Objetivo: salvar el pacto

España · Ignacio Santa María / José Joaquín Garralda
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3 noviembre 2008
Yolanda Barcina ha confirmado que se presentará como candidata a presidir UPN en el próximo Congreso de la formación. La alcaldesa de Pamplona llega a esta cita como la persona que podría recuperar el pacto entre los dos partidos que ha dado estabilidad y tantos frutos durante 17 años. La ruptura de este acuerdo sería un error de nefastas consecuencias como la fragmentación del centro-derecha en Navarra y el debilitamiento del bloque constitucionalista, lo que multiplicaría las posibilidades de los nacionalistas de acceder al gobierno foral.

Romper el pacto sería algo muy negativo tanto para UPN como para el PP. La primera vería mermadas sus fuerzas en Navarra y el partido de Rajoy se cerraría un poco más la puerta de acceso a La Moncloa, al no poder ya contar con los dos o tres diputados que le aporta el partido navarro en las elecciones generales.

El pacto, suscrito el 25 de marzo de 1991, fue una jugada maestra de José María Aznar que, a cambio de la desaparición de una marca electoral que en Navarra era muy minoritaria, se aseguraba teñir de azul esta comunidad en el mapa de las elecciones generales. El Aznar de aquellos años logró hacer del Partido Popular una gran fuerza política estatal capaz de ganar las elecciones. Pero no lo hizo a base de dar puñetazos sobre la mesa e imponer desde la soberbia su propia visión de las cosas, sino, porque no había otra forma, hablando, negociando, sumando y sellando pactos con otros partidos y sectores de centro derecha como el que suscribió con UPN. Esta estrategia pactista continuó tras la victoria electoral de 1996, ya que, gracias a los acuerdos con CiU y PNV, pudo ser presidente del Gobierno.

Muchos medios de comunicación han querido ver a Miguel Sanz como único responsable de la ruptura. Incluso le han acusado de formar parte de una inconfesable estrategia orquestada con el PSOE para mantenerse en el poder a cambio de prebendas de todo tipo. Pero lo cierto es que Sanz es simplemente un presidente autonómico que necesita aprobar sus presupuestos para garantizar un año más la estabilidad de su gobierno de coalición con CDN, que a todas luces es la combinación menos mala entre todas las posibles para dirigir la política de esta comunidad. De esta manera lo entienden sus votantes, las bases del partido y sus dirigentes, que respaldaron con un 90% la decisión de abstenerse ante los Presupuestos Generales del Estado.

A Sanz también se le reprocha un enconamiento en la aplicación de sanciones a Jaime Ignacio del Burgo y a Santiago Cervera, pero en realidad tanto UPN como el Grupo Parlamentario Popular no han hecho otra cosa que aplicar estrictamente sus respectivos reglamentos de disciplina interna y todos los protagonistas de esta trama sabían previamente a qué se enfrentaban al tomar determinadas decisiones.

Desde que Miguel Sanz llegó en 1996 a la presidencia de Navarra tras el escándalo de corrupción que afectó al presidente socialista Javier Otano y provocó su dimisión, no ha hecho otra cosa que desarrollar una estrategia pactista similar a la del Aznar de los primeros años. No le ha quedado otro remedio, ya que UPN, aun siendo una fuerza que aglutinó al centro derecha navarro, a los foralistas y al  PP, nunca ha conseguido la mayoría absoluta, por lo que siempre ha tenido que gobernar en coalición y con el apoyo tácito de los socialistas.

El actual conflicto que ha llevado a la ruptura del pacto PP-UPN tiene su origen en un sencillo dilema: ¿debían los diputados de UPN romper la disciplina de voto del Grupo Parlamentario Popular y abstenerse en la votación a los Presupuestos presentados por Zapatero? En un platillo de la balanza se situaba la aprobación de los presupuestos de Sanz en Navarra y la estabilidad política de su gobierno en minoría; en el otro platillo, dos abstenciones que, como luego se ha visto, no han influido en el resultado final. Por eso los dirigentes de UPN han invocado una y otra vez el principio, tan importante en el ejercicio político, de primar el mal menor.

Un ejercicio político que busca consensos en situaciones complicadas, que toma como referencia aquello que une a las distintas fuerzas políticas para construir y responder a las necesidades reales, que da prioridad al mal menor o a la solución posible en lugar de enrocarse, no supone necesariamente renegar de los propios principios o convicciones. Ésta fue una de las líneas argumentales que triunfó en el último Congreso Nacional del PP, y sin embargo, sólo unos meses después, su presidente se ha olvidado de aplicarla en el caso de Navarra.    

La política de Mariano Rajoy al frente del PP no se parece ni a la de Miguel Sanz ni a la que permitió a Aznar consolidar una opción de gobierno frente al PSOE. La suya no es una actitud pactista pero tampoco implacable; sencillamente, es errática. Igual permite que se vayan del partido María San Gil u Ortega Lara, por "duros" y contrarios a los pactos, que deja que le estalle en Navarra un problema que tenía fácil solución. La severidad con la que ha tratado a los diputados de UPN contrasta con la ligereza con que afronta diferencias de criterio en el seno del partido en temas más importantes como las reformas estatutarias, la Educación para la Ciudadanía o los trasvases.

Es de esperar que, tras el congreso que UPN celebrará el próximo mes de marzo, las aguas vuelvan a su cauce y se reedite el pacto que tan buenos resultados ha dado y que es la mejor opción para ambos partidos. Pero aunque así fuera, ¿eran necesarias estas alforjas para hacer este viaje?

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