Reparación para volver a empezar

Editorial · Fernando de Haro
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20 noviembre 2022
No habrá paz sin un proceso que haga posible una cierta reparación. La reparación nunca consiste en recuperar lo perdido sino en recibir un bien que permita recomenzar.

¿Estaría dispuesto a dar la vida por lo que considero justo, por la libertad? La pregunta que nos hacíamos todos en febrero resurge. Vuelve a aparecer cuando un bombardeo o alguna noticia especialmente dramática nos saca de la distracción y nos recuerda que en Ucrania se libra una guerra contra la invasión de Putin. Después de 100.000 muertos (en cada uno de los bandos), de las torturas, de las fosas comunes, de los ataques contra objetivos civiles el deseo de justicia no se ha apagado. Ahora llega el invierno, han caído las primeras nevadas y hay diez millones de ucranianos sin luz eléctrica. Y el deseo que construye historia no afloja. El factor humano sigue siendo decisivo en esta guerra y tendrá que ser la clave para la paz.

Sin el apoyo de Occidente, Ucrania ni hubiera resistido ni hubiera seguido recuperando terreno invadido. Pero lo determinante sigue siendo la inexplicable energía de las personas, del sujeto. Le mueve una exigencia de reparación desbordante, concreta, capaz de los mayores sacrificios. Asistimos desde febrero a una experiencia de resistencia que desafía las apariencias, las construcciones ideológicas, que nos hace preguntarnos cuál es el secreto del pueblo ucraniano, el secreto de la condición humana que se nos había escapado hasta ahora. Está siendo desde luego un desafío no solo para los ejércitos de Putin, también para la estrechez de nuestra mirada.

Hay muchos ejemplos de cómo los hechos desafían los esquemas. Pongamos el caso del supuesto expansionismo de Estados Unidos. En España, desde la Guerra de Cuba (1898), la izquierda y la derecha ha alimentado un prejuicio hacía el imperialismo yanki, que en otro tiempo tuvo algún fundamento. Pero hemos visto cómo en este conflicto el discurso del pasado siglo se ha quedado antiguo. El problema para el mundo y para Europa no es que Washington haya querido aumentar su hegemonía utilizando a la OTAN. Es justo el contrario, Estados Unidos vive uno de esos momentos en los que la tentación de aislacionismo resurge con fuerza. Una victoria contundente de los republicanos en las elecciones de midtern hubiera bastado para que el apoyo de Biden a Ucrania hubiera flaqueado.

La semana pasada vivimos una nueva “crisis de los misiles” con la caída de los proyectiles sobre suelo polaco. Durante unas horas temimos que Polonia invocara el artículo 5 de la OTAN (el que obliga a la organización a proteger a sus socios). Biden, Putin y todos los actores en juego (menos Zelensky) se dieron prisa en decir que el misil no era ruso. Es difícil mantener la interpretación que atribuye parte de responsabilidad de la guerra al expansionismo de la OTAN.

Algo se está moviendo después de meses sin contactos diplomáticos. Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, ha asegurado que el invierno podría ser un buen momento para empezar a hablar. El Pentágono ha reconocido que el director de la CIA y su homólogo turco han estado hablando. Erdogan ha sido un buen mediador para que Putin reconsiderase su decisión de no dejar salir el cereal ucraniano a través del Mar Negro.

Muchas voces le piden a la OTAN y a Biden que le hagan ver a Zelensky que una victoria completa de Ucrania, (incluida Crimea) no es conveniente. La posibilidad de un acuerdo de paz parece encerrada en un laberinto. La fórmula de “paz por territorios” es rechazada por las dos partes. Moscú no la acepta, entre otras cosas, porque supondría admitir que ha sido el agresor. La caída de Jerson, hasta hace nada impensable, supone un duro golpe para los rusos. Zelensky ya no exige que Putin abandone el poder, le basta con un cese de hostilidades. Pero Putin necesita la guerra para seguir en el Kremlin. Paradójicamente una “solución provisional”, un simple alto el fuego sin definiciones, un armisticio como el que desde 1953 mantienen Corea del Norte y Corea del Sur, podría ser más fácil. En cualquier caso no habrá paz sin un proceso que haga posible una cierta reparación. La reparación nunca consiste en recuperar lo perdido (casi siempre es imposible) sino en recibir un bien que permita recomenzar. Volver a empezar con la conciencia de que la exigencia de justicia documenta la existencia de lo eterno y solo en lo eterno encuentra respuesta.

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