La hora de los líderes, la hora de la política

España · José Manuel de Torres
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15 octubre 2014
La política española está en horas bajas. Y la clase política española aún más. Lo que algunos políticos y medios de comunicación progresistas vienen a identificar como “la casta” o “el sistema” atraviesa ante la opinión pública el peor de sus momentos desde la ya lejana vuelta de España a la democracia parlamentaria y desde aquellos años modélicos de la Transición en los que el pueblo español supo elegir a unos representantes capaces de ejecutar –de la Ley a la Ley– un tránsito sin rupturas ni violencias de una dictadura a una democracia representativa, tránsito paradigmático que se estudia en muchas Facultades de Ciencia Política del mundo.

La política española está en horas bajas. Y la clase política española aún más. Lo que algunos políticos y medios de comunicación progresistas vienen a identificar como “la casta” o “el sistema” atraviesa ante la opinión pública el peor de sus momentos desde la ya lejana vuelta de España a la democracia parlamentaria y desde aquellos años modélicos de la Transición en los que el pueblo español supo elegir a unos representantes capaces de ejecutar –de la Ley a la Ley– un tránsito sin rupturas ni violencias de una dictadura a una democracia representativa, tránsito paradigmático que se estudia en muchas Facultades de Ciencia Política del mundo.

Es verdad que el tiempo político parece haber cambiado sin remedio. La desaparición física de políticos de la talla de Adolfo Suárez o de la envergadura de Manuel Fraga y el hundimiento ético en la conciencia colectiva de los españoles de otras figuras en su momento referentes de la ciudadanía, como el hasta hace poco tiempo Molt Honorable Jordi Pujol, son los últimos eslabones desdibujados de una época que se pierde ya sin remedio en lontananza difuminándose sus siluetas en un pasado cercano que ahora pareciera antiguo, casposo y remoto. Y es que la memoria es frágil.

Si a todo ello sumamos el cambio en la jefatura del Estado con el advenimiento del Rey Felipe VI y el alejamiento voluntario del Rey Juan Carlos I, con sus affaires de por medio y con el eco minoritario pero estruendoso de los republicanos, es evidente que nos movemos ya en un espacio-tiempo totalmente diferente, ante una generación de españoles radicalmente distinta y ante unos momentos y necesidades genuinamente nuevos que, en principio, parecieran reclamar fórmulas novedosas e imaginativas para mantener la esencia fundamental: el proyecto compartido de una nación que existe, que es y que se llama España. “Hoy, como ayer, ni mejor ni peor, pero seguramente distinto”, sería el resumen apresurado de lo que nos pasa.

Si además repasamos someramente los casos de corrupción política –FILESA, AVE, Banca Catalana, “tres por ciento”, Gurtel, falsos ERE y cursos de la UGT, dinero de los Pujol, tarjetas B de Caja Madrid… y un larguísimo etcétera de desmanes y mangancias– que han atravesado y aún atraviesan transversalmente la sociedad y el sistema de partidos español, el panorama no puede ser más pesimista y desalentador para la exhausta ciudadanía y menos halagüeño para el sostenimiento futuro de la democracia española tal como la hemos conocido hasta la fecha.

Y sin embargo, la solución, por muy paradójica que parezca, no puede venir sino desde el propio ámbito de la política, desde la propia democracia, desde la propia ley superior que es la Constitución española y desde la propia ciudadanía que ejerce legalmente sus derechos. Es la hora, pues, de reclamar a la política y a los políticos dos cuestiones básicas esenciales: liderazgo real y virtudes cívicas y morales para la construcción social de algo tan ecléctico para algunos como es el bien común. O sea, no un bien particular o exclusivo de una casta o de una clase política vista maniqueamente como privilegiada e injusta, sino un objetivo loable y tan simple como que realmente exista un Bien superior que se contraponga a un Mal inferior, y que ese Bien afecte colectivamente a una mayoría de los españoles. Y además, bajo la legalidad constitucional.

Por ello y para ello es vitral concitar nuevamente ante la opinión pública la esperanza en la política como verdadero factor de cambio social, y en el liderazgo político como la genuina capacidad real de las personas adecuadas para cambiar las sociedades dentro de la ley y de la democracia liberal representativa. Es la hora, pues, también, de poner en valor la ejemplaridad, la honradez, la sensatez y el liderazgo políticos, y de hacerlo enfrentándose a los charlatanes y a los problemas reales de los españoles sin retroceder ante los compromisos contraídos en los programas electorales, sin desfallecer ante los envites y embates del nacionalismo desagregador, y sin cálculos especulativos ni encuestas demoscópicas de gurús políticamente correctos que yerran más que aciertan. El voto útil se ha convertido ahora en el voto más inútil y la ciudadanía ya lo sabe y está dispuesta a demostrarlo en las próximas elecciones.

España necesita liderazgo. España necesita nuevos líderes a la izquierda y a la derecha de su espectro político que sean capaces de ilusionar y de guiar a la mayoría silenciosa que no quiere aventuras políticas imposibles, pero tampoco desea desventuras económicas, ni corrupciones al por mayor ni mentiras como forma de comportamiento político habitual. La encrucijada es enorme y arriesgada, estamos en un momento clave de nuestra historia como nación: es la hora de la política, es la hora del liderazgo.

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