Tenía razón Stalin

Y no es sólo el cataclismo de Japón. Es la anunciada primavera árabe que ya se pudre en los campos libios, la gangrena del narcotráfico que arrasa generaciones enteras en América Latina, la caza de los cristianos en Pakistán o la nueva intolerancia que surge en tantos recodos de la sociedad occidental, tan supuestamente abierta y desprejuiciada. Por decir sólo algunos ejemplos. Y la pregunta que surge frente a todo esto es siempre la misma: ¿para qué sirve la fe?, ¿qué nos ha traído realmente ese Jesús del que nos habla Benedicto XVI en su último libro?, ¿no será la nuestra, en resumidas cuentas, una bella historia que, como tantas, termina en fracaso?
El desconcierto de los hombres de todos los tiempos frente al curso de esta historia (incluido el de los cristianos) parece un leit-motiv del pensamiento de Joseph Ratzinger: "¿por qué no te has opuesto con poder a tus enemigos que te han llevado a la cruz… por qué no les has demostrado con vigor irrefutable que eres el Viviente… por qué te has manifestado sólo a un pequeño grupo de discípulos, de cuyo testimonio tenemos que fiarnos?". Y podríamos seguir con un rosario de acuciantes preguntas: ¿por qué no protegiste a Shabhaz Bhatti, por qué no embridaste el tsunami salvaje, por qué permitiste la traición de tantos sacerdotes, por qué has dado campo libre a los tiranos que afligen a los pobres? Es la misma irritación de Judas (estoy cansado, tu Reino no llega), el mismo escándalo de Pedro (Tú tienes que vencer, lejos de Ti padecer en la cruz).
Para responder a este cúmulo de preguntas y sentimientos no basta una salida devocional o escatológica. Hace falta un punto de anclaje en la realidad de cada día, una senda que recorrer, una documentación histórica de la victoria del Resucitado. Eso sí, su victoria será siempre distinta de lo que habríamos imaginado nosotros. El Papa piensa en estas cosas, vaya si las piensa. En su visita a la parroquia de san Maximiliano Kolbe quiso expresar la respuesta de Jesús a ese malestar que recorre la historia: "Mirad lo que he hecho, no he hecho una revolución cruenta, no he cambiado el mundo con la fuerza, sino que he encendido muchas luces que forman, a la vez, un gran camino de luz a lo largo de los milenios". Un gran camino de luz que se puede datar, jalonar, documentar. Una cadena con nombres y apellidos en cada eslabón, hecha de una humanidad que no han podido doblegar todos los poderes de la tierra. Desde la primera comunidad del Cenáculo hasta las pobres parroquias de la devastada costa japonesa, que se aprestan a socorrer a todos con sus escasos recursos, pero sobre todo con la comunicación de una esperanza invencible.
Hace pocos días he leído el comentario benévolo de un experto en neurociencia, según el cual Dios habría sido un recurso interesante para asegurar la supervivencia de muchos individuos, sin embargo no podía aportarnos nada en absoluto a la hora de conocer la verdad del mundo. Es completamente al contrario. Si Dios desaparece del mapa, por más ilustradas que sean nuestras convenciones, sólo pueden dominar el sinsentido y el caos. La exigencia de verdad y de justicia de cada hombre, triunfador o víctima, quedaría condenada al vacío más espantoso. El hombre aspira a una alegría infinita pero donde no hay Dios no se concederá. Entonces podremos diseñar ingenios que traspasen nuestra galaxia, pero no entenderemos nada de nuestra propia vida.
Cada uno de nosotros tiene necesidad de curación, como vemos cada mañana al asomarnos a la ventana. La tiene el japonés que lo ha perdido todo y el madrileño que toma un café antes de abordar una jornada opaca. Jesús no vino con la espada del revolucionario, ni con un plan contra las catástrofes naturales. Él asumió sobre sí todas las catástrofes para dar a cada uno la curación que necesita. Y al levantarse de la muerte ha introducido "un rayo de luz que crece a lo largo de los siglos, un rayo que no podía venir de ningún simple ser humano, un rayo a través del cual entra realmente en el mundo el resplandor de la luz de Dios". Sólo hay dos posibilidades: participar sencillamente en este reguero de luz, o asumir, contra nuestro propio corazón, el vacío y la náusea como respuesta. Quizás no sea sólo ironía que el Papa se haya retirado de la escena simplemente para rezar.