La crisis del socialismo de salón

España · Francisco Pou
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1 julio 2014
El tema catalán y la “postura” ante el soberanismo se ha convertido en “el tema” central de debate, no ya del malparado PSC agonizante, sino de todo el PSOE en franca decadencia, tanto en intención de voto como en propuestas.

El tema catalán y la “postura” ante el soberanismo se ha convertido en “el tema” central de debate, no ya del malparado PSC agonizante, sino de todo el PSOE en franca decadencia, tanto en intención de voto como en propuestas.

Mala cosa cuando un grupo social debate “la postura” por encima de la acción. Me refiero no ya al PSC, convertido en más facciones que líderes, sino al propio PSOE: Paulino Iglesias (Pablo, para otros, para denominar al padre y fundador del socialismo español nacido en 1850) padecería hoy un vuelco embalsamado si viera qué intenciones explícitas mueven a sus sucesores en el siglo XXI.

Revolución “de monopoly”

“Lo que importa es el futuro del PSOE” y “hay que ver cómo hacemos creíble el PSOE” son lugares comunes en los corrillos microfónicos que van desvelando algo evidente: lo importante para el PSOE es… el partido. Un “modus vivendi” que en pleno siglo XXI avergonzaría a Paulino, achacoso pero auténtico revolucionario, obrero, marxista.

Hoy “el partido” es un ente que asegura comer caliente, que es lo que más enfría la pasión, la revolución y las cabezas. La de Paulino Iglesias, o Pablo, es un busto desenterrado en la transición, un recuerdo de bronce. Por los fogones de la calle de Ferraz, donde tiene su sede el PSOE en Madrid, siguen celebrándose, incluso en plena crisis, revolucionarias veladas gastronómicas. No se trama una huelga general. Lo importante es salir en la foto del “futuro” del PSOE: ya nadie habla “del obrero”, de la “revolución” o de la “nueva sociedad”, sino de otro Pablo Iglesias que, con coleta y sin corbata, se lleva los votos que tanto y tanta sangre le costó al PSOE derramar. Un autentico hurón, ese Pablo, de los derechos de su historia: su patente.

Podemos tiene también esa acepción de “invitarnos a la poda”: podemos a tijera tanta estructura “semoviente” que aguó la autenticidad de la revolución a base de aguardientes en sobremesas refinadas del barrio madrileño de Argüelles.

Los revolucionarios del XIX ganaban adeptos para la Revolución en la lucha en las calles. Hoy, los profesionales del socialismo, ganan avales entre canapés.

Están muy equivocados los socialistas si ven en el PP el enemigo a abatir en las urnas. En primer lugar, están los sindicatos. UGT en el siglo 21 es uno de los grandes terratenientes de España. Una maquinaria de edificios propios, pesada, burocrática, que para sobrevivir agarra lo que puede: cursos de formación o despidos colectivos (“expedientes de regulación de empleo”, para ser más finos), mientras en el mundo económico muchas medianas empresas empiezan a ver como “impuesto revolucionario” el mantenimiento de miles de “sindicalistas profesionales liberados” (¿50.000?), agarrados al sistema. Un sistema que va, cada vez más, soltando hedor de corrupción en cada alfombra que se levanta.

¿Socialismo “Uberalle”?

¿Derechos de los trabajadores? Bueno, tomemos el caso esta misma semana del sector del taxi, que ve amenazado su trabajo por el software de posicionamiento geográfico de la telefonía móvil. “Uber” es el patrón del siglo 21. Un “gran hermano” que amenaza al sector del taxi con diezmarlo. Y contra “ese” patrón hay que luchar todos los pequeños patrones del taxi. “El taxi para quien se lo trabaja”, se oye en la jornada de huelga, sin querer ver la realidad. Probablemente otros trabajaban “el taxi” para competir con software y colaboración: dos realidades que los sindicalistas del taxi podrían haber también trabajado si pensasen más en el futuro trabajador en el mundo real, en lugar de su sindical ración. En una España que pierde población pero se facilita el transporte “de colaboración” en los tramos públicos “Uber” estaba llamado a triunfar. Uno podía organizar huelgas generales de “cocheros, herreros y guarnicioneros” en el Londres o Berlín con carruajes de tracción animal del XIX, pero los obreros de Bentley, Benz o Daimler acabaron desplazando a guarnicioneros de cuero o herreros artesanos en los establos de Londres que se iban convirtiendo en garajes.

Hoy es más solidario, más moderno (para ser más precisos, más “guay”) desplazarse con blablacar o uber, porque ha surgido de la realidad en régimen de colaboración, algo así como una cooperativa virtual-celular. ¿Cómo vivir “de la Revolución” desde el XIX, hoy, en la generación de “Uber”? El nuevo Pablo Iglesias conecta mejor, tiene menos mochila y puede vender viejas dialécticas con nuevas realidades en las que “los socialistas de siempre” se han convertido en una extensión aburguesada del sistema. El de siempre. El Estado que Bakunin perseguía y había que… podar. Hoy Bakunin no sería un cebado liberado sindical. Hoy Bakunin perseguiría “el sistema” en las redes sociales de internet, televisión y campamentos solidarios, donde ha pescado más Pablo con su coleta que los jerarcas del PSOE en sus coches, sean Benz o Renault, propios o de Pepecar. Y a Bakunin le importaría un bledo el burgés “problema” del soberanismo catalán.

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