Sed de Centro.

España · Angel Satué
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13 junio 2015
Sed de centroEn la España contemporánea, jamás ha existido nada equiparable a la democracia cristiana italiana, que dominó la política italiana desde los años 40 hasta los años 90. Es cierto que las circunstancias fueron distintas, y durante el tiempo que en la bota italiana gobernó la DC, en la piel de toro, se citaba para la historia una dictadura, que nació del terrible pecado cainita.  

En una segunda fase, con la descomposición del experimento centrista, se podría decir que el PSOE sacó mejor provecho que AP, y se nutrió, por un tiempo, de una amplia clase media, acostumbrada a que el estado resolviera sus problemas, mientras este le daba una libertad de todo tipo, también moral, a la que no acostumbraba el hombre de a pie. Era mejor una borrachera de libertad que una borrachera en la cárcel. Esto es claro. Lástima que las dictaduras no acostumbren a educar en parcelas de libertad y responsabilidad, pues otro gallo hubiera cantado en 1982. Sería entonces una dictadura muy extraña, casi tan extraña como la china, que aúna todo lo malo del comunismo y de la economía de mercado – un mercado intervenido y planificado, ajeno al hombre-.

En la actualidad las bases del PSOE y del Partido Popular –éste último aseado y reformado en 1989-, concentran básicamente aquel espectro sociológico, que va desde el centro izquierda de orden y que hasta procesiona en Semana Santa, hasta ese centro derecha que aúna en una botella el vino de mesa y a Franco, cuyo retrato sale de las despensas, a modo de gracia, en bodas, bautizos y comuniones.

Ese amplio centro, que a veces pendula hacia el PSOE y a veces hacia el PP, sin problema alguno pues se trata de un votante muy desideologizado, que solo pide que no le roben y que gestionen bien, y que el PP llegó a atraer en amplias mayorías absolutas desde 2000, se debate en la duda de si votar al PP, al PSOE, a Ciudadanos, a UPyD, a otros partidos minoritarios (incluso VOX, Ecos del Siglo XXI, partidos locales, agrupaciones vecinales,….), o no votar o votar nulo.

Delante, un PP estatalista a-español,  del que a duras aflora una propuesta de España en la sociedad global ni siquiera en Europa, de modelo social aglutinante y mucho menos de hombre, pues es favorable a la ideología de género, a la ley de memoria histórica, a acabar con el matrimonio de siempre, a convivir con un aborto como derecho, incapaz de hablar de España a los españoles, ni de perseguir a los terroristas pero tampoco de apostar por la generación de espacios de reconciliación de frente en contraposición al tiro por detrás, que relega las humanidades…Tal vez se saben depositarios de “los valores de la España de siempre”, luego ¿cómo proponer lo de siempre, que es aburrido, cuando es mejor cambiar, y si es a tontas y a locas, mejor?

En el PP no se llega a perder la afición a un estado todopoderoso, por los viejos tics conservadores. En el PSOE, se han echado en brazos de los antes llamados movimientos libertarios, en temas de moral y cambio social, que en buena lógica se alienan con los estatalitas pues requieren del poder coactivo del estado para transformar la realidad. Libertarios ecosocialistas bolivarianos y chavistas. Pura chispa. Pura vida.

Y aquí entra el hombre de centro y trascendente. Surge en clara oposición a la derecha conservadora española, amiga de privilegios, y a las nuevas clases pujantes descreídas, que también lo son, estatalistas, arribistas y centralistas en lo político -se puede ser centralista y profundamente localista-; y ante una débil derecha liberal, básicamente en lo económico, que deifica el mercado. Surge también frente a un socialismo sentimentalista que otorga franquezas, derechos y libertades como en la tómbola, que por abrazar causas imposibles, hace imposible la convivencia social -pues se habla de nuevo de lucha, de clases, de asaltos, eso sí, yendo todos a una, como en Fuenteovejuna-.

El hombre de centro tiene pocas certezas en la vida. Pocas no quiere decir que sean poco relevantes. De hecho, la única certeza por la que vive y muere el hombre verdaderamente de centro, comprometido con su realidad más próxima, es que le encantaría promover y ayudar a conseguir el bien común y el cambio, en todo caso, personal.

Tiene una limitación, que hace que todo el proceso vaya lentamente, fluya pausado, y es que sabe que no podrá ser ni por cualquier medio ni contra nadie.

Para ello sabe que habrá de acercarse al extraño, al diferente, y comenzar un dialogo entre iguales, donde desde el más profundo respeto y asombro por la otra persona, y el hecho de su existencia, y a pesar de los despareceres, comenzar a desmontar prejuicios, ideologías e increencias, buscando puntos de encuentro y de inicio de una relación sostenida en el tiempo.

El hombre de centro solo puede basar sus certezas en la libertad que le da el amor infinito de Aquel que vino al mundo a morir y a resucitar, para mostrarnos las posibilidades del amor.

El hombre de centro sabe que si de él dependiera todo este juego sería imposible, acaso posible unos instantes, pero que ese amor misterioso por el diferente, un amor que no es humano, solo es posible sostenido por un amor mucho más excepcional y grande, capaz de destruir los límites del tiempo y del espacio. Es Jesús de Nazaret el que permite esto. Es el resucitado el que permite el diálogo.

Son momentos de una democracia cristiana española, en un partido o tal vez en varios, centrista, centrada, basada en un modelo de convivencia contrastado, pontonera y no zapadora.

En la España contemporánea, jamás ha existido nada equiparable a la democracia cristiana italiana, que dominó la política italiana desde los años 40 hasta los años 90. Es cierto que las circunstancias fueron distintas, y durante el tiempo que en la bota italiana gobernó la DC, en la piel de toro, se citaba para la historia una dictadura, que nació del terrible pecado cainita.  

El mundo de “lo católico” en España quedó absorbido por el régimen autoritario nacionalcatólico del general Franco, con todas sus consecuencias. Éste logró aglutinar, sin entrar en los medios, en torno al Movimiento Nacional y estructuras paralelas, a prácticamente toda la derecha sociológica española, al tiempo que se cercenó todo intento de sociedad civil independiente del Estado-Gobierno (el Sistema).

Esta misma derecha sociológica, que para entendernos era más o menos creyente, más o menos de orden y más o menos propietaria, pero sobre todo española y tranquila -y algo desactivada políticamente-, ya en democracia, se descompuso, yendo a parar mayoritariamente a la UCD, quedando el PSOE y AP como destinos secundarios.

En una primera fase, simplificando mucho, para parte de aquella derecha, el PSOE fue el destino de justicia social para falangistas, idealistas y joseantonianos y, AP, para los franquistas y conservadores nostálgicos y católicos. En todo caso, estatalistas todos y bastante clericales, muchos, aunque fuera en apariencia. Feligreses de un Estado omnisciente confundido –craso error- con la propia España, y mucho peor aún, con los españoles.

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