¡Llego tarde!

Sociedad · GONZALO MATEOS
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22 diciembre 2022
Sólo escribiendo descubro realidades ocultas que creía saber que no se desvelan completamente hasta que no me paro a redactar.

Siempre recuerdo ir corriendo a todas partes. El portero de mi casa paterna le decía a mi madre que no recordaba ninguna vez que no saliera esprintando del portal. Me faltaba tiempo para atender a todo lo que no me quería perder y había que apurar los tiempos de desplazamiento. Mis compañeros de universidad me evitaban para no tener que acompañarme a paso ligero. Me sigue pasando hoy, aunque me falta la forma física de antaño. Tengo la sensación de que, como el conejo de Alicia, siempre llego tarde. Lo mismo me sucede con lo que pienso. Me parece que parte de lo que quiero decir llega con retraso, ya no es pertinente y, claro, ya no interesa a nadie, y si lo pienso, tampoco a mí. Y me vuelven las ganas de salir corriendo para llegar a tiempo al próximo encuentro y al próximo dilema.

Esta sensación es más intensa en mi trabajo en la vida pública, cuando asisto a los debates de fondo que nos están impeliendo a emitir juicios certeros para actuar ante los cambios sociológicos, científicos, antropológicos o políticos. Nuestro presente nos llena de perplejidad, confusión y en ocasiones de miedo. Estamos asustados porque ignoramos mucho y sospechamos de todo y de todos. La afirmación de Marie Curie sigue hoy vigente: «Ahora es el momento de comprender más para temer menos». Tiempos de aprender, de escuchar, mirar, para después, discernir, comprender, y sin demora, confiar y actuar juntos.

Pero si queremos entender no hay más remedio que trasladarse a las fronteras y mirar al exterior, a lo que desconocemos y nos está afectando. Es necesario saber convivir con la sensación de que no entendemos lo que tenemos delante e interrogar a la realidad para arrancarle su valioso secreto. Desde afrontar las preguntas sobre la repercusión de la tecnología en la vida diaria a la evolución del empleo o la familia, de los desafíos del Deep Thinking o el transhumanismo a las consecuencias del cambio climático, de la creciente desigualdad de la nueva economía a las consecuencias de la guerra y la deriva de la democracia, y las consecuencias que todo ello tiene en cómo nos concebimos a nosotros mismos.

Como cristiano que quiere aportar al mundo en el que vive, guardar lo esencial y construir con otros lo que nos ha de venir, me frustra no poder aportar toda la novedad que aporta la inteligencia de la fe. Le pasa en ocasiones también a la Iglesia institucional y a nuestras comunidades. Sin duda parte de lo que decimos fue un día verdad, fue oportuno, pero cuando lo afirmamos ya no es relevante para quien lo escucha, ya no responde a lo que se pregunta y el que nos oye internamente desconecta y nos descarta para próximas consultas. Además de llegar tarde, en ocasiones hablamos con palabras propias que parecen jeroglíficos para la mayoría, y otras veces nos equivocamos eligiendo el lugar donde encontrarnos con los otros. Unas veces hablamos de un mundo ya acabado, otras de un mundo diferente de los que los demás viven. Y así, clericales o místicos, nos suele bastar el aplauso de los nuestros en nuestras guaridas y refugios.

No nos ocurre solo a nosotros. Les está ocurriendo a otras instituciones políticas, culturales y sociales. No es extraño. En tiempos de cambios tectónicos, de tsunamis, huracanes y de cambios radicales de paisaje hace falta mucho esfuerzo y algo de fineza para no acabar descolocado. Es lo que en biología llaman la paradoja de la Reina Roja. El término está tomado de la novela Alicia a través del espejo (L. Carroll, 1871), donde los habitantes del reino deben estar siempre moviéndose pues el país se mueve con ellos. “¡Corre Alicia ¡Para quedarte donde estás tienes que correr lo más rápido que puedas! Si quieres ir a otro sitio, deberás correr, por lo menos, dos veces más rápido”. La genética evolutiva nos indica que para sobrevivir es preciso el aprendizaje y la adaptación continua, vivir el presente con una permanente actitud de cambio. Siempre interactuando y transformándonos. La naturaleza, la verdad, la moral y la libertad se deben vivir siempre en tensión, de forma histórica.

La propia Iglesia me ha enseñado que una fe embalsada o que no se hace cultura se vuelve ingenua o violenta. Lo mismo se puede decir de los fundamentos de la sociedad, de la convivencia y del ideal común. El Cardenal Scola en 2014, recordando el legado de Luigi Giussanni, afirmaba que “todo debe ser reescrito en nuestro tiempo, debe ser repensado y por tanto revivido”. Ese es el reto: reescribir, repensar, revivir. Un nuevo inicio para esta generación. Lo que heredaste de tus padres vuélvetelo a ganar. Ya no sirven ni recetas precocinadas, ni el recurso a los libros imprescindibles, ni, ya no, dar determinadas cosas por supuesto. Es tiempo de “decir escuchando”, a través de una oposición fecunda y una memoria activa e imaginativa que haga nuevo el anuncio que no puede ser nunca exactamente el mismo. Como pasa siempre no basta repetir, es preciso crear. Partir y romper una y otra vez, salir incluso de lo que pensamos que debería ser nuestra última parada. Iglesia en salida.

Si hay un asunto apremiante para nosotros cristianos de 2022 es el de nuestra presencia en medio del mundo, en las calles y foros, y nuestra aportación a una España y una Europa que considera la cristiandad ya no como herencia sino en ocasiones como un obstáculo. Porque además de nuestra misión de encarnar y anunciar al mundo verdades ontológicas (cristianismo), y mostrar la vigencia de una riquísima tradición cultural, patrimonial e institucional (cristiandad), debemos trabajar en nuestra realización en lo finito usando nuestra libertad en la plaza pública (cristianía), es decir, una nueva forma de presencia atractiva en nuestro despliegue histórico que nos permita ser contemporáneos y cristianos sin renunciar a nada. Tiempos de reanudar la marcha ante el amanecer que ya se anuncia, tiempos de cristianía.

Confieso una cosa, llevo escribiendo regularmente en Páginas, no tanto por la invitación y compañía de algunos amigos (que también), sino porque quiero entender más, y sólo escribiendo descubro realidades ocultas que creía saber, pero que no se desvelan completamente hasta que no me paro a redactar. No escribo para explicar la realidad, en verdad, escribo para descubrirla y para conmoverme de nuevo. Poner palabras a lo que vivo e intuyo me hace reducir esa sensación de que no estoy en el sitio adecuado y de que llego tarde adonde quisiera estar. Me hace estar más seguro de esas pocas y esenciales verdades, y, por tanto, mucho menos asustado. Eso sí, sigo corriendo, pero ahora sé por qué.

 

Lee también: «El bosque de Soignes«

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