La empresa que piensa en la persona

Mundo · Giorgio Vittadini
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13 junio 2019
La economía debería volver a plantearse como una ciencia humana, y no debería sonar paradójico. Llevamos al menos veinte años hablando de sostenibilidad como una traducción ampliamente compartida y desideologizada del bien común. De hecho, con este concepto se quiere afirmar que, en una sociedad democrática, la economía no solo debe funcionar sino también garantizar equidad y justicia social a las generaciones futuras y al medio ambiente.

La economía debería volver a plantearse como una ciencia humana, y no debería sonar paradójico. Llevamos al menos veinte años hablando de sostenibilidad como una traducción ampliamente compartida y desideologizada del bien común. De hecho, con este concepto se quiere afirmar que, en una sociedad democrática, la economía no solo debe funcionar sino también garantizar equidad y justicia social a las generaciones futuras y al medio ambiente.

Han pasado casi sesenta años desde la afirmación de uno de los grandes nombres del pensamiento liberal, Milton Friedman: “La única tarea de una empresa es la de hacer buenos negocios”. Una visión que solo tiene en cuenta las exigencias del mercado e ignora todas las implicaciones sociales, económicas, humanas en general, que la actividad empresarial comporta en el territorio en el que actúa.

La duración de la crisis que estalló en 2008 está sacando definitivamente a la luz las limitaciones de esta perspectiva y la enfermedad sistémica que ha desatado, alimentada por el sector financiero y la llamada “felicidad de los accionistas”, para quienes los mecanismos económicos no se hablan con los políticos, los financieros ya no se ponen de acuerdo con los económicos y además las dinámicas sociales los retrasan, haciendo que todo el sistema pierda vigor.

En un escenario tan complicado, ¿qué significa volver a poner al hombre en el centro? ¿Cómo ir más allá de meras declaraciones de principios? Sin duda habrá que reconsiderar el valor del trabajo, su dignidad, recuperando y renovando también la función que desempeñan los sindicatos. Un desarrollo sin empleo sería un atentado a la dignidad de las personas. “El dinero no se gana con dinero” sino con un trabajo que debe ser digno, como recuerda insistentemente el papa Francisco.

Estamos hablando de uno de los puntos centrales de la cuestión económica. Es un tema que extrañamente se suele descuidar, cuando se trata de la naturaleza y función de la empresa. Lo señalaba recientemente Emanuele Cusa, profesor de derecho comercial en la Università degli Studi Bicocca de Milán, hablando de los límites de la “monocultura capitalista” y las ventajas que podría suponer un “polimorfismo empresarial”. El modelo de empresa afirmado durante los últimos treinta años no es capaz de perseguir el desarrollo económico en una democracia. Pero este modelo sigue siendo dominante, aunque no es el único previsto por el ordenamiento, que contempla también formas empresariales que no imponen la búsqueda del máximo beneficio como objetivo principal sino unas ganancias justas unidas al pleno empleo, al desarrollo de la comunidad y del territorio, y a la tutela del medio ambiente allí donde la empresa trabaja.

Resumiendo: existen empresas sociales, cooperativas sociales, sociedades de ayuda mutua, innovadoras start up con vocación social, cooperativas comunitarias, empleados de banca dedicados a financiación ética y sostenible, todas ellas realidades que podrían gozar de beneficios institucionales y aportar grandes ventajas a la colectividad, porque se dedican sobre todo a maximizar la ocupación y no el beneficio, movidos por un ideal de cohesión y sensibilidad social.

Pero sería un error pensar que solo este tipo de empresas garantizar el desarrollo económico en un sentido humanista. Hay empresas que tienen beneficios y que trabajan igualmente en la distribución de la riqueza, la cultura, los servicios, la democracia y sobre todo el empleo, cada vez más cualificado. Tenemos un ejemplo en el inventor del ordenador personal, el famoso “modelo 101”, de Olivetti, que trabajaba mediante sociedades de acciones pero decía que la fábrica no solo debía pensar en ganar beneficios sino en adoptar prácticas como atraer y conservar a trabajadores cualificados, reclutar mano de obra de manera no discriminatoria, invertir en la educación y formación permanente de los empleados, introducir criterios rigurosos en materia de salud y seguridad.

¿Cómo se ha llegado a teorizar sobre una empresa que solo deba dedicarse a ganar dinero? Lo que ha pasado es que las finanzas probablemente han triunfado sobre la economía real.

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