Reconectar el voto y la experiencia social

´La política debe aprender de la experiencia educativa´

España · F.H.
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25 marzo 2019
Entrevista a Ángel Mel, director del Colegio Internacional Kolbe.

Entrevista a Ángel Mel, director del Colegio Internacional Kolbe.

El problema educativo parece ser una de las cuestiones esenciales del momento en España. No solo por la calidad de la enseñanza, sino porque la educación puede ser la solución para un país en el que las identidades están cada vez más fragmentadas. ¿Tenéis experiencia en vuestra obra educativa de esta fragmentación de las identidades?

La identidad tiene que ver con la respuesta a la pregunta “¿quién soy yo?”. Píndaro tiene una célebre frase: “llega a ser quien eres”, que resulta paradójica, porque implica la condición del hombre como buscador de sí mismo. Lo que percibimos es que ese “quien eres” se ha convertido en una construcción subjetiva, no en algo objetivo a lo que aproximarse. Esto provoca una dificultad para hacer cuentas con la realidad – exterior e interior (el yo). La gente se identifica con cosas, porque es inevitable buscar esa identidad, pero estas suelen ser más bien resultado de reacciones superficiales, emocionales o ideológicas, cuando no caprichosas. Esto sucede tanto a los jóvenes como a los adultos. Ejemplos de esto son la concepción buenista del hijo, donde el niño nunca es responsable del mal que hace; la ausencia de límites, de educar en lo que está bien o mal, como si fueran términos relativos; la creciente carencia de un orden sano en la crianza de los más pequeños; o la situación de total desconcierto de los padres cuando sus hijos llegan a la adolescencia, donde muchos se retiran de la relación con sus hijos porque no tienen una propuesta de sentido que hacerles.

Además, uno va al fondo de sí mismo siempre en relación con los otros; si esto no es así, se genera una especie de absolutización del yo que conduce a esa fragmentación a la que aludes en la pregunta y a la subjetivación. Se ve mucho en la falta de confianza de los alumnos hasta en las indicaciones básicas referentes al modo de estudiar que hacen los profesores. Ellos –y a veces sus padres– saben mejor que el profesor lo que tienen que hacer. Identificamos también una dificultad enorme para ver en los otros un bien para sí, que está conectada a lo anterior, porque el yo del hombre no se puede definir sin referencia al nosotros en el que nace, crece y se desarrolla. De hecho, por ejemplo, los padres viven agobiados en la defensa a ultranza de toda posible “mala influencia” en sus hijos. Se ha perdido la confianza en que la realidad es amiga y es la mayor ayuda para el crecimiento del hijo.

¿Tienes experiencia de cómo la educación puede servir para construir una conciencia del nosotros más allá de las diferencias ideológicas?

A veces pensamos que el camino es establecer un elenco de normas o de valores consensuados por todos que puedan llevar al joven por “el buen camino”, como si de ahí pudiera derivar una construcción sólida del yo y del nosotros. En el camino recorrido estos años, el único camino –lento pero ineludible– para desarrollar esa conciencia del yo y del nosotros es el de la experiencia, entendida como la capacidad de ceder a lo que la realidad nos indica como verdadero y que no prevalezca la idea que tenemos en la cabeza o el sentimiento, siempre voluble y cambiante. Educar en la experiencia, en la reflexión sobre lo vivido, en la comparación con la realidad de las cosas es el único camino de crecimiento real de la persona.

La enseñanza se ha convertido en un campo para el enfrentamiento de los partidos políticos. ¿Hay posibilidad de superar esa polarización? ¿Cómo?

Yo diría que partiendo de un diálogo sincero que ponga en el centro quién es el niño, que recupere una objetividad sobre lo que es el hombre y que tenga como preocupación el crecimiento de las personas, no el adoctrinamiento o el desarrollo de un aspecto particular. Es llamativo que la mayoría de los encuentros sobre educación dan por supuesto qué es educar, cuando no estamos en absoluto de acuerdo sobre ello, en buena parte porque no tenemos la misma percepción del ser humano. Por ejemplo, hay una creencia generalizada en que el niño es bueno por naturaleza y que una “buena educación” le hará, casi de forma mágica, feliz, competente y exitoso, dando por supuesto sobre todo la necesaria puesta en juego de la libertad y voluntad del educando.

¿Qué percepción hay entre los jóvenes de la vida política?

Creo que para ellos es algo parecido a un espectáculo, en el que en el fondo no se juega nada que tenga que ver directamente con su vida. Tienen una percepción que da por supuestas las condiciones políticas favorables en las que viven, como si fuera un marco que se da por supuesto; a la vez, de partida no tienen una gran conciencia de su responsabilidad o protagonismo personal, eso es algo a educar y vemos en nuestros alumnos más mayores un interés creciente y un deseo de ser protagonistas.

¿Qué experiencias positivas habéis tenido de relación con el mundo de la política?

A los políticos no podemos pedirles ni deseamos pedirles que eduquen. Lo que sí podemos pedirles es que nos den espacio para educar. En este sentido, el hecho de que la escuela concertada haya crecido tanto en la última década es un signo de este espacio que, fundamentalmente, el PP ha posibilitado. Hay que custodiar la posibilidad de que las familias puedan elegir el colegio de sus hijos que va unida a la posibilidad de que iniciativas sociales puedan crear un centro con proyecto educativo propio.

Otro aspecto en el que debemos avanzar es la autonomía de centro. Aquí todavía hay mucho margen de mejora. Sin menoscabo de una evaluación de los centros clara y coherente, los centros deberían gozar de una mayor autonomía. Creo que en Madrid, la situación es sustancialmente mejor que en otras comunidades donde los recortes a la escuela concertada se han sufrido de una manera más clara.

Desde vuestra experiencia, ¿qué tipo de políticas son las que pueden ayudar a mejorar la educación?

Las que potencien la libertad y huyan de imposiciones antropológicas tantas veces cargadas de una fuerte ideología que asfixia. Necesitamos espacios de libertad, espacios de encuentro donde la sociedad pueda construir.

Muchos aspectos de la LOMCE quedaron suspendidos por el propio Gobierno de Rajoy. El Gobierno de Sánchez ha querido derogarla por completo. ¿Cómo se puede salir de este atolladero?

En cualquier caso, los atolladeros que se viven en la política se viven también en los centros educativos, donde es normal encontrar planteamientos diferentes y a veces “callejones sin salida”. Lo que permite afrontar el atasco es la voluntad de construir juntos mirando el mayor bien del niño, buscando su crecimiento. En torno a esa preocupación se trabaja, se buscan salidas, se acuerdan cosas, se verifican juntos, algunas se descartan y otras se confirman como buenas… y poco a poco se va conformando un proyecto educativo sólido, que nace de la experiencia común. En la política es igual, hay que aprender de la experiencia educativa, por eso creo que es necesario escuchar activamente a los que cada día bregamos en las aulas y buscar acuerdo sobre evidencias compartidas y no sobre bases populistas. Poner en el centro de los debates qué es el hombre y qué es educar no me parece banal.

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