Editorial

Diferencias que no son insalvables

Editorial · Fernando de Haro
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29 agosto 2016
Este martes debate de investidura. Esta semana no habrá, con toda probabilidad, Gobierno. Pero es una buena noticia que se celebre el debate. Y lo es por varias razones. En primer lugar, porque supone que Rajoy ha aceptado el encargo del Rey y se pone en marcha el mecanismo institucional que permite, si fuera necesario, unas terceras elecciones.

Este martes debate de investidura. Esta semana no habrá, con toda probabilidad, Gobierno. Pero es una buena noticia que se celebre el debate. Y lo es por varias razones. En primer lugar, porque supone que Rajoy ha aceptado el encargo del Rey y se pone en marcha el mecanismo institucional que permite, si fuera necesario, unas terceras elecciones. El artículo 99 de la Constitución española no contempla la disolución de las Cortes sin que se haya producido un debate para elegir presidente del Gobierno. Hubiera sido una anomalía tener que haber arbitrado un mecanismo específico si no se hubiera producido la derrota de un candidato. Rajoy, que no lo tenía claro, ahora está dispuesto a fracasar.  Y lo está por que se ha convencido de que puede ser rentable para un segundo intento dentro de unas semanas. El candidato a presidente del Gobierno, y esta es el segundo motivo por el que es bueno que haya debate de investidura, llega al Congreso con un amplio respaldo de 170 diputados. Le faltan seis votos a favor o diez abstenciones. Una mayoría casi suficiente después de nueves meses sin Gobierno. Rajoy ha mostrado cintura política para sumar a sus 137 diputados, los 32 de Ciudadanos y el diputado (a) de Coalición Canaria. El voto en contra de los socialistas retrata una voluntad de bloqueo ampliamente rechazada por los electores del PSOE y por una amplia parte del partido. Será más fácil en un segundo intento.

La investidura se celera después de un pacto del PP con Ciudadanos. Es un buen pacto, aunque con toda seguridad casi ninguna de las medidas que contiene será aplicada. Hace falta una mayoría con la que no cuentan las dos formaciones en esta legislatura. Pero tiene un alto valor simbólico y en su contenido indica una dirección en la que trabajar. El PP es un partido que no lograba ningún acuerdo nacional para la formación de Gobierno desde 1996, desde la primera legislatura de José María Aznar. Se había convertido en una formación aislada y algo rígida. Los compromisos entre PP y Ciudadanos, que ya se firmaron el año pasado en las Comunidades Autónomas, ahora llegan al ámbito nacional. Las 150 medidas que incluye el acuerdo suponen para el PP, de hecho,  reconocer que en la pasada legislatura cometió errores. Algo que no se suele hacer en la política española. La disposición a corregir las medidas de amnistía fiscal, de revisar la política educativa o el complemento salarial para los sueldos más bajos, también la dación en pago para aquellos que no puedan pagar sus hipotecas,  son todas ellas fórmulas que corrigen el triunfalismo que de su propia gestión hacían los populares. Vienen a decir que no todo lo hicieron bien, que no se puede hacer ajustes sin tener en consideración el sufrimiento social. El acuerdo además indica tareas pendientes: es necesario limitar la partitocracia en el gobierno de los jueces, emprender una reforma electoral para elegir de forma directa a los alcaldes y para aumentar la proporcionalidad, es necesario revisar la regulación del mercado laboral que sigue siendo desastrosa. Y así un largo etcétera. Sin duda se podrían haber incluido otras. Pero lo importante es haber dejado claro que el PP puede corregir, que en política se puede llegar a acuerdos y que este pacto, aunque diferente, tiene muchos puntos en común con el firmado hace unos meses entre los socialistas y Ciudadanos. Un motivo más para dejar en evidencia que el no de los socialistas no tiene un contenido programático sino táctico. Triste táctica la que pone los intereses de un partido o de una persona por delante de las necesidades de un país.

El acuerdo con el que el PP y Ciudadanos llegan a la investidura, así como el acuerdo en su momento firmado por Ciudadanos y el PSOE ponen de manifiesto que no hay diferencias insuperables para reconocerse en ciertas políticas, al menos en los tres partidos de centro. La desunión, las “diferencias insalvables” son consecuencia de una postura previa. La identidad de los dos partidos mayoritarios, débil porque no tiene un contacto fluido con la vida social, se afirma buscando productos ideológicos opuestos a la marca con la que se compite. Pero lo que hoy se defiende con el cuchillo entre los dientes mañana puede ser relativizado, lo importante es garantizar un posicionamiento conflictivo. La aparición de un partido bisagra en un momento de necesidad, en este caso Ciudadanos, ha puesto de manifiesto que el conflicto es consecuencia de una identidad frágil, virtual. Las necesidades reales del país permiten, si no prevalece una asfixiante ideologización, el entendimiento.

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