Tolstoi. El grito y las respuestas
Aparte de un grandísimo escritor, Tolstoi fue un maestro del pensamiento indiscutible, un punto de referencia para millones de personas en Rusia y en todo el mundo. ¿De dónde venía la fascinación que provocó en hombre como Gandhi, Rainer Maria Rilke, el doctor Schweitzer, Pasternak o Pascoli, entre otros?
En su doloroso camino humano, en sus grandes obras maestras literarias, así como en sus escritos periodísticos, en su vasta actividad educativa y social, en su búsqueda religiosa por el cristianismo y otras religiones, Tolstoi propone una y otra vez los grandes temas de la vida y de la muerte, de la verdad y de la vida “buena”, humana. Su búsqueda es la de un “europeo culto de nuestros días”, a través de la crisis de la conciencia moderna, las ideas de la Ilustración y el racionalismo, que sufre continuamente la tentación de la cerrazón ideológica, de la reducción del cristianismo a doctrina moral, hasta negar la divinidad del hombre Cristo. Pero al mismo tiempo nunca llega del todo a sofocar su presentimiento del misterio. En la raíz del drama de Tolstoi se plantean algunas decisiones fundamentales: una idea de razón que admite el misterio o una razón que pretende arbitrar la realidad; un cristianismo como acontecimiento o una serie de reglas que respetar, un laicismo, habitualmente arrogante y presuntuoso, que contradice la aguda exigencia de la “laicidad”, esto es, una experiencia cristiana que encuentre en sí las razones de la consistencia de la fe.
Al lacerante grito de Tolstoi, que llega a alcanzar tonos blasfemos, se contrapone una Iglesia que no sabe responder a esta herida con el ardor desarmante del anuncio evangélico: en 1901 el hereje Tolstoi quedará incomunicado, y es entonces cuando Rusia se alza contra el decreto del Santo Sínodo, la opinión pública del país se pone del lado del rebelde, la Iglesia queda calificada como “oscurantista”. Tolstoi morirá “en el camino”, el 20 de noviembre de 1910, en una estación de tren, después de una rocambolesca fuga de casa, después de permanecer durante dos días en la puerta de un monasterio sin atreverse a entrar, y sin que los monjes se atrevieran a dar ellos el primer paso; sin reconciliarse por tanto (al menos de forma visible) con la Iglesia.
Las tensiones de su tiempo, que en Tolstoi encontraron uno de sus símbolos, en el pensamiento de Vladimir Soloviev generan la figura del Anticristo, que verdaderamente podía ser superado y que de hecho se convierte en la ocasión de la victoria final de Cristo, en el momento en que los cristianos aceptan el desafío para salir de la muerte en vida de un cristianismo apagado y descubrir y testimoniar la verdad que coincide con la Persona viviente de Cristo.
El drama de Tolstoi se convierte en el símbolo del drama de toda una nación, de toda una Iglesia. Pero también está en la raíz de su catarsis. Porque, de la confrontación con su experiencia y con sus preguntas, nace en el seno de la Iglesia rusa primero la intuición de Soloviev y luego toda una generación, donde destaca Pavel Florenski, de mártires y confesores de la fe.