El mito de Sísifo y las elecciones generales
Tras las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015- las primeras que se convocaron tras agotarse por entero la legislatura-, irrumpieron dos nuevos partidos en España, Podemos y Ciudadanos. Hoy no queda rastro de ninguno de ellos, pero sí han ayudado a aumentar la desafección con la clase política, y con la Política, de muchos españoles.
Estos partidos, lejos de instaurar una política pactista y centrada, fueron una variable más de la inestabilidad, en su afán por poner tierra de por medio respecto del PP y del PSOE, poco interesados, todo hay que decirlo, en ceder espacios a los nuevos rivales. Sin llegar a la italianización de la política española, la inestabilidad se llegó a instalar con aires de normalidad, tal vez por venir de la mano de la esperanza, el cambio, la regeneración, la promesa. Mucho Juego de Tronos o House of Cards y poca Canción Triste de Hill Street, poca calle.
¡Qué incautos a las promesas somos los electores! Son tan importantes nuestros deseos, que los partidos políticos se rifan a los gurús, esos “genios de la lámpara”, para que no cejen en su empeño de interpretar o, en el peor de los casos, inculcar en las mentes de los potenciales votantes, deseos de colores (azules, rojos, morados, verdes, naranjas…).
En aquellas elecciones de 2015, el Partido Popular obtuvo la mayoría de los escaños, siendo la lista más votada, con 123 diputados, pero perdió la mayoría absoluta, al caer 63 respecto a las elecciones de 2011, cuando obtuvo 186. Podemos obtuvo 69 diputados (12,69% de los votos) y Ciudadanos, 40 diputados (13,94% de los votos). El PSOE apenas logró 90 diputados, mientras que en 2011 había conseguido 110. Empeoraba Pedro Sánchez sus resultados.
Ante este reparto de escaños sus señorías no fueron capaces de alcanzar acuerdo alguno sostenible en el tiempo, a pesar de que el PSOE y Ciudadanos sumaron su fuerzas, con 130 escaños, en torno a 200 medidas de gobierno. Rivera se estrenó como partido bisagra. Pacto insuficiente para llegar a los 176 escaños necesarios.
Cuando vinieron los meses más floridos de Madrid, a finales de abril de 2016, Su Majestad el Rey, Felipe VI (hay quien dice que González fue el sexto Felipe), no logró proponer a candidato alguno para la presidencia del Gobierno, pues ninguno tenía apoyos suficientes de la Cámara. Se produjo una negociación muy mediática, demasiado para las conversaciones palaciegas. ¡Cómo disfrutó de su papel de reparto el “antisistema” Pablo Iglesias, nacido y criado en la Universidad pública!
Ante la incapacidad para formar gobierno se repitieron los comicios el 26 de junio de 2016, para choteo de la Nación. Las segundas elecciones en 6 meses, y las volvió a ganar el Partido Popular… Esta vez, con Rajoy de nuevo “al frente” (que no es necesariamente liderar), con 137 escaños y depurando toda forma de responsabilidad política ante una corrupción de orden muy menor y localizada, a diferencia de los EREs, por ejemplo.
Aunque el Partido Popular recuperó 14 escaños en estas segundas elecciones, sin embargo, necesitaba de aritmética parlamentaria para seguir en el gobierno aplicando sus políticas de centro derecha.
El PSOE, que ya obtuvo un mal resultado antes, empeoró, pues obtuvo apenas 85 escaños, dejándose por tanto 5. Podemos quedó con 71 escaños y Ciudadanos apenas con 32. Realmente, fue una especie de segunda vuelta electoral. Tan malos fueron los resultados para el PSOE, que, a Pedro Sánchez, pocos meses más tarde, el 1 de octubre de 2016, su Comité Federal le tumbó, en un sainete de Zarzuela digno del maestro Chapí. Fugado del PSOE, y como soldado de fortuna, sobrevivió.
No hubo terceras elecciones, y sí mucha responsabilidad en la abstención del PSOE, que permitió un gobierno del Partido Popular, en minoría, controlado absolutamente por las Cortes. Antonio Hernando, llegó a decir en la tribuna, que su apoyo no era de gobierno, sino de investidura, para desbloquear.
La sentencia del caso Gürtel que no condenó penalmente al Partido Popular, sino, como citan los diarios de la fecha, a abonar 133.628,48 euros por los actos electorales llevados a cabo en Majadahonda y 111.864,32 por los de Pozuelo de Alarcón, tuvo un efecto demoledor. Provocó que mediante un tweet Albert Rivera dejase de apoyar al gobierno de Mariano Rajoy, legitimando por tanto lo que fue la moción de censura del llamado gobierno Frankenstein.
El 1 de junio de 2018, tras un año y medio de estabilidad, el PSOE planteó una moción de censura contra el minoritario Gobierno de Rajoy. Pedro Sánchez fue investido presidente gracias al apoyo de Bildu, de Nueva Canarias, de Unidas (las izquierdas) Podemos, del Pdecat, de ERC, de Compromís y, ¡Oh sorpresa!, del PNV.
El PP ya en la oposición, y con una sensación de haber perdido la cartera, en 2018, vio como Pablo Casado ganó el Congreso del Partido Popular pasando a ser su presidente.
La legislatura de la moción de censura terminó. 18 meses después de su comienzo, Pedro Sánchez decidió convocar elecciones. La XIII legislatura comenzará celebradas las elecciones generales del 28 de abril de 2019, que ganó un PSOE con 123 escaños, quedando el Partido Popular segundo, con solo 66 escaños, pero aún por encima de Ciudadanos con 57 escaños. Podemos, por su parte obtuvo 42 y Vox, emergente se quedó con 24 escaños
Esta XIII legislatura fue bien corta puesto que el 10 de noviembre de 2019 volvió a haber convocatoria electoral. El gurú Iván Redondo pensaba que el PSOE subiría, pero en cambio, se dejó 3 escaños. En cambio, el efecto Casado supuso que el PP sumara 23 escaños, quedando en 89, y despegándose de Rivera. Vox subió 28 escaños alcanzando la tercera posición con 52 escaños. Podemos perdió 7 quedándose con 35. Ciudadanos se quedó con los actuales 10 diputados.
Ante la imposibilidad de pactar con el Partido Popular (¿se equivocó Pablo Casado, como pienso yo, ahora, y como apunta veladamente en su libro Esperanza Aguirre “Sin Complejos, 2021”, al permitir la reedición de la coalición “Frankenstein”?), es historia reciente que Pedro Sánchez pactó con Podemos y los independentistas, y que obtuvo el apoyo de Bildu (los presos se acercaron, la Guardia Civil de Tráfico salió de Navarra…).
Hoy venimos por tanto de aquí, estos son los lodos y estos son los polvos. Por tanto, se comprueba que de 2015 a 2022 hemos vivido una etapa tumultuosa de la política española donde ciertamente se ha producido una polarización y una dispersión del voto dificultando la estabilidad que daban las mayorías absolutas de antaño -la última del Partido Popular, en 2011-, implicando un alto coste en todo caso para las instituciones y utilizando las elecciones (su adelanto, los pactos y las mociones de censura) y las políticas ultra-ideologizadas, como las de la identidad, como instrumentos partidistas para la consecución y mantenimiento del poder, sin que hubiese una cultura del encuentro, de acercamiento, de diálogo, para la búsqueda de amplios consensos en torno a las más importantes políticas de estado (educación, sanidad, inteligencia artificial, Marruecos, Ucrania, estabilidad de precios, deuda pública, fondos europeos, defensa…) y los retos a los que se enfrenta España y por extensión, la Unión Europea a la que pertenecemos.
Como Sísifo, parece que la democracia española, o su pueblo, estuvieran condenados a subir una pesada carga hasta la cima de una montaña, de elección en elección, para acto seguido, comenzar nuevamente la tortuosa y sufrida subida, sin esperanza alguna.
En cambio, bien podría ser el momento de que surgiera un sentido de cordura en torno a las cuestiones que afectan y preocupan a la mayoría de los españoles (estabilidad laboral, precio de la vivienda, precio de las cosas, oportunidades de empleo, educación y sanidad de alta calidad, calidad de las instituciones).
Un movimiento reformista que cabalgaría las famosas dos Españas (la azul y la roja, la centrífuga y la centrípeta, la europea y la americana, la rural y la urbana), como un desultor del mundo clásico, que era un jinete muy diestro y que saltaba de un caballo a otro, mientras los jamelgos competían, precisamente, en los juegos Panatenaicos, que todos los años tenían lugar en el mes de Hecatombeón, es decir, entre finales de julio, y primeros de agosto.
España, los españoles, debemos elegir a nuestro desultor. Hoy día, Feijóo tiene las cualidades políticas adecuadas para serlo.
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