Editorial

Malditas malas palabras de partido ante el yihadismo

Editorial · Fernando de Haro
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28 agosto 2017
Habíamos deseado como se desea en la sala de espera de un médico especializado en enfermedades terminales. Habíamos esperado, y no por eso hemos sido inocentes, que esta vez fuera diferente. Casi sin querer mirar las portadas de los periódicos y, por supuesto, sin abrir nuestra cuenta en las redes sociales, sin escuchar a los tertulianos que para ganarse el suelo defienden a unos u otros. Pero ha vuelto a suceder como sucedió en 2004. No quisimos escuchar al ministro del Interior hace unos días anunciado la disolución de la célula que había atentado en Cataluña, cuando todavía no estaba detenido el sospechoso del atropello de la Rambla. No quisimos escuchar al consejero de Interior distinguir entre los muertos españoles y los muertos catalanes.

Habíamos deseado como se desea en la sala de espera de un médico especializado en enfermedades terminales. Habíamos esperado, y no por eso hemos sido inocentes, que esta vez fuera diferente. Casi sin querer mirar las portadas de los periódicos y, por supuesto, sin abrir nuestra cuenta en las redes sociales, sin escuchar a los tertulianos que para ganarse el suelo defienden a unos u otros. Pero ha vuelto a suceder como sucedió en 2004. No quisimos escuchar al ministro del Interior hace unos días anunciado la disolución de la célula que había atentado en Cataluña, cuando todavía no estaba detenido el sospechoso del atropello de la Rambla. No quisimos escuchar al consejero de Interior distinguir entre los muertos españoles y los muertos catalanes.

Pero ya no podemos hacer oídos sordos, el yihadismo ha vuelto a conseguir lo que obtuvo hace 13 años: un daño que no se limita a los muertos y a los heridos. El daño de no reconocer que los únicos culpables son los terroristas, el daño perverso de hacer culpable al Gobierno de Madrid, a los musulmanes, cada cual a su “otro”, al que no quiere reconocer, al que quiere ver detrás de un muro. La culpa se transfiere retratando la mezquindad ideológica del transferidor.

En 2004, tras el 11-M, el Gobierno del PP vivió las horas más extrañas que haya vivido un Gobierno en Europa porque la inercia ideológica le impedía admitir, en momentos decisivos, la hipótesis de que tras los atentados estuviera el yihadismo. No era conveniente, no era posible. Para la burbuja ideológica del PSOE era necesario y conveniente que el atentado fuera un acto de venganza del yihadismo contra la guerra en Iraq. La realidad fue, como siempre, más compleja. Fue el yihadismo, pero con una decisión que se había tomado antes de que la guerra empezase.

La ideología está blindada con hormigón, un material en el que rebotan las bombas y los atropellos. La onda expansiva se multiplica y, después de las víctimas mortales, muere la nación, muere el país, muere la vida social. Porque todas las partes necesitan un chivo expiatorio. Y se deja de escuchar a los muertos y a los heridos y solo escuchan las voces profanas, las voces de partido.

Los defensores de la independencia de Cataluña tenían toda la legitimidad para reclamar un nuevo país. Pero no deberían estar orgullosos de que el actual presidente de la Generalitat haya sugerido en Financial Times que la culpa de lo sucedido la tiene Madrid por haber enviado menos dinero y por no haber dejado a la policía catalana recibir la información que utiliza Europol. Puigdemont, el presidente catalán, ha encarnado la expresión superlativa de esa socialización de la culpa que solo afecta a quien ya considere culpable de todo: se llame Gobierno de Madrid, para otros Generalitat, musulmanes, inmigrantes… la lista es larga.

Al Gobierno de Cataluña, en realidad a todos, les hubiera convenido escuchar al francés Olivier Roy en el Meeting de Rimini. Los yihadistas lo son no por musulmanes, no porque falte dinero para hacer un control absoluto (que no es posible), sino porque a estos, nuestros hijos, los hijos de Cataluña, de España y de Europa, les domina un vacío que les lleva a un nihilismo de muerte y de sangre. Roy ha propuesto hace pocas horas en Rimini espacios de espiritualidad donde conocernos y poder proponer a nuestros jóvenes algo que esté en pie. Porque sí, la secularización, la del cristianismo, la del islam y la de los laicos ilustrados, es la causa de este yihadismo.

Habíamos esperado que esta vez fuera diferente. Y seguiremos esperándolo. Porque hemos llorado por los muertos. Benditas lágrimas y malditos muros ideológicos. Que las lágrimas, las que no tienen la gente de partido, son un don. No solo porque llorando saca uno la angustia que tiene dentro sino porque llorando uno se da cuenta de que está vivo. Benditas sean las lágrimas y malditas las palabras de partido. Benditas sean las lágrimas que proclaman, a diferencia de las palabras de partido, que estamos vivos, que nos duele la muerte, esta muerte sucia, que no hay más causa que la vida, la vida que queremos afirmar más allá de la muerte. Benditas sean las lágrimas calladas que ante una muerte tan negra como la que nos traen los yihadistas silencian las malas palabras de partido, que solo quieren sacar rédito para esto y para aquello. Maldito sea el análisis ideológico que nos mata a todos, y que no nos deja llorar a los muertos, que quiere despreciar nuestra compasión por los heridos. Benditas sean las lágrimas que nos enseñan el único método que nos permite estar a la altura del mal causado por los yihadistas. Porque en la compasión de las lágrimas hay más política, más fuerza de cambio que en las malditas palabras que pronuncian los malditos hombres de partido, de cualquier partido que es solo un partido. Se llame independencia, se llame como se llame.

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