La subsidiariedad es clave
Lo que Bertrand de Jouvenel llamó "el Estado Minotauro", que es un poder devorador de lo mejor de la sociedad, se hace cada vez más presente en la Europa de hoy. Hay un proyecto claro, que en España representa Rodríguez Zapatero, de suplantar los valores de la libertad y de la dignidad humana sobre los que se cimentó el proyecto europeo. Ésta es la verdadera batalla cultural, verdaderamente crucial, que Europa y todo Occidente viven.
El principio de subsidiariedad es clave. Es lo que impedirá que el "Estado Minotauro" triunfe. Es volver al saludable principio, que siempre representó lo mejor de nuestra civilización, de la limitación de los poderes del Estado, pero no sólo en la esfera económica sino en la esfera social. Sólo mediante el principio de subsidiariedad se podrá expandir en los ámbitos sociales (la educación, la sanidad, la protección social) el protagonismo de la persona y su libertad. El principio de subsidiariedad es el mejor baluarte de la libertad frente a las intromisiones asfixiantes del poder coactivo del Estado.
Se han producido algunos acontecimientos graves que nos muestran que la libertad religiosa está en riesgo en Europa. Los intentos de reprobación del Papa promovidos en algunos Parlamentos y en el Parlamento europeo tienen una clara lectura: descalificar y expulsar del espacio público a la figura más representativa de la religión en la sociedad e historia europeas. Los Parlamentos se arrogan un poder que no tienen. Se degradan a sí mismos; degradan a la democracia, de la que deben ser su expresión, y dañan esencialmente a la libertad religiosa, uno de los pilares de cualquier sociedad libre. La expulsión del factor religioso de la vida pública no es compatible con una concepción moderna de la libertad religiosa.
La política está en un momento de máximo desprestigio, porque ha perdido el norte, se ha olvidado de lo que constituye su misión, que es una misión muy noble: garantizar las reglas de juego y proteger las libertades de las personas frente a sus enemigos. Eso se traduce en pocas leyes, y justas, que en la esfera económica promuevan el marco en el que las iniciativas de la sociedad puedan desarrollarse. Por el contrario, hemos convertido a la ley en un instrumento para imponer proyectos ideológicos, provocando una crisis sin precedentes del derecho, al que se le pretende desvincular del ideal de la justicia. Por ello, la regeneración de nuestra democracia me parece que ahora es una tarea prioritaria e inaplazable.