La sabiduría bíblica
Querido Pascual,
Hace unos días fui con unos amigos al estadio a ver un partido de beisbol, obviamente para apoyar a los de casa, los Boston Red Sox. Te confieso que iba con ganas de ver béisbol y aprender algo de un deporte que solo he visto en las películas (además de haberlo jugado en algún amago ingenuo en el colegio). Lo que no me podía esperar es que me divirtiera tanto… no solo por lo que pasaba en el campo, sino por el ambiente en las gradas. En efecto, el béisbol es el deporte más popular de la ciudad, por mucho que los Red Sox no sea un equipo tan laureado como sus hermanos del baloncesto, los Celtics. Lo de “popular” se predica bien en este caso: el estadio estaba lleno de gente joven, de familias con hijos, y cada dos por tres (en un deporte que tiene muchas pausas y transiciones) arrancaba la música y todo el estadio se ponía a bailar y cantar. Continuamente había gente entrando y saliendo: a por comida, a por bebida, al baño, a dar una vuelta…
La verdad es que tardé en entender bien las reglas del juego, que son más complicadas de lo que parecen. Y para complicado lo de batear: en tres horas de partido debí ver cinco o seis golpes que merecieron la pena y solo uno de esos clásicos que salen del campo y permiten hacer una carrera completa.
Como te dije en mi última carta, hemos cerrado el ciclo dedicado a los libros proféticos y hoy comenzaremos a hablar de lo que se conoce como libros “sapienciales”, los libros en los que se encierra la “sabiduría” de Israel. En realidad, la denominación “sapienciales” es relativamente reciente (tiene algo más de un siglo) y no pertenece a la tradición. Por otro lado, no logra abrazar a todos los libros que están fuera de los otros grupos que ya hemos estudiado: el Pentateuco, los libros históricos y los Profetas.
¿De qué libros se trata? Son siete: Proverbios, Eclesiástico (o Sirácida), Job, Eclesiastés (o Qohélet), Sabiduría, Salmos y Cantar de los Cantares. Los cinco primeros se pueden llamar verdaderamente sapienciales, en el sentido de que encierran la reflexión del pueblo elegido en torno a las grandes cuestiones de la vida: cómo ser feliz, cómo organizar una sociedad, por qué existe el sufrimiento, en qué consiste la justicia, dónde se encuentra la sabiduría… Los dos últimos, sin embargo, Salmos y Cantar de los Cantares, no encajan en esa definición. Digamos que juegan en otra “liga”. Algunos autores los llaman “lírica”, en el sentido de que son cantos poéticos. El primero, Salmos, es en realidad el libro de oraciones de Israel. El segundo, Cantar, es un poema que canta el amor entre dos amantes.
En la tradición judía, a esta parte se le ha llamado Kethubim o “Escritos”. Es como un cajón de sastre en el que entran el resto de libros que no están en la Torá (Pentateuco) o en los Nebi’im (Profetas anteriores y posteriores). De hecho, los judíos llaman a su Biblia Tanak, que es un acrónimo hecho con las tres consonantes iniciales de Torá, Nebi’im y Kethubim.
Pero entremos en harina. Para afrontar estos libros, al menos los cinco propiamente sapienciales, hay que empezar por agruparlos en parejas. Hay dos muy claras: Proverbios y Eclesiástico, por un lado, y Job y Eclesiastés, por el otro. Son dos parejas muy diferentes. Los dos primeros rezuman sabiduría clásica, popular, acuñada por el paso del tiempo. Se le ha llamado “sabiduría tradicional”. Su tesis de fondo se condensa en el principio de retribución: quien hace el bien es recompensado, la vida le va bien. Siempre en esta vida (durante mucho tiempo Israel no consideró otra vida más allá de esta). La segunda pareja, Job y Eclesiastés, se presenta como un furibundo ataque a esa tesis: “¡no siempre se cumple! ¡Cuántos justos hay que sufren y mueren injustamente!”. Precisamente por esa posición se califican de “crítica a la sabiduría tradicional”.
El quinto libro (dejando aparte Salmos y Cantar), Sabiduría, se presenta como una especie de síntesis que acoge la problemática planteada y lanza el principio de retribución a un cumplimiento más allá de la muerte. El justo perseguido (que aparece en el capítulo segundo del libro) verá su recompensa en la vida plena más allá de la muerte.
Con esta visión general podemos entrar en los dos primeros libros, Proverbios y Eclesiástico, al menos en una primera aproximación. El libro de Proverbios (al menos a partir del capítulo 10) es, como señala el título, una colección de proverbios cortos que encierran sabiduría popular. Nuestro refranero español se ha nutrido de un buen número de proverbios bíblicos. El dicho castellano “el necio que es callado, por sesudo es reputado”, procede de Pr 17,28. El problema es que hoy en día el refranero español es tan desconocido como la Biblia. Con todo, te puedes encontrar con proverbios de este libro en los lugares más extraños. No sé si te has fijado en la parte superior de la portada del diario El Mundo. Todos los días (al menos cuando yo leía la prensa en papel) presenta en la cabecera un refrán que tiene que ver con alguna noticia importante (por ejemplo, “tesoros injustos de nada sirven”, Pr 10,2, cuando los titulares hablan de una trama de corrupción descubierta).
Pero pongamos algunos ejemplos que ilustren la sabiduría que Israel ha acuñado a lo largo de los siglos para después indagar acerca de su origen. Empecemos por un proverbio que describe bien la experiencia que he hecho conociendo a muchos estudiosos en mi campo: “Hombre prudente oculta su saber, corazón necio pregona su ignorancia” (Pr 12,23). En efecto, los grandes profesores suelen ser gente muy humilde, que no presume, mientras que siempre encuentras alguno que está empezando… y según te da la mano presenta sus méritos. Otro proverbio destila una sabiduría que el mundo consumista parece haber perdido, pero que reconocemos en su verdad: “Más vale ración de verdura con amor que buey cebado con rencor” (Pr 15,17). Un tercero parece hecho a posta para la época del big data, que cree que con recoger ingentes cantidades de información se alcanza la meta antes: “No vale esfuerzo sin reflexión, quien corre demasiado se extravía” (Pr 19,2).
Los “proverbios” del otro libro-pareja, Sirácida (mejor llamarlo así que Eclesiástico, para evitar confusiones con Eclesiastés), se agrupan por temas, de modo que en sus páginas se encuentran profundas reflexiones sobre cuestiones relevantes, y a la vez muy prácticas, de la vida, desde el valor de la libertad humana (Sir 15,11-20) hasta el bien que hace el vino en su justa medida (Sir 31,25-31), pasando por la admiración ante las obras de la creación (Sir 18,1-7) o por la descripción de la mujer virtuosa y de la necia (Sir 26,1-18). Detengámonos en un ejemplo.
Todos nosotros necesitamos consejos en la vida, pero ¿a quién pedirlos? Un buen consejo te abre caminos, pero uno malo te los puede cerrar para siempre. Escucha lo que te dice el sabio que habla en Sirácida:
“Todo consejero da consejos,
pero hay quien aconseja en su interés.
Ten cuidado con el consejero,
entérate primero de qué necesita,
porque en su propio provecho te aconsejará;
no sea que eche sobre ti la suerte
y te diga: «Vas por buen camino»,
y luego se quede esperando para ver qué te sucede.
No te aconsejes con quien te mira de reojo,
y esconde tus proyectos a los que te envidian.
No te aconsejes
con una mujer sobre su rival,
con un cobarde sobre la guerra,
con un negociante sobre el comercio,
con un comprador sobre la venta,
con un envidioso sobre la gratitud,
con un tacaño sobre la generosidad,
con un perezoso sobre trabajo alguno,
con un empleado eventual sobre el fin de una obra,
con un siervo holgazán sobre una gran tarea:
no cuentes con ninguno de ellos para un consejo.
Recurre siempre a un hombre piadoso,
de quien sabes seguro que guarda los mandamientos,
que comparte tus anhelos
y que, si caes, sufrirá contigo.
Atiende al consejo de tu corazón,
porque nadie te será más fiel.
Pues la propia conciencia suele avisar
mejor que siete centinelas apostados en su torre de vigilancia.
Pero, sobre todo, suplica al Altísimo,
para que dirija tus pasos en la verdad” (Sir 37,7-15).
¿De dónde sale esta sabiduría tan “fina” sobre las cosas más cotidianas de la vida? ¿Hay alguna relación entre esta sabiduría “doméstica” y la revelación que recibe Israel? ¿O estamos más bien en dos campos separados, uno profano y el otro religioso? Ya nos hemos alargado mucho, así que responderemos la próxima semana. Mientras tanto te “aconsejo” que tengas siempre en tu Biblia una cinta en estos dos libros y vayas disfrutando, en pequeñas dosis, de sus proverbios. ¡La palabra de Dios no es mala consejera!
Un abrazo
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