La prodigiosa salida de Egipto: el gran acontecimiento que marca la vida de Israel
Querido Pascual,
Ya estoy en Oxford. Aquí todo transpira tradición y saber. Eso sí, combinado con el “espíritu del tiempo” que aquí no se queda en absoluto atrás. De algún modo conviven las tradiciones centenarias, inamovibles, en un contexto arquitectónico imponente, con las personas que cambian y permean todo con la ideología del momento.
Esta mañana entraba por vez primera en la Bodleian Library, la biblioteca antigua de Oxford, donde uno siente que el reloj echa marcha atrás varios siglos y se sumerge en el ambiente de estudio de tantos hombres y mujeres que han hecho crecer la ciencia. Desde mi mesa de estudio levantaba la cabeza y veía, a través de los amplios ventanales de la sala, alguno de los edificios que te son familiares por las aventuras de Harry Potter.
Durante las vacaciones de Navidad le he dado vueltas a la cuestión de cómo continuar nuestro viaje por el Antiguo Testamento. Si siguiéramos nuestro recorrido lineal dudo mucho que llegáramos más allá del Génesis antes de que terminara mi año de investigación. Por eso voy a saltar al libro del Éxodo. Aunque parezca mentira, se trata de un paso hacia atrás, hacia el origen. ¿Cómo es posible? De algún modo se puede decir que el Éxodo es anterior al Génesis, es decir, que la salida de Egipto y lo que allí le sucedió al pueblo de Israel, fue decisivo para alcanzar la percepción de la realidad y de la naturaleza humana que después se expresó en el Génesis.
Hace unas semanas te decía que con Abrahán comenzaba la historia de la salvación. En realidad, esa historia está escrita por el pueblo que ahora, en el libro del Éxodo, se encuentra en Egipto esclavo de un Faraón que ya no conoció a José, uno de los hijos de Jacob, nieto de Abrahán. Ahora, ya en Egipto, se ha cumplido la promesa hecha al patriarca de que sería padre de un gran pueblo. Cuando a este pueblo se le pegunta por su origen, se remonta a la llamada de un arameo errante, politeísta, que salió de Ur de los Caldeos para habitar en Canaán. Sin lo que vamos a ver a continuación, este pueblo jamás habría escrito sobre su origen, o este origen jamás habría sido significativo. Si la presencia de una pequeña familia (la de Abrahán) no ha dejado huella en la historia, no sucede lo mismo con el pueblo que nace de ella y que, por su envergadura, empieza a entrar en los anales de los imperios de la época.
Después de que en los primeros doce capítulos del Éxodo se nos narren las peripecias de los hebreos, maltratados por la esclavitud, los capítulos 13-14 describen la huida de Egipto, en la noche del 14 de Nissán (que se inaugura con la llegada de la primavera). Lo que sucedió aquella noche, al salir de Egipto, y lo que sucederá cuando el pueblo vea cerrada su huida por el mar Rojo, con el ejército del Faraón a sus espaldas, marcará para siempre la historia de Israel.
Mucho se ha escrito sobre la historicidad de este relato. ¿Cómo es posible que un hecho así, en el que Faraón, sus carros y sus caballos, perecen en el mar Rojo, no haya dejado huella en los anales de Egipto? Más allá de los tonos épicos con los que describe Israel este acontecimiento, lo que está claro es que ha dejado huella, y una huella profunda en la conciencia del pueblo elegido. A lo largo de la Biblia, las referencias a este acontecimiento fundante son continuas. Muchas de las características únicas de este pueblo, la percepción que tiene de Dios y de la realidad, las leyes que sigue, su esperanza en medio de las vicisitudes de la historia, no se pueden entender sin este hecho en el origen. Básicamente, el pueblo, y ya no solo Abrahán, es testigo de la intervención de Dios en la historia a través de un gesto prodigioso que trae consigo la liberación. Marca un antes y un después para Israel y permea su conciencia y su memoria desde entonces.
Por poner un ejemplo, las leyes que tiene Israel sobre los esclavos son únicas en su entorno. Israel podía hacer esclavos de entre los pueblos vecinos, fruto del botín de guerra. Pero no podía tomar como esclavo a un hermano israelita. Esto es algo inaudito entre las naciones que le rodean. La razón es de tipo teológico y se remite al gran acontecimiento del Éxodo: “Recuerda que fuiste esclavo en la tierra de Egipto y que el Señor, tu Dios, te rescató” (Deuteronomio 15,15). Es decir, el Señor compró a cada Israelita en la noche pascual (noche de su paso por Egipto) y por ello nadie puede ser su dueño. Solo Dios es “dueño” de cada miembro del pueblo rescatado.
Pero vayamos directamente a la descripción del acontecimiento que encuentras al final del capítulo 14 de Éxodo. Después de que se abrieran las aguas del mar Rojo para dejar pasar a los israelitas, a una señal de Moisés las aguas vuelven a su cauce arrasando al ejército del Faraón que les seguía:
“Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo se salvó. Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar, mientras las aguas hacían de muralla a derecha e izquierda. Aquel día salvó el Señor a Israel del poder de Egipto, e Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Vio, pues, Israel la mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios, y temió el pueblo al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo” (Éx 14,28-31).
La sucesión de verbos del último versículo es muy significativa. Se trata de tres verbos que representan tres acciones consecutivas (ver, temer, creer) y un cuarto que precede a aquellas acciones y las motiva (desplegar). La fe de Israel nace ante todo de la iniciativa divina: el Señor ha desplegado su mano potente con una acción prodigiosa en la historia que realiza lo que parecía imposible: sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto y librarlo de la persecución del ejército del Faraón. La fe comienza por los ojos: Israel vio este gesto, un gesto objetivo que sucede delante de todos. La libertad, sin embargo, queda preservada: el hecho (el ir y venir de las aguas) debe ser interpretado. El texto sagrado lo hace al pasar del hecho en sí al autor que lo ha provocado, invisible para los ojos: detrás de todo está “la mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios”.
Al verbo “ver” sigue el verbo temer. Al comentar el relato del sacrificio de Isaac ya te expliqué que este verbo no debe entenderse en el sentido de “tener miedo”. “Temió el pueblo al Señor” quiere decir que Israel, al ver la acción prodigiosa, reconoció a Dios presente y quedó determinado por su presencia (solo se “teme” aquello que es real y está presente). Por último, el verbo creer cierra la serie completando el recorrido de la fe de Israel. Por lo que han visto sus ojos, el pueblo reconoce a Dios como un factor real, incidente, y cree en Él. Nace la fe de este pueblo que, a partir de este acontecimiento fundante, atravesará la historia fiado en la mano del Señor en medio de todo tipo de vicisitudes.
Llama la atención que el pueblo no solo creyó en el Señor sino “en Moisés, su siervo”. Entrando en la historia, Dios se liga a un pueblo y a su historia. Israel, desde el principio, reconoce la mano divina en el gran legislador que es Moisés, como la reconocerá en los profetas que se sucederán en el tiempo. El Señor guía a este pueblo de un modo concreto a través de hombres que elige, de modo que su voz y su voluntad no falte nunca a Israel. La próxima semana dedicaremos algo de tiempo a hablar de Moisés, uno de esos hombres, tal vez el más importante, aquel al que le fue revelado el nombre divino.
Mañana me espera una jornada de estudio en el Oriental Institute, el lugar en el que se concentran los grandes profesores de la Biblia, la literatura y la teología siríaca. Lugar ideal para continuar mi investigación sobre la Peshitta, la versión aramea (en su dialecto siríaco) del Antiguo Testamento. ¡Hasta la próxima semana!
Un abrazo
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