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¿Qué hacemos con la injusticia de ETA?

Editorial · PaginasDigital
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23 octubre 2011
Quizá no hay un dolor que desafié más la condición humana que ese. El que volvía a la memoria de todos los españoles el pasado jueves cuando los terroristas de ETA anunciaban "el cese definitivo de su actividad armada". El dolor por la víctima inocente, por la pérdida de la carne amada que, de pronto, por una injusticia incompresible, se pierde en una ausencia de la que no vuelve, de la que sólo quedan recuerdos. Y el dolor también de la libertad humillada durante décadas en el País Vasco, de los silencios forzados por el miedo, de esa humillación sorda que en la soledad produce lágrimas de impotencia. Tan viva es la memoria de ese dolor y la mentira que lleva aparejada, que aunque los terroristas probablemente nunca vuelvan a la violencia -no les interesa para sus fines- más de la mitad de los españoles no creen que todo se haya acabado. El País publicaba el pasado domingo una encuesta contundente: el 53 por ciento no se cree que estemos ante el final del terrorismo (http://politica.elpais.com/politica/2011/10/22/actualidad/1319315597_437973.html).

Desde que en 1973 ETA volara por los aires el coche de Carrero Blanco, el hombre que Franco había elegido para sucederle, ha hecho falta un largo viaje. Gracias a ese viaje el dolor de toda una sociedad se ha convertido en juicio político. Ahora nadie parece acordarse pero los atentados de ETA gozaron del beneplácito de muchos porque parecían efectivos contra la dictadura. De la ambigüedad no confesada de aquellos años, a través de un proceso demasiado lento se pasó al reconocimiento moral de las víctimas, a la promulgación de una ley de partidos políticos que consiguió que los que ponían bombas no pudieran participar en la vida política. Todo ese largo trecho recorrido ha contribuido sin duda a la derrota de los terroristas. Si hay algo que empaña la historia es el final. Porque cuando la banda estaba acorralada, tras el fracaso de la negociación puesta en marcha por Zapatero a partir de 2004, se activo un "proceso de resolución de conflictos" diseñado y asesorado por el abogado sudafricano Brian Currin. Lo sucedido en los últimos años ha seguido al pie de la letra el guión establecido en ese tipo de procesos. Antes de que se produjera el abandono de las armas se han hecho concesiones políticas. La sentencia del Tribunal Constitucional que permitió al entorno etarra participar en las elecciones municipales formaba parte de esa hoja de ruta. Vamos a ver cómo el mundo etarra está también en las elecciones generales del 20 de noviembre y consigue una amplia representación parlamentaria. Se les va a dejar hacer política demasiado pronto, antes de que se haya verificado efectivamente la disolución de la banda y antes de que el rastro del miedo haya desaparecido. Obtendrán en las elecciones generales, como sucedió en mayo, un excelente resultado. Pueden volver a tener grupo parlamentario. España va a contar con una gran fuerza política independentista que seguirá restando votos al PNV. Pero la villanía cometida no es del todo irreversible. Corresponderá a Rajoy gestionar el fin de la violencia. No debe hacer, por ejemplo, concesiones con los presos que vayan más allá de margen que le da la política penitenciaria, que es lo que pretende ahora ETA.

En cualquier caso la sociedad española tiene todavía pendiente el reto de responder al dolor de los últimos cuarenta años. La injusticia sufrida es demasiado grande. El desafío está claramente planteado en el final de la última novela de Ángel González Sainz, cuando el protagonista de Ojos que no ven, Felipe Díaz Carrión, un hombre humillado por los terroristas, se enfrenta al dilema del seguir viviendo o de abandonarse a la nada. No se quita la vida por el presentimiento de lo eterno. El terror ha provocado en España la exigencia de una justicia exhaustiva y completa. No hay hombre capaz de satisfacerla. En ese deseo está la huella más clara de que el Eterno, el Justo existe y es la respuesta. Pero de estas cosas no se puede hablar.

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