Políticos y vampiros

Editorial · Fernando de Haro
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1 septiembre 2022
Hago una confesión personal. Soy periodista, trabajo en un radio. Me gusta hacer entrevistas a los políticos, siempre con ciertas condiciones.

Me gusta también, quizás más, hacer entrevistas a personas que tienen grandes o pequeñas historias que contar, historias que sirven de contrapunto, que tienen valor e incidencia social para los que me escuchan. No estoy diciendo con esto que las entrevistas a los políticos no sean incidentes.

Hace ya algunos años mi jefe de redacción, un buen hombre y un buen profesional, me llamó a su despacho. Había entrevistado a un líder del PP en el programa que dirigía en ese momento. Los responsables de la oficina de prensa del partido se habían quejado de que las preguntas y las re-preguntas habían sido demasiado duras. Era verdad. Conocía los argumentos que el PP estaba utilizando, había hecho un trabajo de fact checking, había buscado los puntos débiles, las contradicciones. Cuando entré en el despacho de mi jefe le recordé que la gente del centro-derecha pensaba que nuestra radio era su casa, el sitio en el que podían decir lo que más convenía para sus intereses sin tener delante a alguien con una hipótesis, alguien libre. Le dije que no podíamos abrir nuestro micrófono a los políticos para que dijeran lo que les daba la gana. Eso no era servir a la sociedad. Aceptó todas mis razones. Era un buen jefe, apreciaba la independencia.

Hubo más entrevistas duras y más quejas. Pocos meses después entrevisté a un líder del PSOE. Esta vez la llamada de los responsables de prensa del partido la recibí directamente. Me dijeron que me habían hecho un favor concediéndome la entrevista de un socialista porque eso me había ayudado a presentarme como “un periodista plural”, que daba voz a todo el mundo. Me reprochaban que ante tanta generosidad me hubiera portado mal. Seguí haciendo entrevistas difíciles. En una de ellas mi interlocutora era líder de Podemos. Fue una conversación durísima. Nadie me llamó, la llamé yo a ella para pedirle perdón porque había sido violento e ideológico.

Me gusta hacer entrevistas a políticos si tengo una hipótesis sobre lo que dicen, si tengo los datos para contrastar sus declaraciones con la realidad, si consigo romper los argumentos, a menudos vacíos, que les dictan sus “spin doctors”, si puedo preguntar sobre cosas concretas que le interesan a la gente. Me gusta hacer entrevistas a los políticos, siempre que me dejen ser yo mismo. Suele ser muy difícil en campaña electoral.

Con frecuencia he pensado que la entrevistas políticas me daban prestigio como periodista, que daban prestigio a la empresa en la que trabajo. En realidad es una ingenuidad. Los políticos siempre intentan utilizarte para hacer llegar el último mensaje que les resulta útil y es muy fácil convertirse en un periodista más, sin ningún tipo de originalidad. Corres el riesgo de que el trabajo de muchas semanas, dedicado a otras historias, no sirva para nada. Para que los políticos no se conviertan en vampiros informativos -en el fondo es su trabajo- hace falta inteligencia y una voluntad firme de no ceder ni un milímetro de espacio sin realizar una labor crítica.

Me siguen gustando las entrevistas a políticos. Pero crece mi curiosidad por las personas y las historias cargadas de luz, de drama o de preguntas. Me interesan personalmente y le interesan a mis oyentes. Son entrevistas que me ayudan a ser un poco diferente, me acercan a la originalidad.

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