Cartas desde la frontera / XXIV

La voz contemporánea de Dios para con su pueblo

Escrituras · IGNACIO CARBAJOSA
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17 abril 2023
Por medio de la elección absolutamente gratuita de los profetas, Dios corrige, amonesta, anuncia, alienta, amenaza o consuela a su pueblo en unas circunstancias históricas muy determinadas.

Querido Pascual,

 

Llevo ya una semana en la Universidad de Harvard, situada en una pequeña ciudad (llamada Cambridge) que es casi un barrio de Boston. Verdaderamente se puede seguir usando el apelativo de Nuevo Mundo para estas tierras de Estados Unidos. En muchos sentidos. Aquí los espacios son enormes, porque las dimensiones de este país lo permiten: grandes parques, casas espaciosas con pocas alturas. Si la antigüedad de los edificios medievales de Oxford condicionaba la vida académica, con espacios muy limitados, en Harvard hay espacio para todo, con grandes edificios e infraestructuras muy avanzadas.

Pero también se puede hablar de Nuevo Mundo por el ambiente o la mentalidad que se respira. Aunque suene un poco tópico, esta es la tierra de las oportunidades, donde se tiene la sensación de que se pueden hacer nuevas cosas, donde se palpa el deseo de protagonizar la historia del mundo. Aquí se entiende mejor en qué sentido se habla de la vieja Europa: no solo por los siglos que la contemplan, sino por una mentalidad ya vieja que domina, que está de vuelta de todo, escéptica. Y lo digo de mi amada y bella Europa…

Obviamente esta es una imagen muy superficial que seguramente no hará justicia a la realidad de un país complejo. El tiempo que esté aquí me ayudará a captar los matices y me permitirá formarme una idea más ajustada de esta sociedad.

Pero retomemos el estudio de la Biblia que dejamos antes de Semana Santa. En mis dos últimas cartas comenzamos a acercarnos a la figura del profeta, que en la historia de Israel juega un papel decisivo. A mí me gusta decir que el profeta es la voz contemporánea de Dios para con su pueblo. Si la alianza y la Ley pusieron un antes (en el sentido de la historia sagrada que precede a todo israelita), y la literatura sapiencial (que veremos más adelante) un siempre (en el sentido de una sabiduría inmutable de las cosas), el profeta pone un ahora. Por medio de la elección absolutamente gratuita de los profetas (no ligados a ninguna institución), Dios corrige, amonesta, anuncia, alienta, amenaza o consuela a su pueblo en unas circunstancias históricas muy determinadas.

En las próximas semanas vamos a introducirnos en lo que llamamos “libros proféticos”, que esencialmente son los tres grandes profetas mayores (Isaías, Jeremías y Ezequiel) y los doce menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías). A este grupo, los cristianos añadimos un libro de género “apocalíptico”, Daniel, porque en la figura del hijo del hombre que viene de entre las nubes del cielo y al que se le da dominio, honor y reino (Dan 7:13-14), hemos reconocido una profecía de Cristo. Además, los católicos incorporamos el libro del profeta Baruc (que protestantes y judíos no consideran inspirado).

Una persona medianamente atenta podría interrumpirme y decir: “pero, ¿dónde está el profeta Elías, o Eliseo, o Samuel, o Natán? ¿Acaso no son profetas?”. Se trata de una observación justa. De hecho, los judíos hablan de profetas anteriores y profetas posteriores. Los profetas posteriores son lo que nosotros llamamos propiamente libros proféticos, mientras que los profetas anteriores son lo que en nuestra tradición llamamos libros históricos (Josué, Jueces, 1-2 Samuel, 1-2 Reyes). Nosotros subrayamos el hecho de que estos últimos libros nos cuentan la historia de Israel desde la entrada en la tierra prometida hasta la época del dominio griego (si añadimos Esdras, Nehemías y 1-2 Macabeos). Los judíos, por el contrario, y muy justamente, hablan de profetas anteriores porque en esa historia juegan un papel muy importante profetas de la talla de Samuel, Natán, Gad, Elías o Eliseo.

Sea como sea, hay una diferencia clara entre el primer grupo de profetas y el segundo. Algo sucede en el siglo VIII a.C., cuando empieza la predicación de los primeros profetas del segundo grupo (Isaías, Amós y Oseas), que marca el inicio de una nueva época. Ya es muy significativo que, a partir del siglo VIII a.C., la predicación de los profetas quede por escrito en libros que llevan sus nombres. Este hecho parecería contradecir la definición del profeta como la voz contemporánea de Dios para con su pueblo. Si el profeta transmite una palabra divina para un contexto histórico determinado, ¿por qué dejar esa palabra escrita para el futuro? Las circunstancias históricas cambian, ¿por qué puede interesar a los que vendrán siglos después (más allá de la memoria histórica) una palabra que salía al encuentro de problemas muy particulares?

Algunos pasajes de los libros proféticos nos ayudan a responder a esta pregunta. El profeta Isaías recibe el mandato del Señor de poner por escrito su predicación con estas palabras: “Ahora ve y escríbelo en una tablilla en su presencia, inscríbelo en un libro: quede para la posteridad como testimonio perpetuo. Es un pueblo rebelde, son hijos renegados, hijos que no quieren escuchar la ley del Señor” (Is 30,8-9). La palabra del profeta, ahora escrita, pasa a tener un valor pedagógico para las siguientes generaciones, cuando se pongan en evidencia que el Señor tenía razón y se cumpla todo lo que había dicho, poniendo en evidencia la testarudez de Israel.

La “testarudez” del pueblo elegido no es nueva, pero a partir del siglo VIII a.C. toma un cariz más grave, en forma de lejanía (afectiva y efectiva) respecto a la alianza, que se traduce en incumplimiento de la Ley en forma de injusticia social (la Ley propugnaba la igualdad y la solidaridad entre los hermanos), en proliferación de la idolatría y de las alianzas militares, dos formas de desconfiar en el Señor como único auxilio. Para salir al encuentro de esta nueva situación, que implica a varias generaciones, el Señor inaugura un camino pedagógico que durará siglos y en el que la creatividad divina abre nuevos caminos a su alianza a través de promesas lanzadas hacia el futuro.

También el profeta Habacuc recibe el mandato divino de poner por escrito, en su caso una visión cuyo cumplimiento está reservado para el futuro: “Escribe la visión y grábala en tablillas, que se lea de corrido; pues la visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar. Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará” (Hab 2,2-3). Del mismo modo, el profeta Jeremías, que ya es testigo del desastre del exilio en Babilonia (como consecuencia de la testarudez de Israel), recibe el mandato de poner por escrito la promesa de liberación que, desde entonces, será esperada con ansia: “Escribe en un libro todas las palabras que he dicho, pues vienen días —oráculo del Señor— en que cambiaré la suerte de mi pueblo Israel y de Judá, dice el Señor, y haré que vuelvan a la tierra que di como heredad a sus antepasados” (Jer 30,2-3).

El destierro o exilio en Babilonia (587 a 539 a.C.) marca un antes y un después en la historia de Israel. También la profecía de la que hablamos vive una primera época marcada por la denuncia de la infidelidad del pueblo y la llamada continua a la conversión, que, al no ser escuchada, desembocará en el exilio. Nace entonces una segunda época en la que la profecía toma nuevos caminos marcados por el anuncio de una nueva alianza y una nueva creación, cuyo cumplimiento definitivo va más allá de la vuelta del destierro, apuntando a la liberación que traería Jesucristo.

También nosotros seguiremos este camino, dedicando las próximas semanas a la predicación previa al destierro, centrándonos en los profetas Isaías, Oseas y Jeremías. En cierto modo, la vigilia pascual, en la que recibiste el bautismo hace ahora un año, sigue el mismo camino en sus lecturas proféticas. Será apasionante recorrerlo juntos.

Un abrazo

 

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