuntos que exigían tanto amor a la verdad como los pecados de pederastia y abusos sexuales. Más de uno pensaba –y no parecía errado- que el escándalo era peor que intentar compensar a las víctimas con discreción. Pero Ratzinger demostró que la verdad es más constructiva y, una vez destapados nuestros pecados, nos mira con ternura y nos anima a caminar hacia la santidad. Con él he redescubierto la sinceridad y la transparencia.
En tercer lugar, para los que amamos por igual la fe y la razón, Benedicto XVI ha sido el punto álgido de este diálogo histórico. Es el Papa que ha demostrado que la racionalidad máxima pasa por la fe. El que nos ha hecho sentir orgullosos frente a los pensadores más exigentes. El papa universitario en el sentido profundo de la palabra.
Finalmente, tengo que agradecer a Joseph Ratzinger el ejemplo del abandono total a Jesús. Con él he aprendido que ni el Papado merece idolatría. Que el cristiano sólo se debe a su Señor. Y que, cuando la vida da las señales finales y la Iglesia necesita fuerza y vigor físicos e intelectuales, es posible dar un paso atrás y renunciar a todo. Ese desasimiento, esa falta de respetos humanos falsos o de intereses mundanos, esa libertad es el gran regalo final.
Muchas gracias de corazón. Qué lección de vida.