El México que está por hacer
Es innegable, aunque a una buena parte de votantes de PAN les cueste admitirlo, que en las elecciones del pasado 1 de julio se ha registrado un importante trasvase de votos del PAN al PRI. Una masa indeterminada de electores que demandan estabilidad, seguridad y prosperidad ha otorgado su voto a un partido que, durante doce años, ha tenido la oportunidad de prepararse. Éste es un comportamiento propio de las clases medias que se han forjado con esfuerzo y trabajo y que han aprovechado el crecimiento económico para ascender social y económicamente hasta conseguir que sus hijos lleguen a la Universidad. Ese amplio sector social, que es del que procede Josefina Vázquez Mota, no se adhiere ideológicamente a los partidos y se rebela contra las prácticas clientelares. Por eso es intercambiable, bascula desde el PAN al PRI y decide por razones de tipo funcional.
Mientras el país cambiaba, el PAN, el partido que por tradición histórica y doctrinal debía haber hecho posible la transición institucional, ha demostrado que llegó a Los Pinos sin hacer su propia transición interna. El PAN se forjó en la resistencia y, en este sentido, la sociedad mexicana le debe un lugar destacado en su historia. Pero, mirar hacia el futuro obliga al PAN no a definirse por relación a quien fue su contrario, sino a afirmarse desde su esencia. Uno de los problemas del PAN es de identidad. Algo similar, salvando las distancias, le ha ocurrido al centroderecha español. Y mientras el panismo no resuelva este problema no parece que pueda convertirse en alternativa de gobierno.
México requiere políticas serias de distribución justa de la riqueza, avances en materia de libertades y derechos, acometer una profunda reforma educativa que garantice la promoción social de los más desfavorecidos, fomentar la integración real de las minorías indígenas. Una reforma social de este calado sólo puede acometerla con éxito un partido interclasista, reformista, moderado, integrador y amante de la seguridad jurídica, el imperio de la ley y la estabilidad institucional. Uno de los mayores problemas institucionales de México es la ausencia de un Estado de Derecho fuerte. El PAN tenía el deber histórico de promover y fomentar su instauración. Todavía es tiempo si, y sólo si, el PAN que salga de la profunda reflexión a la que le obliga el resultado de las urnas y el PRI de Enrique Peña Nieto aceptan que la normalidad institucional en México requiere de un pacto de transacción para la transición.