Editorial

Primacía del asombro

Editorial · Fernando de Haro
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14 agosto 2020
Abraham Joshua Heschel no escribía sobre el asombro después de haber vivido una vida tranquila y sosegada. Polaco, rabino hijo de rabinos, supo pronto lo nocivo que puede ser un virus: su padre murió de gripe en 1916. Después de trasladarse a Berlín, conoció en propia carne la otra pandemia: la del odio racial. La Gestapo lo deportó a Varsovia, desde donde consiguió escapar a tiempo a Londres y luego a Nueva York. Buena parte de su familia murió en los campos de concentración. “Esta es la tarea en la más negra noche: estar seguro del amanecer, seguro de poder transformar una maldición en una bendición, seguro de que la agonía se convertirá en una canción”, escribía Heschel mientras todo su mundo se derrumbaba. Es seguro que los organizadores del Meeting de Rímini no tuvieron presente, al elegir como lema una de sus frases, las circunstancias en las que se había desarrollado la vida del rabino. Nadie hace un año podía prever que a estas alturas una epidemia habría provocado más de 21 millones de contagios, casi 800.000 muertes y una crisis económica difícil de calificar. Pero aquí estamos, en una devastación para Europa sin precedentes desde la época en la que Heschel tuvo que escapar.

Abraham Joshua Heschel no escribía sobre el asombro después de haber vivido una vida tranquila y sosegada. Polaco, rabino hijo de rabinos, supo pronto lo nocivo que puede ser un virus: su padre murió de gripe en 1916. Después de trasladarse a Berlín, conoció en propia carne la otra pandemia: la del odio racial. La Gestapo lo deportó a Varsovia, desde donde consiguió escapar a tiempo a Londres y luego a Nueva York. Buena parte de su familia murió en los campos de concentración. “Esta es la tarea en la más negra noche: estar seguro del amanecer, seguro de poder transformar una maldición en una bendición, seguro de que la agonía se convertirá en una canción”, escribía Heschel mientras todo su mundo se derrumbaba. Es seguro que los organizadores del Meeting de Rímini no tuvieron presente, al elegir como lema una de sus frases, las circunstancias en las que se había desarrollado la vida del rabino. Nadie hace un año podía prever que a estas alturas una epidemia habría provocado más de 21 millones de contagios, casi 800.000 muertes y una crisis económica difícil de calificar. Pero aquí estamos, en una devastación para Europa sin precedentes desde la época en la que Heschel tuvo que escapar.

El Meeting de Rímini ha mantenido el lema inicial: “sin asombro nos quedamos sordos ante lo sublime”, frase del rabino polaco. La valoración de la sorpresa que la realidad provoca, la trascendencia que en cada cosa se insinúa no fue para Heschel un motivo para fugarse de lo concreto. Todo lo contrario. El polaco se preguntaba: “¿Es acaso inconcebible que nuestra civilización entera haya sido construida sobre una mala interpretación del hombre? O que la tragedia del hombre se deba a que es un ser que ha olvidado la pregunta: ¿quién es el hombre?”. Fueron esas preguntas las que le hicieron a Heschel comprometerse en la lucha contra el racismo, apoyando a Luther King.

Encerrados en nuestras casas, rodeados por la muerte y la enfermedad, empujados por la necesidad de una reconstrucción económica que exige repensar muchas cosas, nos hemos encontrado todos preguntándonos quiénes somos. En estos últimos meses todos nos hemos planteado de forma muy concreta ese interrogante, asomados a un abismo en el que la tentación de la nada, el nihilismo, no era un juego filosófico. “¿De quién dependo, del azar, de una cadena de ARN o de algo positivo?”, nos hemos preguntado, cientos, miles de veces. “Sin asombro nos quedamos sordos ante lo sublime”. Comentando la frase de Heschel, el presidente del Meeting de Rímini, Bernhard Scholz, ha señalado que “el estupor ante la realidad, incluso en las circunstancias más difíciles, genera una capacidad de iniciativa casi indomable. Sorprenderse de la propia existencia y de la existencia de los otros provoca que atendamos a fuentes de humanidad que en tiempos normales no sabríamos tener. Sin la sorpresa no es posible recomenzar, sin la sorpresa recomenzar es un cálculo. Esa sorpresa es la conciencia de que lo que se ha dado, se te ha dado, gratuitamente”.

La sorpresa como motor de cambio. Durante los momentos más duros de la pandemia, se ha corrido el velo que tradicionalmente cubre las cosas y nos tapa a nosotros mismos. Aunque sea solo durante unos instantes, hemos sido conscientes de estar navegando entre dos aguas, entre la nada y la vida. Y en este viaje quizás se nos ha hecho más evidente que nunca la “primacía de la realidad”: lo primero, encerrados en casa, con el miedo golpeando nuestra ventana, era el árbol, los pájaros, la calle que veíamos a través de los cristales. Lo primero ha sido no lo que éramos capaces de hacer, que en algunos casos era poco y en otros mucho –no ha habido fatiga de compasión– sino la sorpresa de estar vivos, la sorpresa por la gratuidad de los sanitarios, la pregunta asombrada: pero “¿quién soy yo?, ¿qué es el mundo?”. Hemos experimentado la primacía de la realidad y del asombro no en un sentido cronológico: como un comienzo que se queda en el pasado y que se convierte en una inspiración. Hemos experimentado la primacía de la realidad, después de haber recuperado, al menos momentáneamente, el oído y de haber escuchado cómo el asombro puede ser la forma agradecida de la acción, lo que Scholz llama la “atención a fuentes de humanidad” y a una reconstrucción posible.

Esta primacía de la realidad, la sorpresa por lo sublime, tiende a desaparecer con facilidad. Hemos sido testigos también de cómo todo tiende a volver a la sordera, especialmente la vida política. Por eso es necesario volver a escuchar las voces que oyen y miran con intensidad, con ingenuidad crítica. Ese es el propósito de la serie ‘Not too much to ask’, una serie de entrevistas a personalidades internacionales que se estrena en el Meeting de Rímini. Se trata de escuchar, gracias a las voces de otros, la primacía del asombro.

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