Ni ‘comunismo o libertad’ ni ‘democracia o fascismo’

Cuando hablamos entre amigos y compañeros y también con la familia de política todos estamos de acuerdo en que vivimos en un país con un nivel de polarización insoportable. Y que, aunque estamos acostumbrados a utilizar palabras como fascista o comunista, sabemos perfectamente que en realidad se hace con un significado distinto al original – nadie piensa en Hitler o en Mussolini cuando llama fascista a otro–. Al menos antes era así.
De un tiempo a esta parte, esos discursos nos han ido comiendo terreno, hasta el punto de que incluso cuando pensamos que estamos en contra los hemos hecho nuestros. No solo tenemos que votar a uno de los dos bloques enfrentados, sino que parece que tienes que identificarte totalmente con uno de ellos, o si no lo haces, al menos, odiar y despreciar totalmente al otro. Y lo que importa ya no es la política sino el perrito o el chalet de Galapagar.
Nos han hecho pensar que el 4 de mayo tenemos que elegir entre comunismo o libertad, o entre democracia o fascismo, y el problema es que ya no sabemos que es lo uno y que es lo otro.
El comunismo español con Santiago Carrillo a la cabeza abrazó la monarquía parlamentaria como forma de Estado en la transición, la bandera y la Reforma Política de Adolfo Suárez. En 1977 firmó los Pactos de la Moncloa. Fuera de España, Lenin decía que “todo discurso que proponga separar a los obreros de una nación en otra es un nacionalismo burgués contra el que se debe luchar de forma implacable”. Habría que ver que pensaría del derecho a la autodeterminación.
El fascismo es una ideología totalitaria que busca eliminar el estado, dinamitar el sistema democrático. Vox en todo caso podría enmarcarse en lo que el politólogo Cas Mudde llama la derecha radical –que no extrema derecha– puesto que entra dentro del juego democrático.
Decía Carlos Alsina que el martes no tendremos que elegir entre comunismo o libertad, entre democracia o fascismo, entre economía o salud. Lo único que elegiremos es nuevo parlamento. Pero está en juego mucho más (no solo el martes). Escribe Andrea Fernández Beneitez, diputada del PSOE por León en The Objective que “la vida se construye desde el uso del lenguaje y, por lo tanto, el diálogo es deseable. Esta afirmación nos lleva a deducir que la convivencia pasa por el entendimiento y el reconocimiento del otro como interlocutor válido. Además, no podemos perder de vista que el cómo se usa la palabra no es inocuo (…) El odio es crudo. El odio deshumaniza y nos aleja de la dignidad de los otros. El odio rompe la convivencia y corroe la compasión. El odio anula la idea de comunidad”. El próximo martes Madrid no será más libre, más demócrata. Ni será fascista o comunista. Lo que está en juego es la convivencia.